
El Museo Zuloaga de Segovia custodia una amplia variedad de documentación sobre la vida y obra de Daniel Zuloaga (1853-1921), el genuino inquilino de la antigua iglesia de San Juan de los Caballeros en Segovia, quien entre fines del siglo XIX y las dos primeras décadas del siglo XX pretende convertir, y así lo consigue, el trabajo de la cerámica en un arte en el contenido preciso del término. “Soy ceramista” es el lema que exhibe en la alhacena del comedor de su vivienda, haciendo presente a cualquier visitante, que, como el escultor o el pintor, el ceramista también puede ser un elegido de las Musas. Zuloaga exige la emancipación de la destreza artística con respecto del simple laboreo mecánico del barro, donde le modelado, la decoración y el horneado se erigen como una auténtica disciplina artística. Y a ello dedica su vida.

Ahora bien, alcanzar ese tozudo colofón, acaso un pretencioso antojo para los más intransigentes, exige no solo de la maestría en la técnica, o de la absorción por vía del eclecticismo de las múltiples maneras de entender la plástica que campean en la Europa finisecular de la Belle Époque y el Art Noveau, y que lleva a Zuloaga a coquetear con el modernismo, el neorrenacentsimo o el orientalismo en sus primeras producciones, de la Fábrica de la Moncloa en Madrid –estamos en 1877– o del Laboratorio de la fábrica de loza de los hermanos Vargas ya en Segovia –llegamos ya a 1893-. Reclama también la construcción y experimentación de toda una metodología para que conceptos, temas y técnicas se conjuguen de un forma acertada en una obra que quiere declarar algo más personal, o que puede servir a satisfacer la demanda de un taller en crecimiento.

Tal proceso se entiende mejor si observamos la versión de Zuloaga como artista implicado en la reflexión del 98 y el regeneracionismo, donde más allá de las elegantes, satisfechas y refinadas formas de los estilos decorativos europeos que se filtran en la estética hispana, emergen con su rotundidad, fuerza y altanera simpleza el paisaje y paisanaje castellanos, esencialmente segovianos. Escenarios del ámbito ya urbano, ya rural, con sus capas y manteos, sus casttillos e iglesias o sus fiestas y festejos, congelados en un estatismo que duda entre el conformismo o la crítica social. Es en estas producciones, empujadas desde la instalación y primer encendido del horno de San Juan de los Caballeros, en 1907, donde se rastrea mejor ese proceso creativo, gracias a que se conservan no solo las reflexiones de cómo veía el artista de barba bíblica el mundo que le rodeaba, a través del tesoro epistolar del Museo Zuloaga, sino también el material gráfico que atiende los diferentes pasos de construcción de la pieza consumada como obra artística –es una producción que incluye desde piezas arrojadas desde inspiraciones más personales hasta otras, numerosas, que sirven a la satisfacción de un gusto obcecado en ciertos temas y estéticas-. Así, bocetos y dibujos preparatorios desfilan en ese archivo Zuloaga, paso previo a la plasmación del tema costumbrista en la jarra, el plato o el panel cerámico, donde las imágenes de Segovia y sus gentes van a alcanzar la garantía de su contemplación futura.
Pero el modelo de tales imágenes nace no solo de la observación directa del artista de esa Segovia y sus gentes en la ciudad del Eresma y en los pueblos de la provincia que visita, ya sea a la búsqueda de componentes para la composición simple o de escenas, ya sea para el disfrute de una buena pitanza, de una fascinante corrida de toros en el coso efímero habilitado entre carros y talanqueras, o de cualquier otra visita con otros propósitos mundanos. Nace también de la cámara fotográfica, a la que Daniel Zuloaga hace compañera indispensable de excursiones y viajes, convertido en fotógrafo aficionado.

