
Por su sencillez, tanto de traza como de ejecución, el jardín claustral no desapareció al concluir el período histórico durante el cual surgió y se desarrolló, sino que ha logrado llegar hasta nuestros días, aunque sólo en aspectos formales y desligado, salvo excepciones, del simbolismo religioso.
Un decreto fechado el 11 de abril del año 1947 declaró Paraje Pintoresco el conjunto de arbolado y alamedas del entorno de la ciudad de Segovia y un año más tarde, 1948, se creó un Patronato de Jardines al que se encomendaba que velara por la conservación, protección y enriquecimiento del patrimonio verde de la ciudad.
Su actuación se hizo notar muy pronto aunque no siempre por su acción directa, dependiente de unas asignaciones no siempre generosas, sino por la influencia que sus integrantes, personas de acreditadas formación y capacidad, ejercieron sobre algunos sectores de la sociedad segoviana.
Una de sus primeras intenciones fue crear jardines de «estilo claustral español», así los definían, que enlazaran la Edad Media, tan creativa, con el siglo XX. Ninguno de los realizados está dentro de un claustro y de ahí el título de este artículo.
JARDÍN DE LA CUEVA DE SANTO DOMINGO DE GUZMÁN
Este jardín, trazado delante de la conocida Cueva de Santo Domingo de Guzmán, es un enlace entre la vieja tradición y los nuevos propósitos ya que, aunque no está encerrado en un claustro, se halla en un espacio de inequívoca religiosidad y concede papel preponderante a la cruz. Se trazó como antesala de una sencilla capilla gótica, guardiana de la cueva en la que, según arraigada tradición segoviana, oró el fundador de la orden dominicana.

No tiene el camino perimetral ajustado al esquema típico, ya que se abre a un lado del que comunica las puertas de entrada al recinto y a la iglesia, como puede verse en la fotografía de Ángel García; y tampoco tiene fuente en el centro, aunque sí una cruz de piedra, de simbolismo cristiano aún más explícito que el agua, alzada en medio de la plazoleta que hacen al juntarse los cuatro caminos convergentes, característicos de este tipo de jardines.
Los recuadros, ligeramente achaflanados en torno a la cruz labrada en granito, sólo están remarcados con un perfil de cemento de sección prismática y en su interior, sembrado de césped, hay algunas plantas dispuestas sin ningún orden, acusando que algunas ya estaban cuando se trazó el jardín: dos cedros, dos cipreses, dos lilas, un aligustre y varios rosales.
Acceder al no muy alto muro que cierra el recinto por el lado norte para, desde allí, ver el valle del Eresma o contemplar la portada del templo, con su historiado tímpano, son valores añadidos de los que gozará el visitante de este pequeño jardín cuidado con mimo por las religiosas dominicas.
JARDÍN DE LA DIRECCIÓN GENERAL DE FOMENTO
Separado ya del todo de lo religioso pero encuadrado por el notable conjunto arquitectónico que forman el antiguo palacio de los Azpiroz, un tramo de la muralla que defiende la ciudad por el mediodía y la Alhóndiga o almacén municipal de cereales, está el que fue conocido desde su creación, años cincuenta, como Jardín de Obras Públicas, por el organismo que por aquel entonces tenía su sede en aquel edificio.

En su traza responde a la regla típica del estilo: cuatro caminos convergiendo para dibujar una cruz hacia la plazoleta central, aquí ocupada por un pilón octogonal.
Los caminos son de tierra, los recuadros sólo resaltan por el color del césped y por tener plantado un ciprés en los vértices próximos a la fuente. Hubo, por tanto, cuatro cipreses, se secó uno, se volvió a plantar y se ha vuelto a secar. Apoyándose en los muros de las construcciones hay una higuera, testigo de que este patio fue huerto, como tantos otros de Segovia, y una bonita alineación de rosales, brillante en el momento de su floración.
Por sus plantas, por su marco arquitectónico, por sus vistas a la sierra, era un rincón lleno de encanto y siempre abierto al ocasional visitante. Ahora, no. El vandalismo ha obligado a tenerlo cerrarlo y los recortes presupuestarios, a restringir gastos de mantenimiento. Algo de esto se aprecia contemplando las dos fotografías, tomadas en 1975 y en 2015.
JARDÍN DE MAURICIO FROMKES
Sobre uno de los derrumbaderos existentes en la parte norte de la ciudad, la Cuesta del Doctoral, había una pequeña explanada sólo ocupada por un transformador de estética modernista puesto por la compañía de electricidad. Fue el lugar elegido por el Patronato de Jardines para crear otro jardín claustral, no cerrado como los dos anteriores sino entre calles y abierto al valle del Eresma. Como la explanada era de forma irregular, los promotores se vieron obligados a hacer una obra de consideración, con el gasto que ello conllevaba, para adaptarla al cuadrado y para levantar un muro que contuviera el material de relleno y evitara posibles derrumbes.

Se concluyó el año 1958 y al conjunto se le dio el nombre de Mauricio Fromkes, en honor al pintor norteamericano, enamorado de Segovia, que vivió en una casa de la Canongía Vieja, hoy calle Velarde, no muy alejada.
El espacio ajardinado está dividido por cuatro caminos anchos, de tierra y losas de granito, que convergen hacia el centro, donde se resuelven en una proporcionada glorieta en la que se pusieron bancos de piedra y fuente con un cantarín surtidor. El conjunto está delimitado por una docena de corpulentos boleanos –Populus alba var. Boleana- que hoy, con más de ochenta años y muchos corazones de enamorados labrados a navaja en su corteza, parecen en exceso voluminosos. Los recuadros situados entre los caminos están enmarcados al exterior por setos de ciprés y al interior por perfiles de granito cortados en cuarto de bocel y enrejado. En superficie sólo llevan césped, por haberse perdido, o dejado perder, los dibujos de abrótano hembra -santolina- y los tejos recortados que se pusieron en un principio. Un detalle ¿qué nos define? Cuando ya no existen las labores que embellecían los recuadros, estos se han protegido con minivallas de hierro.