No se plantó pensando en que generara riqueza sino para embellecer una dura ladera y, acaso, para acallar una mala conciencia, legado de la vieja historia.

La ladera es la que, al sur de la ciudad, enlazaba una pequeña meseta lastreña, dedicada a la siembra de cereales, con el valle del río Clamores, llena de las oquedades que fueron tumbas de los vecinos judíos de Segovia y de las que el paraje tomó el nombre de Cuesta de los Hoyos.

El mal recuerdo que, acaso, se quería borrar, era saber que aquellas oquedades, además de tumbas, fueron el último refugio al que se acogieron esos judíos segovianos expulsados de una tierra a la que sus antepasados habían llegado un milenio antes.

Vista parcial del Pinarillo en invierno (Foto: Juan Manuel Santamaría).
Vista parcial del Pinarillo en invierno (Foto: Juan Manuel Santamaría).

Pocos terrenos habrá menos aptos que aquel para ser transformado en un pequeño bosque pero, tras haber luchado durante más de ciento cincuenta años contra un medio tan adverso, se ha logrado.
Esta es la cronología expuesta con un mínimo de datos:

1859. El Ayuntamiento recibe autorización para sembrar 4 hectáreas de pino piñonero en el “sitio llamado Cuesta de los Hoyos, de los propios de esta Ciudad”. Se sembraron y germinaron, pero todo se secó.

1861. El Ayuntamiento compra dos fanegas de bellotas para sembrar en la Cuesta de los Hoyos. Como tampoco se lograron, se volvió a los pinos.

1867. El Director de Arbolado -que lo era Marcelo Laínez-, comunica que “visto que crecen los árboles puestos, se siga sembrando no sólo semilla de los pinos albar y negral, sino retama en gran cantidad y ensayar la siembra de abeto, tejo, enebro, etc”. Del ensayo no quedó nada, sí los pinos y un pequeño chalet que se construyó en medio de ellos.

La barranca de la Calderilla poco tiempo después de que fuera repoblada por el ICONA (Foto: Juan Manuel Santamaría).
La barranca de la Calderilla poco tiempo después de que fuera repoblada por el ICONA (Foto: Juan Manuel Santamaría).

Aquel chalet tuvo un día de gloria que no quiero olvidar. Había llegado a la ciudad el poeta Antonio Machado y el año 1923, por iniciativa de Alfredo Bacarisse, se le hizo un homenaje. “Será una fiesta para poetas, para artesanos del idioma, para alarifes de construcciones mentales, no una cuchipanda de currutacos, caciques y exministros zampatortas”. El precio de la tarjeta costaba 11 pesetas y el lugar elegido fue el chalet del Pinarillo. “Nunca me he sentido ni más feliz ni más acompañado”, escribió el poeta, que dedicó el poema Flor de Verbasco a quienes le honraron con su compañía.

En 1928, el pinar, que evita posibles derrumbamientos sobre la vía que, para unir el Camino Nuevo con la carretera de Arévalo, se había abierto en 1880, fue declarado “protector”, quedando incluido en el Catálogo de Montes de Utilidad Pública, con estos datos: 21,6 hectáreas de superficie de las cuales 1,8 estaban bien pobladas; 3,2 pobladas irregularmente; 15, 92 sin poblar; y 1,4 has inforestales. Quedaba tarea por delante.

Quienes trabajaron para mejorar el bosquecillo no sólo tuvieron que luchar contra la dureza del medio. También con el daño que -en lo repoblado- causaban animales y personas. Testimonio de esto último es la noticia publicada en El Adelantado de Segovia el 25 de mayo de 1959: “Tres muchachos, por distracción o por el hecho de hacer daño, se dedicaron la noche pasada a partir cerca de 400 troncos de estos arbolillos recientemente plantados”. Se averiguó quienes fueron los autores del daño y se les sancionó con una severa multa.

El Pinarillo de la Cuesta de los Hoyos

La Catedral y el Alcázar vistos desde el Pinarillo en días de nieve (Fotos: Juan Manuel Santamaría).
La Catedral y el Alcázar vistos desde el Pinarillo en días de nieve (Fotos: Juan Manuel Santamaría).

