Es inevitable que la tristeza nos embargue cuando contemplarnos los cambios que el paso del tiempo ocasiona en las personas que querernos, en nosotros mismos, cómo desaparece la mirada limpia y transparente de los niños y ado­lescentes, cómo los paisajes y las ciudades se transforman y modifican, cómo desaparecen lugares que tenían un especial significado para nosotros, y cómo nos encontrarnos de repente con la fotografía del ser querido que un día desa­pareció de nuestras vidas y que ahora nos sonríe. Nada corno la fotografía para reavivar la memoria y el recuerdo: basta con mirar atentamente una fotografía del pasado para que inmediatamente aparezca una parte de la historia que to­ dos llevarnos dentro.

La España de los años 50 fotografiada por Carlos Saura

Soy un fotógrafo ocasional, que, demasiado tímido para ser un reportero a la caza de las noticias de última hora y sin la paciencia del pescador para ser un paisajista a la manera de Weston o de Ansel Adarns, se ha limitado a pasear con una cámara y a recoger imágenes que me llamaban la atención: la fotografía ha sido el archivo de mi memoria.
Mi vocación fotográfica fue temprana por imperativo amoroso. Me explicaré: a los 9 años hice con una ICA 6X9 de mi padre, que desenfocaba corno más tarde descubrí, mi primera foto a una niña de la que me había enamorado y que vivía en las proximidades de mi casa en Madrid. Decidí que debía mostrarle mi amor y a escondidas le hice una fotografía. Una foto algo movida que le envié con una carta de amor que nunca respondida. Aprendí entonces dos cosas: el valor de la fotografía corno testimonio y lo frágiles que son los sentimientos.

Me aficioné a la fotografía y trabajaba en los comienzos con placas de cristal porque era más fácil conseguir una cajita de placas que un rollo de película. Más tarde utilicé como todo el mundo, los rollos de película, siempre en blanco y negro. Apenas hice fotografías en color hasta la llegada de las cámaras digitales, porque no quise que otros manipularan mis fotografías.

La España de los años 50 fotografiada por Carlos SauraLos avances tecnológicos están haciendo que la fotografía química sea una reli­quia del pasado, pero me queda la nostalgia del laboratorio fotográfico con su luz roja de prostíbulo. En esa luz crepuscular y rodeado de los inconfundibles olores a revelador, fijador y ácido acético, ha transcurrido una parte de mi vida. Como los gatos, terminé por ver en la penumbra, orientándome con facilidad en la os­curidad mientras cargaba las películas en los tanques de revelado o ampliaba los negativos. Recuerdo la impaciencia que me embargaba al contemplar cómo de un papel blanco e impoluto iba surgiendo en la cubeta del revelador la imagen de la fotografía que hicimos un día. Era un milagro!

En la fotografía, como en casi todo, he sido autodidacta y aprendí a costa de erro­res, disgustos pero también de muchas satisfacciones. En los años de carencias y penurias el negativo era un bien preciado y costoso y cada disparo suponía una fotografía menos. En algunos de mis rollos de 36 fotografías de los años 50 hay veinte imágenes ampliables y todas diferentes. Esa economía de medios sigue siendo una constante en mí. Uno ya sabe en el momento de apretar el disparador si la fotografía vale la pena.

La España de los años 50 fotografiada por Carlos SauraHace tiempo que llegué a la conclusión de que en fotografía, como en tantas otras cosas, todo estaba hecho desde los primeros años en que se inventó y que no hacemos más que dar vueltas para volver a lo mismo. Algunos fotógrafos que se lanzan a la experimentación olvidan que la mayor parte de los avances en el terreno estético se había ya realizado. Lo que varía es el tiempo y el espacio, como dice la canción Todo cambia de la argentina Mercedes Sosa: cambiamos nosotros, cambia nuestro entorno.
La posibilidad de recuperar el pasado ha sido un sueño del ser humano! Allí es donde sigue estando la magia de la fotografía, porque al accionar el obturador de una cámara fotográfica, de un móvil o de una tableta, lo que obtenemos es una imagen del pasado: un pasado único, irrepetible, algo que nunca más sucederá.

 

En mi adolescencia simultaneaba la pretensión de ingresar en la Escuela de Ingenieros con la fotografía y con mi afición a las motocicletas. Llegué a parti­cipar en un par de carreras, aunque me retiré a tiempo con los huesos intactos, porque eso no era lo mío.
A comienzos de los años 50 empecé a trabajar como profesional con una Rolleiflex. Mi primera exposición la hice en el año 1951, a los 19 años, en la Real Sociedad Fotográfica de Madrid. Pensé dedicarme definitivamente a la fotografía, aban­donando mis estudios de ingeniería, cuando me nombraron fotógrafo oficial de los Festivales de Música y Danza de Granada y Santander. Aquellos años fueron de una gran intensidad fotográfica, y una de las razones de esa actividad fue la adquisición de una de las primeras Leica M3 que llegaron a Madrid, lo que me permitió una mayor libertad.

La España de los años 50 fotografiada por Carlos Saura

Fue entonces cuando en mis andanzas por Castilla y Andalucía me vino la idea de hacer un libro sobre los pueblos y las personas de la España de aquellos años 50. El proyecto se quedó en eso y la culpa la tuvo el cine. En 1957 me encarga­ ron hacer un documental sobre Cuenca y en el año 1959, cuando preparaba mi primer largometraje, Los golfos, me llegó una propuesta para incorporarme en la revista gráfica Paris-Match. Era el sueño de cualquier fotógrafo y aquella noche no dormí.

Sin embargo se impuso el cine y no me he arrepentido de ello. Pero nunca aban­doné la fotografía.


(*) Texto y fotos del libro: “Carlos Saura. España años 50” de Steidl/Círculo de arte/ La Fábrica.