
El pasado 4 de octubre, con solemne pompa y circunstancia, se inauguró en Roma el Sínodo sobre la Sinodalidad. La primera parte de este Sinodo, que se celebra en dos sesiones, ha concluido ahora, en los últimos días del mes de octubre. La segunda sera el próximo año, en el mes de noviembre.
Para enterarse de algo ha habido que buscar los medios habituales que informan sobre la vida de la Iglesia, porque los generalistas no le han ofrecido ni una línea. Quizás porque no se ha producido ningún escándalo y la normalidad no es noticia o quizás por nuestra habitual falta de habilidad para dar a conocer lo que hacemos. Me refiero a la Iglesia.
Para entender lo que es un sínodo nada mejor que recurrir a algo hoy casi olvidado: la etimología de la palabra. El término viene del griego y es la unión de dos vocablos: “Sin” que significa juntos y “odos” que significa camino. Así que un sínodo en un encuentro para caminar juntos. Aunque la sinodalidad está en los orígenes de la Iglesia, es el Concilio Vaticano II el que la rescató del olvido con su eclesiología de la colegialidad. Y como consecuencia, es Pablo VI el que crea la figura del Sínodo de los Obispos, como órgano consultivo para el Papa.
La novedad de este Sínodo de 2023 está en el proceso que lo ha desarrollado. Hace ahora dos años, en todas las parroquias del mundo recibimos un cuestionario en el que se invitaba a participar tanto a los feligreses asiduos como a personas que se considerasen fuera de la Iglesia o ajenas a sus preocupaciones. Las cuestiones a responder eran acerca de cómo se veía la Iglesia, tando desde dentro como desde fuera y qué reformas nos parecían más necesarias. Era por tanto una pregunta no para los obispos sino para todo el Pueblo de Dios que podría opinar sin cortapisas ni censuras.
Después de distintos procesos, se elaboró una serie de síntesis continentales. En una entrevista publicada en Vida Nueva (nº 3311) con el Cardenal Mcelroy, Arzobispo de San Diego (USA), ste destacaba los dístintos acentos que cada contienen había aportado al documento. Así, la Iglesia Latinoamericana ha dado importancia a crear escuelas de sinodalidad en la que participe el pueblo con la jerarquía; la Iglesia de Oceanía ha señalado la necesidad de reconocer los peligros para la tierra y para una vida digna que se están dando en la actualidad. La Iglesia Africana, señala el Cardenal, se ha centrado en la necesidad de que nuestra cultura eclesial fomente una verdadera conversión espiritual que lleve de la experiencia a la unión entre Escritura y tradición. La Iglesia en Asia, señaló la importancia de la visión ecuménica e interreligiosa y la Iglesia en Europa dio prioridad a la búsqueda de la unidad en medio de grandes dividiones culturales y, al mismo tiempo, pidió una acción valiente en favor de las mujeres y otras personas marginadas.
En esta primea sesión del Sínodo hemos conocido la peculiar forma de trabajo: pequeños grupos donde cada persona respondía a las cuestiones planteadas durante dos minutos y, tras cada intervención, se hacía otro de silencio orante para valorar cada aportación.
El sábado 29 de octubre se dió a conocer un comunido de los participantes, una denominada Carta al Pueblo de Dios cuyo título es significativo: “La sinodalidad es el camino de la Iglesia del tercer milenio”. No es, por tanto, una ocurrencia del Papa Francisco, como le acusan sus detractores, ni es una moda, como de forma despectiva acusan los que añoran los tiempos de cristiandad. Es la recuperación de un estilo esperanzador de ser Iglesia porque se trata de integrar en su estructura a todo el Pueblo de Dios y a dejar de identificar Iglesia con Jerarquía. Como dice la citada Carta: Por primera vez, por invitación del Papa Francisco, hombres y mujeres han sido invitados, en virtud de su bautismo, a sentarse en la misma mesa para formar parte no solo de las discusiones, sino también de las votaciones de esta Asamblea del Sínodo de los Obispos… Hemos compartido con humildad las riquezas y las pobrezas de nuestras comunidades en todos los continentes, tratando de discernir lo que el Espíritu Santo quiere decir a la Iglesia hoy.