
Cuando se repobló Segovia allá por los años finales del siglo XI, nobles y clérigos ocuparon extensas propiedades sobre las que edificaron y en las que cultivaron mucho de lo que necesitaban, consiguiendo así una ciudad sostenible, concepto vacío de contenido, pese a lo mucho que se cacarea, en la actual aldea global. Si el terreno cultivado era pequeño se llamaba huerto y si era grande, huerta, hecho que ha dejado huella en la toponimia local y del que no se libró ni el soberbio Alcázar de los monarcas castellanos que, entre las rocas en las que se asienta y el río Eresma, tuvo la que los segovianos han llamado Huerta del Rey, por más que no faltaron artistas, en exceso imaginativos, que la vieron como palenque para torneos medievales.

Quedan vestigios arqueológicos del viejo sistema de riego de esta huerta que dejó de serlo, sin que sepamos cuándo, para acabar transformada en parque.
Ocurrió esto último en los años del reinado de Fernando VII, de cuya época datan el muro de cerramiento, la puerta de acceso adornada con los escudos de Castilla y León y el trazado del que pudo ser primer jardín romántico español, aunque esto sólo se apunta como posibilidad, ya que lo conocido por dibujos y grabados un poco posteriores sólo nos muestra una plantación lineal de árboles que más parece concebida y puesta para ocultar que para el ornato.
Es un espacio cuya forma se aproxima a un triángulo rectángulo, dividido en dos partes desiguales por una calle central que, flanqueada por bancos y farolas, une la puerta de acceso con la que da entrada al Torreón del agua, situadas respectivamente a levante y a poniente. Visto desde fuera se nos antoja oscuro y compacto aunque en realidad es abierto y luminoso, con plazoletas, paseos, sendas, fuentes, aliviaderos, áreas de descanso y una masa forestal que fue de olmos pero que hoy es muy variada, poco densa y sabiamente

distribuida.
Aproximadamente en el centro de esta calle hay una fuente, documentada con la siguiente inscripción epigráfica: SU MAGESTAD (HIZO DONACION) A ESTA CIUDAD DESTA FUENTE PARA LA PLAZA DESTE REAL ALCAZAR 1862. La donación se hizo el mismo año del incendio y no llegó a colocarse.
De la lectura se deduce que ese no era su sitio. La donación de Isabel II no se colocó en el lugar para el que había sido destinada porque en el mes de marzo de aquel mismo año, 1862, se produjo el pavoroso incendio que tantos estragos causó en el edificio y más adelante, cuando éste hubo sido reedificado y se procedió al ajardinamiento de la plaza, la fuente no pudo ocupar el que hubiera sido el lugar adecuado, el centro del parterre, porque en éste fue el elegido como emplazamiento para Monumento a los Héroes del 2 de mayo de 1808. Sus piedras quedaron olvidadas y dispersas hasta que pudo ser recompuesta y colocada en el parque con un surtidor añadido.

Pasada la fuente, el caminante podrá ver un sobrio monumento-homenaje al Arma de Artillería que cierra un área de estancia y tras él unos escalones que conducen al tramo final de la calle, donde hay un breve rellano con un pozo labrado en granito y arco de hierro para la polea, a continuación del cual viene la sobria fachada del Torreón del Agua, con la puerta que da acceso a un corto pasadizo y a una escalera de caracol, antesala del Balcón de la princesa, abierto al río. Sobre la puerta, recordando una vez más al Arma de Artillería hay una pequeña imagen de su patrona, Santa Bárbara, protegida por reja neogótica.
De la calle central al muro que marca la separación entre el parque y el río se llega por suaves taludes poblados de árboles y sembrados de un bien cuidado césped o por tres escalinatas labradas en granito y con barandillas y pasamanos de hierro, entre las que destaca la central, por sus dimensiones, pues tiene cuatro rampas con varios tramos.
Esta parte es la más llana del Parque, rica en formas y color, con sauces llorones, prunus púrpura, una segunda fuente circular y una pista que sabe de bailes, conciertos y representaciones teatrales.
Si lo que queremos es recorrer el talud en toda su extensión, lo haremos tomando varios

caminos trazados en zig-zag para aliviar la dureza de la pina pendiente. Son bastante anchos, con una parte preparada para los viandantes y otra, ligeramente acanalada, para acoger las aguas evitando que las arroyadas deterioren el firme.
Los límites laterales son diferentes ya que a un lado tienen un murete de mampostería cogido con mortero para contener la erosión y, al otro, cautivadoras plantaciones lineales de lilas y celindas que nadie ve.
Hay barandillas de hierro, un gran estanque, otra fuente circular con surtidor y rincones con mesas y bancos sobre los que descansar del esfuerzo de la subida; todo ello resultado de obras que no han sido de un día, sino de actuaciones periódicas, algunas, como las efectuadas en febrero del año 1918, de cierta importancia.
Y en el conjunto, muchas plantas, algunas de gran porte, pero para no hacer la entrada excesivamente larga, no las citaré aunque sí propondré al visitante que, como pasatiempo, trate de localizar las especies que yo he localizado: dieciséis frondosas, doce coníferas y quince arbustivas. Sí llamo la atención sobre un saúco con tronco de unos 50 cms de diámetro -una enormidad para un saúco-, sobre dos bojes arbóreos que a pesar de tener un tronco que apenas sobrepasa los 15 cms de diámetro se calcula que podrán tener 125 años, sobre un tejo de tres ramas y sobre las coníferas que encuadran la puerta levantada en tiempos de Fernando VII.

Hay encantos que dependen de las estaciones, como el que ofrecen las flores y aromas de lilas y celindas o los encendidos tonos de las hojas de los árboles de hoja caduca a la llegada del otoño. Antes de salir, se puede una vez más volver la mirada hacia la pista para imaginarse a las jovencitas asistentes al baile del final de curso de la Academia de Artillería y recordar unos versos —¿sonoros, cursis?— de Rubén Darío:
Era un aire suave de pausados giros, / el hada Armonía ritmaba sus vuelos / e iban frases vagas y tenues suspiros / entre los sollozos de los violonchelos.
Sobre la terraza, junto a los ramajes, / diríase un trémolo de liras eolias, / cuando acariciaban los sedosos trajes, / sobre el tallo erguidas, las blancas magnolias…
Un convenio firmado entre el Ayuntamiento de Segovia y el Patronato del Alcázar el año

1990 permitió tener abierto el Parque durante los veranos. El Ayuntamiento decidió no renovarlo por el escaso interés, dicen, que los segovianos mostraron en pasear por tan singular espacio y conocerlo, así que se cerró al público y en la actualidad el bello parque no es visitable.
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(*) Académico de San Quirce
porunasegoviamasverde.wordpress.com