
Señora directora:
Después de un rato de badenes interminables a lo largo de la carretera, veo a mi izquierda la peña de la cueva de “Tia Mariquita” junto al resbalaero (cuántos recuerdos). Un poco más y a la derecha el manantial quizá ya seco de la que de niños llamábamos fuente de agua apestosa y a la que acudíamos en nuestra correrías a mojar los rasguños, pues ¡Oh arte de magia!, nos curaba.
Por fin, la última loma, y allá enfrente mi querida Paterna, como una fotografía que hubiera sacado de repente de la caja de recuerdos en blanco y negro.
Perdóname pueblo mío que esta vez no me extienda por tus calles, pero es mi corazón el que conduce y me lleva unos metros más adelante. Allí medio oculto entre las plantas y árboles que sembramos de niños, mi querido cuartel. Qué cambiado te veo. Claro igual que yo. El tiempo pasa para los dos.
No bajo del coche. Cierro los ojos y dejo que la cascada de recuerdos que como caballos locos querían salir, me inunden a mí y a los alrededores.
Ya no está el jardín. En su lugar una explanada. Niños que juegan. Al lado palmas de la fábrica de Rafael, que se secan al sol y más abajo el campo de futbol y qué maravilla ¡en verano cine!
La puerta del cuartel está abierta y ahora me parece más grande. A la derecha en un cuartito, el guardia de puertas sonríe y me saluda ¡hola Juanito! y me doy cuenta de que he vuelto a mi pantalón corto y a mis tirantes. Yo le contesto: ¡Hola Galán!. He vuelto y una algarabía de voces y risas, me dicen que estoy allí con mis amigos de siempre niños y niñas de ese cuartel de mis recuerdos y sueños. Pepe Luis, Serafín, Soto, Cordero, los Velarde. Juegos de pelota, de bolindres, huesas y canales. Las niñas Keti, Brigidita, Mari Carmen. Revoloteo de faldas y vestidos blancos en verano, de color en primavera y ¡Oh no!. En invierno medias negras y calcetines largos.
A mi espalda una voz y al tiempo una caricia: Juanito ¿no tienes hambre?. Es mi madre. Me dice: Tu padre y tus hermanas ya están en la mesa. Y un olor de los de antaño a cocido a yerbabuena y a gazpacho, calman mi hambre de nostalgia y entre besos y arrumacos me agarro a su mano. No quiero soltarla más. Quiero seguir a su lado. Quiero seguir siendo niño. No despertar y seguir soñando, con la siesta en una manta, mientras tú escuchas Ama rosa en la radio y nos refrescamos los dos con un polo, que me ha dado Miguelito el de la huerta (mi amigo), esta tarde de verano.
Juan Vilchez Martínez