Ángel Galindo García – La escuela estatal

Desde tiempos inmemoriales la enseñanza se ha impartido en casa, en la familia extensa y siguiendo a un maestro. El maestro enseñaba en las calles, bajo un árbol, en el campo, peregrinando de un pueblo hacia otro o en un areópago. De esa manera, el maestro creaba escuela. Se trataba de una escuela de iniciativa social, ciudadana y privada.

La escuela normalmente no era un ‘lugar’ ni se centraba en el cole sino en torno al maestro y a sus compañeros de camino. Así, nos encontramos con la escuela de Sócrates o de Aristóteles, las escuelas catedralicias y las monacales, las escuelas de Salamanca o las de París. Allí se aprendía a leer y sobre todo a pensar y de forma especial, en épocas medievales, a aplicar la enseñanza en el campo de la agricultura, la medicina, el arte, en los gremios o en el buen uso de la espada.

Con la aparición de la ilustración y después de la industrialización la escuela cambia. Si antes, el pensamiento giraba en torno a la sabiduría humana y al hombre, ahora la escuela gira en torno a los utensilios productivos: cómo producir más para ganar más. La escuela se convierte en un lugar para aprender a ‘servir’ y ganar. Era el siglo XIX. Desde entonces, el cole da importancia al adiestramiento más que al pensamiento, al profesor más que al maestro. Ahora no hay maestros, existen profes.

Sin embargo, para llevar a cabo la sabiduría de la auténtica escuela, surge la enseñanza social o la impulsada por entidades que buscaban el desarrollo integral de las personas y de los niños o aquella que educaba para saber valerse en la vida y no tener que depender de nadie; se trataba de conseguir el bien común compartiendo los saberes con los otros y fortaleciendo los propios. Surgen las asociaciones de enseñanza con fundamento en el asociacionismo social y en las instituciones de enseñanza.

Hoy, para llevar a cabo el adiestramiento surge el Estado y la enseñanza estatal. Esta suprime la enseñanza de la escuela social creando otra dependiente del poder. En este contexto, la sociedad no cuenta ya que solo interesa lo que apruebe el Estado dirigido por unos líderes que llaman “políticos”. En la enseñanza estatal, llamada por algunos demagógicamente “pública”, no hay maestros sino profesionales y políticos que dicen a los profes lo que tienen que hacer y enseñar.

En la enseñanza estatal es el Estado quien dice lo que hay que aprender en función de la producción que el país necesita. En este estilo de educación, todo está planificado desde arriba. A los de abajo no les queda otro remedio que obedecer. Así, el pueblo se ha convertido en una masa que no piensa porque todo se lo dan pensado.

Para lograr esto, dicen que es preciso suprimir la enseñanza social y privada. De esta manera poco a poco van desapareciendo los maestros y los sabios y nacen los técnicos y los ideólogos. Así, el Estado ha ido creando una situación en la que interesa que nadie piense siguiendo aquel refrán italiano “si quieres que algo no se sepa, ni lo pienses” o aquel otro “donde todos piensan igual, nadie piensa”.

Por eso, se puede decir que en las sociedades urbanas del siglo XX, la educación estatal es uno de los elementos que ha permitido el desarrollo dependiente y, además, ha contribuido a la conformación de una masa de habitantes identificados con los símbolos del Estado. Lo que importa no es la sociedad civil, ni el asociacionismo, sino los políticos y el Estado.

Podríamos decir que desde la segunda mitad del siglo XIX y, sobre todo, a lo largo del siglo XX, se hizo popular en muchos países de Occidente la noción de que era importante educar a la gran masa de habitantes de un país, permitirles el acceso a la alfabetización instrumental, para ser servidores del Estado o del ojo que controla todo.

Esto tuvo que ver con la necesidad de construir Estados donde la población a gobernar tuviera sentimiento de pertenencia y de servicio al poder. Es de este modo que los sectores de la población pudieron mezclarse en las escuelas estatales, recibiendo una educación dirigida y sin participación social.