
Señora directora:
Monseñor César Franco, permítame que haga púbicas estas reflexiones, por si usted al conocerlas decide mudar ese aserto tan castellano, acuñado por el suegro del Cid allá por el siglo XI, de “Sostenella y no enmendalla” por el siempre más honroso “rectificar es de sabios”.
Con la alegría de vivir por el camino del sacerdocio comprometido, Jesús Torres ha fundamentado su vocación en la entrega a los más necesitados, en el servicio a sus semejantes. De ello ha hecho siempre su forma de vida, su ética personal, basada en el evangelio, en el humanismo cristiano, ese que predicaba el otro Jesús, el galileo, su modelo y su maestro. Sembrar en los que le rodean la semilla de la tolerancia, del respeto y del amor fraterno, hacer crecer sobre todos los que le tratan el deseo de mejorar como personas y llevar alegría a sus círculos respectivos de convivencia son y siguen siendo su enseña distintiva y personal. Primero preparar la tierra, como vio hacer a su padre en Pinillos de Polendos cuando era chico, con el arado de la bondad, para después esparcir la simiente a puñados, abonarla con el ejemplo de su fe y agregarla de los temporales con cariño y dedicación absoluta, sin importar a quiénes, ya sean samaritanos, judíos o griegos. No conozco a ningún sacerdote que a lo largo de su vida haya producido más amigos incondicionales, ya sean agnósticos, creyentes no practicantes, o parroquianos asiduos. Todo el mundo le quiere y sabe que sin su compañía sana, alegre y provechosa, se habrá apagado una estrella en el firmamento individual de cada uno de sus huérfanos.
Ya sucedió una vez. Quiso ampliar la geografía de su dedicación a los hermanos más abandonados y anunció su marcha a las misiones. Destino: Mozambique. Sus feligreses de la Estación de El Espinar deseaban hacerle un homenaje multitudinario con una misa de despedida. Para ello solicitaron el templo parroquial del pueblo, y alguien con mayor autoridad, miembro de su misma institución, la Iglesia de Cristo, se lo denegó. Ahora, por segunda vez, después de haber superado un momento bajo de salud física, que no mental, ni de ánimo, ni mucho menos de atención parroquial en Lastras de Cuéllar, Aguilafuente, Aldea Real y Sauquillo de Cabezas, el obispado que usted dirige le quiere cortar el cordón umbilical que le mantiene vivo, con el cese de sus funciones —lo llaman jubilación—, con la privación de su labor humana y espiritual entre las gentes sencillas de nuestros pueblos, que le muestran su admiración y cariño con el amigo cura, como si fuera un hermano, porque lo es, y así lo sienten y lo demuestran. Han formado comisiones representativas y su petición de la continuidad de su párroco ha llegado a su despacho, sin ningún éxito, como tengo entendido.
Cercenar la ilusión de quien vive para los demás no es el premio que se merece quien voluntaria y libremente decide dedicar su vida entera y completa a la imitación de Jesús de Nazaret, a llenar de alegría los corazones y las almas de cuantos le conocemos. Más bien parece un castigo, que me recuerda al lavatorio de manos de Poncio Pilatos. ¿Resulta tan difícil entender que Jesús Torres nació para servir y que esta dedicación a tiempo total, hacer felices a los demás —los próximos—, su vida no tiene sentido? Sólo la permanencia en su vocación le puede proporcionar lo que entendemos por llevar “una vida plena”.
Señor obispo, usted mismo.
Luis Domingo Delgado (Sauquillo de Cabezas)