“El campo se vengará en forma de brutal encarecimiento de la cesta de la compra”

Manuel Pimentel, ingeniero agrónomo, doctor en derecho, editor y escritor

Manuel Pimentel
Manuel Pimentel

Manuel Pimentel nació en Sevilla en 1961. Ingeniero agrónomo, licenciado y doctor en Derecho, dejó atrás su experiencia como político –fue ministro de Trabajo y Asuntos Sociales con José María Aznar en la Moncloa– y fundó la editorial Almuzara, que está a unos meses de cumplir 20 años, con cuatro mil títulos publicados que engloban literatura, ciencia, ensayo, divulgación y poesía. Acaba de escribir ‘La venganza del campo’, una recopilación de artículos que ahora se ven premonitorios ante las protestas generalizadas de los agricultores de estas semanas.

El próximo jueves 14 de marzo estará en Segovia dentro del Congreso Empresa más Finanzas que organiza la Fundación Caja Rural.

-¿De qué se va a vengar el campo?

El campo se vengará en forma de brutal encarecimiento de la cesta de la compra de una sociedad europea, eminentemente urbana, que lleva décadas despreciándolo.

-¿Por qué esta subida de precios?

La globalización y la concentración de la distribución ocasionaron un histórico descenso del precio de los alimentos, al punto de que los europeos disfrutamos de 2000 a 2020 de la alimentación más barata de nuestra historia. Eso hizo que la sociedad europea – eminentemente urbana – se olvidara de los agricultores, primero, y los considerara enemigos del medio ambiente, después. Todas las normas que se aprobaron restringían, limitaban, encarecían la producción agraria, al tiempo que arruinaba a los agricultores. Desmantelamos nuestro sector agrario. Ahora, que la desglobalización y los conflictos internacionales encarecen las importaciones, nos encontramos con que habíamos entregado la llave de la despensa de los europeos a terceros países. Los alimentos suben y seguirán haciéndolo mientras despreciemos y ataquemos a nuestra agricultura.

-¿Qué es la Agenda 2030? ¿Es una filosofía, es un logotipo? ¿Qué es? 

Se trata de un conjunto de objetivos, bienintencionados, convertidos por algunos en una religión totalitaria y por otros, en un chivo expiatorio. El problema no son esos objetivos, sino los extremismos que se ocultan a su sombra.

-¿Cuál es su posición respecto a la Ley de Restauración de la Naturaleza? 

Respetar, conservar y mejorar el medio ambiente es una responsabilidad insoslayable para todos. Pero hay que equilibrarlo con el derecho de los europeos a disponer de una despensa variada, sana y a un precio razonable. En ese equilibrio reside la virtud. Manteniendo muchos de sus principios, habrá que adaptar esa ley y la PAC a los requerimientos de una estrategia alimentaria europea.

-¿Considera que se produce dumping entre los países al carecer de una misma normativa? ¿Hay voluntad de combatir esto? 

Soy partidario de la máxima libertad comercial posible, pero con transparencia y con las mismas reglas de juego y de exigencias para todos. Desgraciadamente eso no sucede hoy, tienen razón los agricultores en sus protestas.

-Ahora mismo en Europa hay una división política entre los conservadores y los llamados progresistas, ¿Puede hacer una radiografía de las diferencias entre ambos? 

Todos los gobiernos europeos, de un signo u otro, han cebado la venganza del campo. No se trata de un problema tan solo político, es mucho más profundo, se trata de una dinámica sociológica que debemos enmendar, porque si no lo hacemos, caminaremos hacia el suicidio alimentario.

-La falta de una política del agua en nuestro país, ¿qué consecuencias va a tener? 

Pues el encarecimiento progresivo de los alimentos, ya que cada vez será precisa una mayor producción agraria pero con menos tierra, que deberá ser regada. Además, restricciones urbanas incomprensibles en un país en el que sobra agua, que podríamos gestionar de manera mucho más eficiente y de manera sostenible, además.

-Segovia es una provincia en la que el peso de la ganadería es muy importante, ¿Por qué lo tienen cada vez más difícil? 