Un paso adelante en la mejora del Pinarillo se dio en 1964, cuando el Ayuntamiento acordó con el Estado la repoblación de 10 hectáreas, con las siguientes especies: 3 con pino laricio; 2 con pino piñonero; 2 con cedros; 2 con thuyas; y 1 con abeto rojo. Y una vez más, las dificultades que presenta este tipo de terreno para que los árboles arraiguen y, sobre todo, para que en él se forme una cobertura arbórea densa, se vislumbra en los decepcionantes datos enviados a Madrid. Superficie lograda: 5 hectáreas de coníferas varias. Y aún este dato ha de ser sometido a crítica ya que, de las especies que se pusieron, sólo los pinos, una vez más, lograron sobrevivir.

Hermanitos de leche. Yeso de Aniceto Marinas. Medalla de honor de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1926.
Hermanitos de leche. Yeso de Aniceto Marinas. Medalla de honor de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1926.

Pero el tesón de los segovianos volvería a ponerse a prueba. En1973, el Ayuntamiento firmó un nuevo acuerdo, esta vez con el Instituto para la Conservación de la Naturaleza (ICONA), a cuyo cuidado habría de pasar todo el arbolado de la ciudad, incluyendo el Pinarillo, “poblado con pino en espesura deficiente, poco porte y mala calidad, con bastantes claros, pinos secos y una superficie rasa, apta para repoblar, de unas 4 hectáreas.”

Vista de Segovia con el Pinarillo delante. Óleo de J. Silvermann (1952).
Vista de Segovia con el Pinarillo delante. Óleo de J. Silvermann (1952).

Se empezó trabajando en la Barranca de la Calderilla, para seguidamente, a lo largo de bastantes años y bajo la dirección del ingeniero José Luis Boal y García Tuñón, hacer numerosas labores de desbroce, podas, eliminación de pies secos, repoblación y reposición de marras. El pinar, aunque siguieron haciéndose repoblaciones, vino a quedar casi con el aspecto que hoy tiene y dando belleza al sector sur de Segovia, sin importar cuál sea la estación. Aunque en invierno, con nieve, aquélla se magnifica.

El quinto pino. Óleo de Noemí Poveda (2009).
El quinto pino. Óleo de Noemí Poveda (2009).

Un hecho anecdótico con consecuencias artísticas. Como los ganados causaban daños en los pimpollos, en más de una ocasión el Ayuntamiento se vio forzado a acotar el pinar. En una de aquellas ocasiones, un angustiado padre pidió que se le concediera permiso para meter una cabra atada con un cordel pues necesitaba su leche para criar a una hijita, ya que su madre no tenía la suficiente.
Aquello, según se cuenta, fue conocido por el gran escultor Aniceto Marinas, quien se inspiró en él para esculpir el grupo Hermanitos de leche, representación de un padre, afligido por la muerte de la compañera, que sujeta una cabra de la que maman a la vez un bebé y un cabritillo.

Dibujantes, pintores y fotógrafos se han inspirado en este bosquecillo, por sí mismo o como elemento con el que encuadrar vistas de la ciudad, buscando lo que pudiera contrastar o armonizar con sus verdes o ejercitarse en lograr transparentes superposiciones. Hay cuadros magníficos con el Pinarillo como tema. Ahí van dos ejemplos, una obra del pintor norteamericano J. Silvermann, en la que el Pinarillo es umbral de una vista panorámica de Segovia, y otra, con sólo un detalle del pinar, pintura de Noemí Poveda.

Joven segoviano fotografiado en las proximidades del emblemático último pino. Ca. 1950. (Col. Juan José Bueno).
Joven segoviano fotografiado en las proximidades del emblemático último pino. Ca. 1950. (Col. Juan José Bueno).

Acabo con un comentario centrado en el último pino. Hoy está casi oculto por los que han crecido a su alrededor, pero durante mucho tiempo fue un árbol aislado y legendario -el último pino- al que los jóvenes segovianos gustaban acercarse, mejor con pareja, para dejar testimonio de que habían subido a la altura en la que su silueta – desafiante espiral- lucía enfrentada a la de la Catedral.


(*) Académico de San Quirce
porunasegoviamasverde.wordpress.com