
Así, Alameda de la Fuencisla, llamamos en Segovia a una pequeña llanada, poblada de árboles, que se extiende entre las Peñas Grajeras y el río Eresma. Es un lugar placentero al que acude el personal para pasar las calurosas tardes del verano y que no siempre fue alameda sino, por extraño que nos pueda parecer, lecho del río que por aquí formaba un pronunciado meandro que se modificó a base de pico, pala, carretilla y pólvora.

El paraje, además de fresca arboleda, tiene leyenda y una historia de tesón y esfuerzo que cuento brevemente. En las peñas, constituidas por calizas de encendido color, destacaba un peñasco saliente conocido como Cantil de la Corona por la forma un tanto circular que ofrecía a quienes lo miraban desde abajo. Desde él, dice una tradición segoviana, los judíos de la ciudad despeñaron a una correligionaria que se salvó de morir por la intercesión de la Virgen María, a la que la despeñada se encomendó fervorosa mientras caía.
El relato, escrito en gallego por el rey Alfonso el Sabio, se encuentra en las Cantigas de Santa María, libro que contiene preciosas miniaturas en una de las cuales vemos a la judía, de nombre Ester, cayendo al pie de una higuera.

Entre la disyuntiva de aceptar que cayó al pie del árbol y que se salvó por la intervención de la Virgen María, o que se salvó por haber caído entre las ramas que mitigaron el golpe, los segovianos, amigos de lo maravilloso, se inclinaron por aceptar el milagro: la salvadora de Ester, que pasó a llamarse María del Salto, había sido la Virgen cuya imagen adornaba la portada de la catedral, que se hallaba arriba, frente al alcázar. Para que no se olvidara el portento, bajaron la imagen a la ribera del río, donde construyeron una pequeña ermita que, más adelante, por considerarla poco digna para la grandeza de tan celestial señora, transformaron en un santuario de mayores dimensiones, consagrado el año 1613 en una solemne ceremonia a la que hasta vino el rey, entonces Felipe III.
Al construirlo, nadie contó con el río Eresma, cuyas aguas, que de tiempo en tiempo se desbordaban, fueron erosionando la estrecha franja de tierra que habían dejado entre el cauce y el edificio, hasta el punto de que se llegó a temer por la estabilidad de éste. Ante la amenaza, los fieles acudieron al Ayuntamiento pidiendo que se realizaran las obras necesarias para cambiar el curso del río, como podemos leer en el acta de la sesión municipal del día 13 de enero de 1846: El Alcalde y otros varios devotos de la Virgen de la Fuencisla, Patrona de esta Ciudad, exponiendo el estado peligroso en que se halla el Santuario suplican la cooperación del Ayuntamiento para variar la corriente del río Eresma y formar una hermosa plazuela que sirva de Campo para los concurrentes de la ciudad y forasteros.

Es mismo año se constituyó una comisión encargada de recaudar fondos para ejecutar la obra del que se llamó canal del río de la Fuencisla. Cambiar el curso del Eresma fue una tarea colectiva que requirió mucho dinero y esfuerzo, pero que se saldó con éxito y con rapidez. No ocurrió lo mismo con la tarea siguiente, conseguir una extensión de terreno llana, apta para recibir una plantación de árboles.
Cuando estuvo concluido el nuevo curso del río, limitado por un gran muro, entre éste y el santuario quedó lo que iba a conocerse como hoyo de la Fuencisla, una fosa larga y profunda en la que, sin que hubiese transcurrido mucho tiempo, 1857, empezaron trabajos de explanación, aprovechando los grandes peñascos que algunas veces se desprendían de la pared rocosa.

Todo, desvío del río, apertura del canal, construcción del muro de contención, relleno y explanación, se hacía por prestación personal es decir, con trabajo voluntario de los ciudadanos que se acabaron cansando y abandonaron dejando a medias la obra, asumida por el Ayuntamiento en 1865. Pero también éste se lo tomó con calma, organizando tareas sólo los días de invierno, cuando los jornaleros se quedaban sin trabajo por no haber obras particulares, y aunque en 1867 ya se había plantado lo que llamaron el jardín del santuario, el relleno del Hoyo seguía siendo parcial. La prensa de la época abundaba en versos satíricos, de los que pueden servir de muestra estos que La Tempestad (7-XI-1880) ponía en boca del Hoyo:
Respetable Ayuntamiento
que tienes tanto dinero:
hace diez años que espero
me des algo de tragar…

El incendio del Alcázar de Segovia, triste suceso acaecido en 1862, contribuiría a que la situación cambiase ya que, al acometerse su restauración, en 1882, el Hoyo de la Fuencisla pasó a ser una excelente escombrera.
Cuando, por fin, se completó el relleno, quedó lista la plazuela deseada, que se pobló de olmos -Ulmus campestris-, a los que los segovianos llaman álamos negros.
El olmo es una especie de crecimiento lento pero con follaje denso, idóneo para formar un toldo capaz de cubrir el suelo, matizando la luz y protegiendo a quien pasee debajo de los ardientes rayos solares.

En los años cincuenta del pasado siglo, el Patronato de Jardines puso en una de sus esquinas acacias de tres espinas -Gleditsia triacanthus- y en los setenta, el ICONA introdujo el olmo de Siberia -Ulmus pumila-. Nada frente a la especie, el olmo, que dio carácter al paraje hasta tiempos recientes, cuando plagas y enfermedades como la galeruca y la grafiosis acabaron con todos los ejemplares que cubrían la tan trabajada explanada con su denso follaje.

Tras el desastre de la grafiosis hubo que plantar nuevamente la alameda, algo que se hizo con diligencia. La calle principal que conduce a la puerta del santuario recibió híbridos de álamos de crecimiento rápido, porque se pensó que darían pronto sombra y así nadie echaría de menos a los olmos, pero han crecido mal, se han secado muchos y hay huecos en la que fue doble y simétrica hilera inicial.

Sobre la pradera se optó por poner árboles que devolvieran al espacio la anterior galanura, pero todos alóctonos: tilos -Tilia platyphila-, arces -Acer pseudoplatanus-, hayas púrpura -Fagus sylvativa var. atropurpurea-…, aunque en los bordes se respetaron las higueras y los saúcos. En el atrio del santuario, junto a varios setos de romero hay dos libocedros -Calocedrus decurrens- y junto a la fachada de poniente, un pinsapo -Abies pinsapo- abeto endémico de la Serranía de Ronda, que crece con su típica silueta cónica.
—
(*) Académico de San Quirce
porunasegoviamasverde.wordpress.com