Además de los problemas generales de falta de relevo generacional, de mano de obra, de dureza de la faena y escasa rentabilidad,  nos encontramos con que la ganadería es especialmente despreciada y atacada. Los ganaderos son los más perjudicados e incomprendidos en esta paradójica sociedad actual, que quiere alimentación sana, en la que la proteína animal es indispensable, pero sin ganadería, ni granjas ni mataderos. Y, claro, eso no funciona. Además, son víctimas de ataques injustificados por parte de un animalismo extremista.

 -¿Por qué en España, principal país productor de aceite de oliva virgen, hemos llegado a tener los precios más caros de Europa? 

Los importadores de terceros países hacen contratos de largo plazo, compraron antes de que el aceite de oliva subiera con fuerza en España. Cuando aquí baje, ellos tendrán, por esa misma lógica, precios más altos. Ocurre con mucha frecuencia, lo que ha pasado en esta ocasión es que la subida fue muy fuerte.

      -¿Qué demandan los agricultores estas semanas? ¿Por qué estas protestas generalizadas, no sólo en España sino también en Europa? 

Los agricultores manifiestan su desesperanza, su deseo de sobrevivir. Quieren decirnos que no pueden más, que se sienten despreciados, perseguidos por una sociedad y unas leyes que desconfían de ellos y que los aplastan con normativas intervencionistas y absurdas.

– ¿El problema se reduce a los bajos precios que se pagan en origen? 

El problema es mucho más profundo, como hemos anticipado. Aparte de su escasa rentabilidad, los agricultores se han visto ignorados al principio, despreciados después, para pasar a ser señalados con el dedo acusador de una sociedad que los considera como enemigos del medio ambiente y maltratadores de animales. Sin prestigio, arruinados, trabajando de sol a sol, los jóvenes no quieren trabajar en el campo y se abandonan fincas y explotaciones. Es un problema muy grave que terminaremos pagando y sufriendo todos, si no le ponemos solución.

-¿Es incompatible el cuidado del medioambiente con las demandas de los agricultores? 

Tenemos que conseguir un equilibrio entre la sostenibilidad irrenunciable y la alimentación imprescindible. Creo que se puede conseguir si nos podemos a trabajar, con consensos y sin aprioris de ninguna de las partes. Nos jugamos mucho en ello. Pero, al mismo tiempo, nadie parece protestar cuando las ciudades crecen, se construyen centros comerciales, hospitales, colegios, universidades, equipamientos sociales y deportivos, étc, étc…, que ocupan terreno y destruyen por completo, bajo una capa de hormigón, toda la vida existente. ¿Por qué somos tan exigentes con la agricultura y tan laxos con las inversiones e infraestructuras? Pues porque la sociedad es urbana, tiene sus prioridades y no se ha preocupado por la alimentación. Pues advertido queda, si no cuidamos al campo y a sus gentes, la venganza del campo será terrible.

-¿Cuáles son las medidas que habría que tomar de manera inminente para revertir esta situación? 

Trabajar en una estrategia alimentaria europea, al igual que ha ocurrido con la energética, que incorpore a la matriz de decisión, además de la sostenibilidad, el derecho de los europeos a una alimentación variada, sana y a un precio razonable. Para ello, agricultores y ganaderos son parte de la solución, que no del problema.

-El fenómeno de Holanda con el partido BBB, el partido de los campesinos, que arrasaron en las elecciones provinciales de marzo del 2023, se puede generalizar en el resto de Europa?  

Cada país presenta sus propias singularidades sociológicas y políticas. Creo que tenemos que tomar buena nota de la general protesta de los agricultores en toda Europa, que demuestra que nuestra agricultura muere sin remedio si no hacemos nada por ella.

