Aunque le llamamos acacia, el nombre científico del árbol es Robinia pseudoacacia. Llegó a Segovia en el último cuarto del siglo XIX, y con tal fuerza, que llenó cuántos huecos pilló desarbolados, un hecho que ciento cincuenta años después hace que podamos encontrarles un poco por todas partes -alineados, en grupos o aislados-, aunque nunca con la esplendidez que tuvieron sino convertidos, la mayoría, en girones y sombra de lo que fueron. Están en los paseos del Salón y de Santo Domingo de Guzmán; en el valle del Clamores, en San Millán, en el Vallejo y en el tramo que cae fuera de las murallas de la calle del Doctor Velasco; las hay en jardines abiertos, como los de La Merced, Los Huertos y Reina Victoria; delimitando el picadero del entorno de San Juan de los Caballeros o en jardines cerrados como los de la Academia de Artillería, Santa Cruz e Instituto Mariano Quintanilla.

Mi recuerdo para las acacias que conocí espléndidas
Flores de acacia “Pan y quesito”./ JUAN MANUEL SANTAMARÍA

Mientras se iban extendiendo por tantos lugares, Marceliano Álvarez Cerón, uno de los fundadores de la Universidad Popular, escribía si no los veía: “Añoramos -de sentimentales que somos- una voluptuosidad de acacias en flor, esos árboles embriagadores de perfume, vestidos tan de blanco, tan de amor, tan de pureza, que se dijera dormido en el ramaje, entre los rosetones púdicos, el más ingenuo de nuestros amoríos” .

Mi recuerdo para las acacias que conocí espléndidas
De las acacias que hubo ante la fachada del Colegio de M.M. Jesuitinas sólo queda esta imagen./ JUAN JOSÉ BUENO

La plantación de acacias mejor planeada y resuelta fue la que se consiguió en la Plaza Mayor con la acacia de sombra, Robinia pseudoacacia variedad Umbraculífera, distinguible en la especie por tener copa ancha y redondeada, carecer de espinas y echar tarde la hoja. Tan de la Plaza ha sido que, durante más de una centuria, su verde oscuro se hizo uno con los colores de ese corazón del caserío urbano, que todavía es centro de la ciudad, aunque cada vez menos, ya que con “oras”, multas y demás restricciones se está consiguiendo que muchos ciudadanos se vayan alejando de ella.

Mi recuerdo para las acacias que conocí espléndidas
Acacias de sombra delante del ábside de la catedral. Tarjeta postal./ HAUSER Y MENET

Hay que decir, sin embargo, que estas acacias llegaron tarde al que durante siglos fue un espacio diáfano, utilizado para actividades comunitarias de todo tipo, pero desigual en su arquitectura y desangelado como escenario. Así nos lo dejan entrever estos ripios jocosos escritos por el periodista Vicente Rubio en el semanario La Tempestad el año 1880:
“¡Oh, plaza! Elogiarte quiero,
más me quitan la ilusión,
tu alumbrado, tu mesón,
tus baches, tu buñolero…”
Su transformación se inició, de forma tímida, con la plantación de acacias de sombra en torno al ábside de la catedral, el año 1910. Unas pocas, pegadas a la verja angular que cerraba la propiedad catedralicia, que ya aparecen en una tarjeta postal de Hauser y Menet y en una fotografía sin fecha, pero anterior a 1915, pues, por lo que vemos en ella, todavía no se habían derribado las viejas construcciones sobre las que se alzaría la Casa Larios, comenzada entonces.

