
Señor director:
A la vista de una reciente declaración, poniendo en duda la laboriosidad de nuestro santo patrón, San Isidro, y no solo eso, sino adjudicándole el injusto y deshonroso título de “patrón de los vagos”. Como madrileña que soy desde hace más de 84 años, y cristiana de toda la vida, me he sentido atacada en mis sentimientos más profundos, y por ello, paso a aclararle por este medio algunas ideas a quien así procedió.
Partamos por un lado, de que la Iglesia, cuando eleva a los altares a un hijo suyo, después de un exhaustivo estudio, lo hace exaltando la práctica de sus virtudes, vividas heroicamente por amor a Dios y a sus hermanos más necesitados, resultando siempre dicha exaltación, respaldada por una inmensa cantidad de ciudadanos.
Si lo que se pretendió fue faltar al respeto de los que piensan diferente, entonces, estamos de acuerdo, lo consiguió plenamente, pero puso de manifiesto su bajo nivel democrático.
También fue un insulto a los agricultores que lo tienen como patrón, pues en lugar de reconocer el importante trabajo que realizan a diario para que haya un trozo de pan en nuestras mesas, -también en la suya-, banaliza la actividad más importante del hombre, pues sin ella como saciaríamos la más básica de nuestras necesidades, el comer.
Pudiera ser, que el ambiente festivo que se respiraba en la feria y dos copitas de más hiciera perder la sensatez de quien así obró, con lo cual, un sincero ¡lo siento ¡, lo arreglaría todo.
Que sería de nuestra sociedad, si labradores, ganaderos y pescaderos, decidieran paralizar su actividad tan solo unas semanas, en demanda de una remuneración más justa, por su trabajo y que no les llega.
Y, lejos de eso, se les tilda de vagos. Verdaderamente siento vergüenza ajena.
Teodora Rodríguez Checa