Con la fotografía Zuloaga capta la imagen, ya sea individual, ya sea coral, de lo que le interesa. Y en el taller de San Juan la imagen se deriva a la composición del boceto. De aquí al calco. Luego a la pieza. Si bien, las escenas que decoran las obras de Zuloaga no son una mera proyección de lo captado en el objetivo, pues Daniel combina los modelos que le sirven las imágenes para crear sus propias composiciones. Así, donde en la fotografía el fondo es una calle de Carbonero el Mayor en un cortejo de bautizo, en la pieza este último se destaca en el espacio urbano de Ayllón. Donde en el placa cerámica tras dos segovianas se eleva escenográficamente la Catedral de Segovia, en la foto donde capta el modelo las mujeres transitan por una anónima calle segoviana. Incluso su colaboración con Joaquín Mª de Castellarnau permite que ambos desarrollen un método para transportar la imagen fotográfica a la cerámica.
Este proceso creativo, desde la fotografía al barro, con presentación de fotografías, bocetos, calcos y piezas ha centrado la atención de dos exposiciones -Daniel Zuloaga. Soy ceramista y La Función. Aguilafuente y Daniel Zuloaga- que se han presentado en el último año en el Museo Zuloaga con motivo de la celebración del Centenario Daniel Zuloaga 1921-2021 que la Junta de Castilla y León está desarrollando con motivo del centenario del fallecimiento del artista. Cuestión a la que también va a prestar la exposición Visitando la Plaza. Turégano y Daniel Zuloaga, que se presentará en breve.
Ahora, ya solo es el recurso fotográfico en el que se centra la exposición Daniel Zuloaga. El triunfo de los cotidiano, que se acaba de inaugurar en el Museo de Segovia, muestra comisariada por Aku Estebaranz. En este ocasión, la base del material de exposición lo constituyen una cuarentena de reproducciones fotográficas de los positivos de la colección de placas originales de Zuloaga, restauradas en el Centro de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de la Junta de Castilla y León. La selección de imágenes se concreta en la temática que titula la muestra, la fotografía de lo cotidiano para captar las imágenes que le llevan a la creación de modelos y la realidad del entorno, ese escenario que es fruto de un escrutinio en cuanto reflejo del alma y el espíritu de las gentes, pueblos y paisajes de Segovia. Un espacio fotográfico protagonizado por personas de toda clase social, desde los pertenecientes a las capas más humildes, del campo y la ciudad, hasta las más acomodadas, así como compañeros, amigos e intelectuales de la época. Algunas son imágenes de retrato, severas y con cierta gravedad, como la del catedrático Artigas y Corominas, otras son más cercanas, pero de gran fuerza y vehementes, como las que se ocupan de mujeres gitanas. Y, por supuesto, esa atención a las personas también explora el ámbito familiar así como el trabajo en el taller, con los trabajadores y ayudantes, con gran protagonismo de los hijos, en especial Esperanza, Teodora y Juan, cómplices permanentes del padre artista, en el propio edificio de San Juan de los Caballeros, con su aspecto exterior arruinado y ornamentado con la colada del día o envuelto en el humo de la chimenea de los hornos a pleno funcionamiento, y un interior engalanado con las piezas de exposición, las colecciones de antigüedades y mil artefactos y objetos, dispuestos en las paredes siguiendo el horror vacui propio de la decoración y exhibición del momento. También lo cotidiano embauca lo segoviano, con esos pueblos, paisajes y acontecimientos poblados por tipos populares, materia prima de esa producción regionalista, que se alcanza sobrevolando sitios como Cuéllar, Ayllón, Mazagatos, Escalona del Prado o el cañón del Duratón, en escenas de excursión y paseo, o de lavadero, feria de ganado y abrevadero. Y, finalmente, la exposición atiende lo cotidiano artístico, la fotografía del proceso creativo, con la diversidad de técnicas y planteamientos decorativos, y los mil resultados, placas, cuencos, tibores, esculturas o altares. En suma, una exposición que a través de la atención que Daniel Zuloaga presta a la Segovia de su tiempo, permite ahora al curioso visitante acercarse a unas gentes y un momentos ya pasados. El redescubrimiento, insistimos, de una Segovia en gran parte ya desaparecida.