Alberto Martín García – La vida que dimos por hecha

Abro en mi teléfono Instagram, esa ventana a una realidad que solo cuenta la parte positiva de nuestro día a día. Desde el domingo en el que el confinamiento nos dio una tregua en forma de paseo diario o de deporte, las fotos que más se comparten en esta red social tienen a las ciudades, los familiares y los paisajes como protagonistas, no a uno mismo. Permanecer en casa durante casi dos meses nos ha hecho levantar la cabeza y redescubrir lo que llevábamos tanto tiempo teniendo delante de nuestros ojos y habíamos apartado de la mirada.

No se trata de hacer bagaje del pasado y recriminarnos que no hayamos valorado más los privilegios con los que contábamos; estamos hechos de defectos que solo vemos en rostros ajenos. Pero no hablo de privilegios materiales, hablo de los importantes: la familia, la salud, los amigos, la libertad de moverse al ritmo que uno mismo decidía… Los teníamos adjudicados de serie, de nacimiento, y nos acostumbramos dando por hecho que eran nuestra propiedad y que no tendrían fecha de caducidad.

Amamos y odiamos la normalidad a partes iguales, la necesitamos pero queremos huir de ella hacia experiencias nuevas, sin perderla de vista y sabiendo que volveremos a acomodarnos en la rutina. Pero ha aparecido un virus que ha tambaleado nuestras vidas, que nos quiere robar las pertenencias más queridas y nos sitúa en una nueva casilla de salida que no admite volver a caer en errores pasados, porque a diferencia de antes ahora sí que sabemos cuáles son, no porque nos los hayan contado sino porque hemos vivido en primera persona la sensación de que podemos perderlo todo.

No ver a un ser querido en mucho tiempo por pereza, no hacer ese viaje ahora porque ya lo haremos más adelante, enfadarse por algo absurdo, posponer un proyecto que te haría ilusión ejecutar, hablar mal del vecino en vez de valorar sus virtudes, no mirar al frente y contemplar esa puesta de sol o ese monumento que llevan años saludándote sin obtener respuesta… Son algunas de las carencias que como sociedad hemos instaurado en esa rutina como algo normal y aceptado, dejando en segundo plano todo aquello que ahora en la cuarentena redescubrimos como lo verdaderamente importante.

Es mentira que de estos difíciles meses vamos a salir mejores. Los que nos dedicamos cobardemente a escribir en vez de a decir las cosas con la voz somos especialistas en usar frases tan bonitas de cara a la galería como carentes de sentido real. No vamos a salir mejores por mucho que lo repitamos en las redes sociales porque por el camino han perdido la batalla contra el virus miles de personas que hacían las ciudades más grandes y luminosas, y ahora solo nos queda su recuerdo. Por eso es imposible, porque ellos sí que nos hacían mejores como sociedad.

Lo que sí está en nuestra mano es pulsar el botón de reinicio, el que tenemos cada uno dispuesto a ser apretado para arrancar de nuevo, para valorar lo que en muchas ocasiones hemos dejado aparcado porque agachamos la cabeza y dimos más importancia a nuestro propio mundo de horarios imposibles y pantallas luminosas, que a lo que se prestaba a ser vivido en buena compañía y sin tecnología de por medio. Ha tenido que llegar un virus traidor para recordarnos que un ‘like’ vale infinitamente menos que un brindis, o que un mensaje en Whatsapp y un emoticono no podrán jamás abarcar las funciones de un beso y un abrazo.

No demos la vida por hecha, porque ella no esperará por nadie. Ahora ya no tenemos excusa, lo sabemos.
Cuídense, queridos lectores/as.