Mi recuerdo para las acacias que conocí espléndidas
Las acacias de la elipse rodeadas de las tablas con las que se protegen los árboles recién plantados./ EMILIO GUINEA. AMM, DE VITORIA GASTÉIZ

Para que se transformase la parte central hubo que esperar a1917, cuando un concejal propuso “que la glorieta de la Plaza Mayor se circunde o rodee de una cinta elíptica de adoquín largo; que la pavimentación del interior de dicha glorieta sea de detritus de piedra procedente de las canteras municipales del Cerro de la Horca y que se complete esta obra con la instalación de asientos y bancos y, si se quiere, con la plantación de algunas acacias”. Ese “si se quiere” puesto al final y sin mucha convicción, parece indicar que quien hacía la propuesta no confiaba mucho en que llegara a término; pero, aunque los árboles tardaron todavía cinco años en ponerse, la reforma fue un hecho. Se comenzó dibujando una elipse con ese encintado de granito que muchos recordamos, porque ha sido eliminado hace poco tiempo, se pusieron asientos y en los alcorques, en el año 1922, se plantaron unas acacias de sombra que se unieron a las que el cabildo catedralicio había puesto en ese minúsculo pero agradable espacio verde pegado al ábside de la catedral.

Mi recuerdo para las acacias que conocí espléndidas
Dos viejas acacias en El Salón./ JUAN MANUEL SANTAMARÍA

Crecieron sin complicaciones y su evolución puede seguirse en las fotografías y postales que reproducen imágenes de la plaza en distintas épocas, bien en estampa invernal bien en verde verano.

Mi recuerdo para las acacias que conocí espléndidas
Las acacias de sombra de la Plaza en día de nieve./ JOSÉ MARÍA HEREDERO

Los segovianos buscaban su sombra cuando acudían a escuchar aquellos inolvidables conciertos dominicales que la Academia de Artillería daba en el kiosco. La chiquillería intentaba alcanzar el “pan y quesito”, de sus flores delicadas, blancas, de aroma suave y un punto dulces en la base de sus pétalos. Sus ramas acogían el vuelo de las lavanderas blancas en las tardes otoñales. Y sus troncos, al envejecer, por formas, cicatrices y texturas, pasaron a semejar esculturas concebidas por un abstracto imaginativo.
Pero los años no transcurren en balde ni siquiera para las acacias de sombra. Algunas enfermaron atacadas por un mal que, empezando por secar varias ramas, continuaba implacable hasta acabar con el árbol.

Mi recuerdo para las acacias que conocí espléndidas
Con cicatrices, 113 años después./ CARMEN GARCÍA

Y aquí volvió la mala suerte para el conjunto. Sólo se talaron los ejemplares más dañados, dejando en pie los que se suponía que podrían recuperarse, haciendo convivir acacias corpulentas y enfermas con jóvenes plantones, algunos de los cuales enfermaron también. En estos últimos años, la sensación que tenía el ciudadano contemplando ese arbolado es la de que un espacio tan señalado como la Plaza Mayor, si cada vez menos centro de la ciudad todavía su espejo, no recibía toda la atención merecida.

Mi recuerdo para las acacias que conocí espléndidas
La plaza sin kiosko, muchos automóviles aparcados y las acacias con vacíos./ P. BLANCO

Hubo un tiempo en el que las acacias se plantaron con profusión en Segovia, aunque hoy no lo parezca pues están en franca regresión frente a otras especies. Nunca se pusieron bien alineadas, salvo las acacias de sombra y, como no son muy longevas, bastantes se han ido cortando. De las centenarias, se han talado las de la elipse de la Plaza Mayor, sustituidas por ejemplares jóvenes; también se talaron las de la plazuela de San Facundo, las que había junto al colegio de las Madres Jesuitinas… En el Salón se talaron todas menos tres, en el jardín de la Merced todas menos dos y en la plazuela del Alcázar todas menos una. De su existencia quedan imágenes en fotografías, aunque éstas, en algún caso, sólo nos dejan ver pobres fragmentos como unas ramas o parte de un tronco.

Mi recuerdo para las acacias que conocí espléndidas
La acacia más vieja de la ciudad, con las ramas de la copa secas./ JUAN MANUEL SANTAMARÍA

Las ciudades, si están vivas, cambian continuamente. No debe preocupar de manera especial que unos árboles desaparezcan mientras se pongan otros que los sustituyan. Pero las acacias de sombra… Formaron parte de los paisajes de mi juventud y noto su falta. No digamos con qué nostalgia busco su imagen en los vacíos que han dejado en la Plaza Mayor y en los demás espacios que ocuparon.

(*) Académico de San Quirce
porunasegoviamasverde.wordpress.com