Editorial – Poner orden en el país

Hace catorce días, cuando la propuesta todavía no había desembarcado de lleno en la actualidad política, este periódico publicaba un editorial con el título ‘Por un pacto de Estado’. Creíamos y seguimos creyendo en él. Pero no en su utilización partidista, y tantas veces torticera, ni en su concepción como instrumento que tirarle a la cabeza al contrario o como un modo de tapar las vergüenzas propias. El presidente Sánchez y su Gobierno de coalición – que son los depositarios de la responsabilidad y de la iniciativa política- son muy dados al tacticismo, cuando lo que necesita el país son estrategias, políticas de Estado que ayuden a sacar del marasmo sanitario primero y después de la depresión económica que nos ha asolado y que amenaza el futuro. Porque esta situación, y nadie en su sano juicio lo duda, tendrá episodios recurrentes más o menos álgidos, y llegarán el otoño y el invierno, y el rebrote del coronavirus se unirá a la gripe y a otras enfermedades estacionales o simplemente comunes. Es lo que ahora importa: el futuro. Ya habrá tiempo para dirimir responsabilidades por la absoluta falta de previsión y frivolidad con la que se enfrentó el Gobierno a los primeros días de la pandemia. Esos que según un estudio de Fedea han costado cerca de 80.000 contagios que se podrían haber evitado de haberse declarado el Estado de Alarma una semana antes. Desde el día 25 de febrero la Organización Mundial de la Salud –vaya rumbo errático también el suyo- alertó de que la epidemia se había convertido en pandemia. Una semana después, el director del centro de Coordinación de Alertas y Emergencias, con una irresponsabilidad supina, dejaba a la libertad de cada cual la asistencia a actos masivos. Pero ahora, como decíamos, lo que nos tiene que ocupar son las líneas estratégicas de futuro. Porque ya no se trata solo de paliar los efectos sanitarios y económicos derivados de este ‘shock’, sino de poner orden en el país. El maldito virus no ha hecho sino evidenciar las debilidades, la falta de defensas inmunitarias, los vicios adquiridos de la cosa pública española. Es hora de mitigar la descoordinación entre las comunidades autónomas; es hora de atajar cualquier intento de alterar el orden constitucional por los secesionistas, sin concesiones de ningún tipo; es hora de saber qué papel juegan las administraciones provinciales y locales: en algunos lugares de España una misma competencia es ejercida por cinco administraciones diferentes; es hora de diseñar un plan por la reindustrialización, que minore nuestra dependencia del sector servicios; es hora de un pacto por la Educación que evite las ocurrencias, como la del aprobado general, o que un ciudadano no pueda recibir una educación vehicular en español en cualquier territorio del Estado, o que haya tantos planes y diferentes de estudios como ministros del ramo; es hora de un concierto definitivo por las pensiones que dibuje un escenario cierto en las próximas décadas; es hora de un acuerdo amplio sobre la inmigración que quite razones a los extremistas de izquierda y de derecha; es hora, en fin, de coordinar nuestra política exterior y la relación con la Unión Europea aprovechando la presencia en la Comisión de una persona con la cabeza tan bien amueblada y tan patriótica como la de Josep Borrell. Sería por así decirlo un complemento básico, estructural, de nuestra Constitución. Otra Constitución en pequeño que concretara el marco general dentro del que se desenvolvería la actuación política diaria y distinta. Para eso hacen falta hombres de Estado, que olviden sus intereses partidistas, que no ideológicos, por el bien del país, presente y futuro. Estamos en buen momento para comprobarlo. Esta es una nación fuerte pero con cierta tendencia a la inmolación. “Si será potente España que lleva cinco siglos tratando de suicidarse y no lo consigue”, manifestó un embajador foráneo hace tiempo. Tenemos que echar mano de nuestras fortalezas, que son muchas y más evidentes que las de muchos que tanto gallean, y ponerlas en valor. Pero de una vez. Ya.