Collar de vidrio de Nieva del siglo XVIII

La festividad de Santa Águeda se viene celebrando en numerosas localidades del panorama español, pero es la heroica Zamarramala la que gana la batalla. Sus alcaldesas son el orgullo de la fiesta. Ellas lucen lo mejor, gracias a que todas las familias del pueblo prestan para el gran día lujosas prendas y joyas, pues no todas cuentan con esa posibilidad en sus casas. Allí nunca se ha negado nada para un día tan especial. De esta forma comenzaba de siempre todo un ritual en vestir cada una de las prendas y coser, con mucho esmero, las alhajas que han de cubrir completamente el pecho y así se ha venido repitiendo año tras año por aquellas mujeres que engalanan a la que servirá a la Santa.
En 1839, es Jose María Avrial el que describe el traje que lucen las aldeanas de Zamarramala en este día de fiesta, pero vamos a centrarnos en la parte que hace mención a la joyería, y dice así: “Su cuello adornan muchas sartas de corales con dijes y relicarios con los santos de su devoción, que todos son más ó menos feos, y de sus orejas penden grandes arracadas”.
Faustino Huertas Jordán (Secretario del Ayuntamiento de Zamarramala) lo hará en 1865: “zarcillos de tres gajos, anillos y cruz de oro con brillantes, corales, medallas y relicarios de plata y un cristo de este último metal, al que el vulgo da el nombre de Cristo tripero, sin duda porque le llevan colocado en la parte anterior de la cintura”.
Los conjuntos de orfebrería que encontramos en estos textos, han quedado como testimonio fotográfico en una sala del Centro Cívico “La Pinilla”, gracias a las familias zamarriegas que han aportado la tradicional fotografía de cada pareja de Alcaldesas que fueron en su año y que abarca desde 1920, conformando una importante colección documental.
Quien haya llegado a conocer estas coraladas, collaradas y demás aderezos, sabe perfectamente distinguirlas en estas fotografías y comprobar cómo cada año aparecían nuevamente debajo de la toca de otra Alcaldesa, gracias a la generosidad de ciertas familias del pueblo. También podemos comprobar los cambios y evolución que ha habido a través de los años a la hora de disponer las joyas sobre el cuerpo, así como los nuevos enfilados y añadidos por rotura del collar.
Los corales, como así los llaman cuando los periodistas piden a estas mujeres que expliquen que es lo que van añadiendo a la alcaldesa sobre su jubón, lo constituyen 3 hilos de coral (rubrum) entre los que se intercala una pieza de plata a modo de carrete. El uso del coral viene de antiguo, y se le atribuye poderes mágicos y curativos. Así ya en el siglo XVI se le prescribe para la epilepsia, flujo de sangre, vómitos, alunamiento, además que libra de rayos y ahuyenta tempestades. Todo un ungüento amarillo.
Junto con los corales hay otras collaradas, unas en las que mezclan cuentas de laspislázuli con vidrio y otro tipo de collar que solo lo componen cuentas de vidrio, pero que al tener algunas un color azul, erróneamente lo confunden y generalizan con la gema lapislázuli. Lo mismo pasa muchas veces con collares en los que por el hecho de que las cuentas sean de color rojo, lo llaman coral, pero en realidad son cuentas de vidrio, material muy usado y a la vez desconocido en nuestra joyería tradicional.
De estos collares en los que abundan las tonalidades azules cuelgan multitud de medallas, como bien decía Avrial, “con los santos de su devoción”, y algún relicario. Aparte de las importantes advocaciones segovianas como son la Fuencisla, el Henar, la de Nieva, Hornuez, conjugaban otras como la del Risco, Medinacelli, Santiago, Pilar, San Antonio, Guadalupe, etc. que encontramos a su vez, en otro collar llamado el Rosario, hoy en día desaparecido y cuyas cuentas las denominaban ojo de lagarto, clara referencia al uso de gemas de color acaramelado (pudo ser una variedad de ágata a la que se considera un amuleto contra las enfermedades de las mamas). También puede sorprender la aparición entre tanta medalla religiosa de algún elemento pagano como puede ser la concha cyprea, utilizada como amuleto que propiciaba la fecundidad y que se asocia desde muy antiguo a lo femenino. Una higa atada al collar, pues se ha desprendido del casquillo de plata que cuelga entre el resto de piezas y que protege del mal de ojo, pero que a su vez, está realizada en un mineral llamado venturina cuya característica es que cuenta con unos puntos o reflejos dorados que distraen a aquella persona que intenta hacer un mal de ojo, provocando que el ojo se desvíe y no pueda concentrar ese daño hacia la persona en cuestión. Doble eficacia ante cualquier mal. También encontramos un broche de plata desparejado de alguna capa o dalmática al que le pueden haber otorgado algún tipo de finalidad, ya sea estética o mágica.
No faltaba el Cristo de Burgos entre las importantes cruces que han llevado otros collares que existieron en el pueblo, símbolo protector por excelencia para cualquier cristiano. Una de esas cruces caía sobre un lazo de seda roja, al que ya se ha referido anteriormente como Tripero y que como decían las mayores del lugar, su finalidad consistía en que la Santa protegiera al hijo en caso de que la mujer se encontrara en estado de buena esperanza. Desde luego, aquí podemos ver un símbolo de fecundidad que ya viene de antiguo. En otras regiones -como León- hay piezas que se conocen como preñaos y coincide su ubicación a la altura del vientre, como aquí sucede.
