Señor director:
El coronavirus ha arrasado todo a su paso. Ha segado incontables vidas, ha destruido la economía y ha cambiado nuestra forma de ver el mundo. También ha servido para intensificar problemas ya existentes, desigualdades latentes que, acuciadas por un virus que camina junto a la muerte, han vuelto a salir a relucir.
Una de esas asimetrías es el abandono institucional que sufren los pueblos en comparación con las grandes urbes. Las localidades de la España vaciada también han luchado contra la Covid-19 pero, quizá, con menos armas que las ciudades. Así ha pasado en mi pueblo, Carrascal del Río, un municipio de Segovia que, en apenas una semana, ha visto como un tercio de su población se infectaba.
La alcaldesa del pueblo, Henar de Pablo, solicitó ayuda a la Junta de Castilla y León para intentar frenar esta situación al ver que los positivos que los vecinos comunicaban solidariamente no paraban de crecer. Sin embargo, en un primer momento, las altas esferas desoyeron los ruegos y peticiones de una población que se encontraba al borde del abismo. La cosa cambió cuando Ana Criado, una periodista de una localidad cercana, sacó a la esfera pública lo que ya era un secreto a voces.
Cuando Carrascal del Río ya había acaparado minutos en magacines, tertulias e informativos, la Junta decidió actuar. Se declararon tres brotes con 13 positivos en total cuando el número de positivos superaba los 40. Esta medida permitió a las autoridades regionales maquillar la gravedad del asunto y se acompañó de labores de desinfección de mobiliario público como complemento cosmético. Lo último en llegar, después de que ya haya habido un confinamiento voluntario de diez días, ha sido otro confinamiento que se extenderá hasta el 4 de septiembre. Un encierro que también afecta al municipio de Cantalejo y que ha dejado a los vecinos de localidades aledañas, en su mayoría personas de edad avanzada, sin servicios básicos cercanos.
Esta crisis sanitaria también ha provocado roces en el ámbito político e, incluso, la expulsión de alguna egagrópila vía redes sociales por parte de uno de los dirigentes de la Junta de Castilla y León. Sin embargo, dejando de lado rencillas partidistas, resulta imposible entender la desprotección que Carrascal del Río ha vivido por parte de instancias superiores. La salud pública debería estar por encima de cualquier signo político, y mucho más cuando se trata de una pandemia de extrema virulencia.
Por desgracia, esta muestra de desamparo en tiempos de pandemia es solo un ejemplo del olvido de los pueblos pequeños por parte de las instituciones autonómicas. Una dejadez impulsada por políticos que se dejan cegar por el fulgor de las metrópolis de hierro y cristal y que, afectados por una desmemoria selectiva, colocan a las poblaciones minoritarias en el cajón de lo vetusto.