Arancha G. Herranz – En busca del tiempo perdido

Igual que en la novela de Marcial Proust publicada en los albores del s. XX muchos de nosotros grabaremos a fuego voluntaria e involuntariamente los días que perdimos, intentando recuperar los momentos que nos fueron arrebatados. Un tiempo que voló dejándonos en mitad de un desierto sin gps, y con una agenda infectada de planes rotos. El olor a gel hidroalcohólico, y toparnos con mascarillas abandonadas en algún cajón de ropa de temporada, serán abono suficiente para despertar un subconsciente enloquecido.

Es tarea nuestra deshacerse de las inercias coercitivas adquiridas durante esta nueva supervivencia, esas que ahogan las relaciones sociales, que han coartado nuestra vida diaria, en cada gesto y reacción inconsciente de proximidad rechazada.

A las postguerras sólo sobreviven los valientes y avispados, los que tratan de ganar el tiempo que otros pierden, como los hombres grises de Momo. Sólo los que gozan de un instinto de supervivencia que supera los escrúpulos del resto, o el que es capaz de reinventarse dentro del caos, resurge creando oportunidades. Mientras que unos se quejan y se rinden a un keynesianismo que anestesia las conductas, otros crecen y se enriquecen silenciosamente.

Después de más de 100 años desde el final la Primera Gran Guerra del continente seguimos derrotados y desarmados para combatir esta otra que hoy vivimos. Hace unos meses Europa celebraba el 30 aniversario de la caída del muro de Berlín y el fin de la guerra fría, y sin embargo hemos levantado otro en cada uno de nosotros que nos costará mucho derribar.