No podemos olvidar como complemento indispensable de una Alcaldesa de Zamarramala los dos lazos de rigor, mal llamados veneras y que viene a ser una cruz de oro y diamantes en talla rosa, formados por tres cuerpos (lazo, trecho y la propia cruz) o en algún caso, lo que ha quedado por el paso del tiempo. Tampoco podemos pasar sin hablar de esas arracadas, los pendientes de tres gajos de aljófar que rematan en una bola de oro y las gargantillas al cuello, pero que su material auténtico tendría que ser aljófar que es la perla tradicional por antonomasia, junto con cuentas de oro.
En 1959, una de las Alcaldesas de Zamarramala lucía una cadena de plata de donde cuelgan relicarios, medallas, etc. Estas cadenas de plata son bastante comunes en nuestra joyería tradicional, pero que aún resultan muy desconocidas.
En el texto que acompaña al grabado realizado del cuadro de Antonio García Mencía “Baile en Santa María de Nieva” en el periódico “La ilustración de Madrid” de 1872, repiten el mismo tipo de joyería que hemos estado viendo hasta ahora, pero además añade: “… y por último rodea sus joyas una gruesa cadena de plata de la que pende un crucifijo cuya argentina blancura, se destaca sobre el fondo negro del delantal. La gruesa cadena que lleva al cuello es tan larga como pudiera serlo la de la esclava; pero hoy la lleva con el crucifijo, y como en gala de que ninguna otra mujer ha tenido más consideración que la de Castilla”.
El autor destaca esta pieza tan nuestra y que vamos a poder ver en numerosas fotografías de aquellas retratadas al estilo del país. El padre Benito de Frutos, Otto Wunderlich o Jean Laurent, por citar algunos de esos fotógrafos plasmarán con sus cámaras a mujeres segovianas que llevan esta importante joya.
Quien este metido un poco en harina ya estará visualizando al grupo de briqueras en el año 1926. Acudieron al “Concurso provincial de tambores y dulzainas, trajes y bailes del país y comparsas de danzantes” que se celebró en la plaza de toros de Segovia con los trajes de las Camareras de la Virgen del Pinar que son inconfundibles por la opulencia de sus joyas, cuajadas por completo, donde las cadenas de plata hacen acto de aparición. Al igual pasa con la representación segoviana que acude en 1878 a la boda de Alfonso XII en Madrid donde volvemos a verlas en todo su esplendor. Podían ir con algún tipo de colgante entre los eslabones o exentas de ellos. Hay que poner en valor la magnífica cadena que adorna la carroza de la Virgen de la Cruz en Escalona del Prado con multitud de colgantes tradicionales. Muchas de estas auténticas joyas podemos encontrarlas en los Tesoros que conservan muchas advocaciones y que han sido donadas por el fervor de la gente del pueblo.
En 1869, en el periódico “El Museo Universal” aparece el grabado de “Una churra en traje de fiesta yendo al baile” y que Antonio García Mencía va a representar de una forma muy similar a una segoviana en otro grabado de 1874. La mujer que aparece corresponde a una aldeana de Olombrada. El texto que acompaña describe lo siguiente: “… llevan al cuello una cruz oculta por muchos collares de varios tamaños y una gran sarta de medallas”.
Si observamos el grabado, parece acubre el pecho donde es normal que no se vea la cruz, ni tan siquiera las medallas porque hay afán absoluto por acumular, sin dar un margen de respiro entre collar y collar. Creo que este grabado es un buen ejemplo para dar una explicación al porqué de tanta joyería.
Esta mujer desafía al espectador, mostrando todo el lujo a su alcance en un día festivo. Se siente cómoda ante la mirada y se deja observar. Se luce porque tiene todo el protagonismo con ese primer plano y está engalanada con lo mejor, seguramente en el pueblo sea la hija de un rico labrador o de gente de posibles, ya que destaca como ninguna.
Bien, aunque este tema de la joyería tradicional se podría alargar y ramificar, diremos que en esta mujer podemos entender perfectamente que motivación hay en tanta acumulación y la respuesta tiene tres motivos principales. Por un lado, debemos entenderlo como algo estético, belleza. Por otro lado, está mostrando su estatus social, cuantas más joyas y de mayor calidad, su nivel económico es mayor al del resto del pueblo, mostrando su jerarquía. Pero la función principal de todas esas medallas, cruces, relicarios y demás colgantes tiene un motivo de protección sobre la mujer. Tenemos que contextualizar en que eran épocas donde la superstición estaba muy presente y una mala mirada podía hacer daño, incluso causar la muerte. Así que esa mezcla de corales al que ya hemos dicho que se le atribuía poderes mágicos y curativos, la medallas de los santos que protegen, el propio material que en ocasiones se utiliza como las ágatas, la venturina, pizarras de Nieva, el azabache, la serpentina, etc. hacen que la poseedora se refugie en un halo de protección hacia su persona y pueda sentirse segura del posible mal que puedan intentar ocasionar.
No podemos terminar sin mentar las pizarras de Nieva con la imagen cincelada de N. S. de Nieva en su camarín, pues en torno al santuario debieron de existir talleres durante el siglo XVIII que se dedicaron a la producción de relicarios, cruces, placas y amuletos en pizarra. Si recordamos la leyenda sobre el origen de la aparición de la Virgen, fué debajo de unas lascas de pizarra donde se encontraba, por lo tanto, este material ya se convierte en un profiláctico y si -además- se le añade la imagen de la Virgen, es una doble garantía.

(*) www.indumentariatradicionaldesegovia.blogspot.com