 

La venganza del campo

«No sabemos cuándo llegará, pero más pronto que tarde se presentará entre nosotros con sus fauces abiertas sedientas de venganza. Durante décadas, lo hemos despreciado, humillado, pisoteado. Al campo, a la agricultura, a la ganadería, y al conjunto de sus gentes. «Sector primario», lo definíamos, como sinónimo malicioso de elementales, primitivos, básicos. La sociedad posmoderna ignoraba a los productores agrarios, a los que benignamente sólo toleraba como cuidadores de un medio ambiente en el que solazarse. El campo ha desaparecido del debate público. Oímos a los políticos y a los gurús desgañitarse en el debate de la economía del futuro. ¿Alguien los ha oído alguna vez nombrar la agricultura? No. El campo ya no existe para las mentes pensantes. Todas dan por hecho que los productos agrarios sanos y baratos seguirán inundando los mercados. Se equivocan. Más pronto que tarde, el campo se vengará en forma de escasez de alimentos, que subirán de precio de forma brusca e inesperada. Que nadie se queje entonces. Entre todos estamos incubando ese monstruo a base de desprecios y desdén.

Lo llaman cadena de valor. El precio final que paga el consumidor debe retribuir a la cadena de supermercados, al fabricante, al transportista, al almacenista y, finalmente, al agricultor. ¿Adivina quién es el que menos percibe de esta cadena? Pues ha adivinado, es el que está al final, el proveedor de la materia prima, el más débil a la hora de negociar. Le dan tan poco que ni siquiera se le permite cubrir gastos. Pongamos un ejemplo. Una camisa de algodón que cuesta cien euros apenas si tendrá unos céntimos de hilo de algodón. Todo se queda en la marca, el diseño, los transportes, el comercio, el valor añadido de la cadena, los impuestos, etc., etc. El costo de la materia prima agraria o ganadera es irrelevante. Y, a perro flaco, todo son pulgas. Entre todos exprimen sin piedad al agricultor, que impotente contempla la progresiva ruina de sus economías y familias.

Mientras esto ocurre, la expansión de las zonas urbanas e industriales —ubicadas normalmente sobre las tierras más fértiles— continúa devorando implacablemente la superficie agrícola y la proliferación de infraestructuras civiles sigue arañando miles y miles de hectáreas cada año de tierras de cultivo. El factor tierra también se reduce por el crecimiento de instalaciones de energías renovables. Los paneles y los molinos también restan hectáreas de cultivo y pastos. Se nos podría contraargumentar que aún existen tierras abandonadas o vírgenes, pero la verdad es que son más escasas de lo que podemos pensar. Casi toda la superficie que se puede cultivar ya se cultiva, y el resto, o es infértil o se encuentra protegida. No podemos basar nuestro desarrollo en la deforestación masiva de los escasos bosques y zonas salvajes que nos restan. Lentamente, cada vez tenemos menos tierra para labrar.

El segundo factor básico es el agua y aquí el futuro es aún más sombrío. La cantidad de agua destinada a la agricultura disminuye año a año. Más allá de sequías y cuestiones climáticas, que obviamente también la limitan, el ingente consumo urbano, turístico e industrial del agua —todo ello antepuesto al agrícola— hace que cada año los agricultores dispongan de menos agua para sus cultivos. La escasa rentabilidad de sus producciones también limita al máximo su consumo.

Es en el tercer factor, las técnicas de cultivo y la investigación de las variables de producción, donde aún podemos cifrar nuestras esperanzas. Aún queda camino por recorrer para optimizar regadíos e incrementar la productividad por hectárea. Pero los actuales precios basura impiden financiar la innovación. Tan solo si el campo vuelve a la rentabilidad, la investigación podrá azuzarse.

Todos los alimentos —y digo bien todos— provienen del sector primario. Ni toda la química ni la electrónica del momento han logrado producir ni un solo gramo para comer. Y parece que hemos olvidado algo tan elemental como que tenemos que hacerlo todos los días. No debemos permitir que el campo siga muriendo. Los precios deben reajustarse y, en los planes económicos, el sector primario debe tener un peso propio. Algunos países, como China, están comprando masivamente tierras en terceros países. Quieren inmunizarse ante la venganza del campo. ¿Qué hacemos nosotros? Pues nada. Así nos irá.»

Extracto del libro. Artículo publicado el 19 de agosto de 2009