Escribo para los lectores de LA MIRADA dos relatos referidos a dos árboles, uno seco y otro que ya no existe. Espero que sean bien recibidos.

EL CIPRÉS DE SAN JUAN DE LA CRUZ
Sobre el solar que ocupara la iglesia románica de San Juan de Rocamador, de la que aún quedan algunos restos, en el siglo XVI se fundó el convento de carmelitas descalzos, cuyo primer prior fue San Juan de la Cruz, el excelso poeta de la lengua castellana.
Para rezar, levantaron un templo, aprovecharon las cuevas del escarpe, construyeron una casa de recogimiento y una pequeña capilla situada en la cima del terreno.
Y para unir todo trazaron una red de caminos que, con el tiempo, se vieron bordeados de cipreses cuya silueta, vertical y de color verde oscuro, contrasta con los estratos horizontales de unas calizas que, por sus rojizos tonos, parecen haber aprisionado el color de los soles del ocaso.
Arriba, ante la capillita humilde, se halla el ciprés que, según es tradición, plantó el santo carmelita.
Y lo que sigue ya no puedo decir si es invención mía o algo que he leído sin recordar dónde: los devotos que se acercaban al ciprés, deseando tener una reliquia del santo, sacaban una navajita y cortaban un trocito de corteza. Al final, fueron tantos los devotos y tantos los trozos de corteza cortados, que el ciprés se secó, aunque sigue en pie, sostenido por la devoción que tienen a su fundador los religiosos, que desean mantener lo más vivo posible el recuerdo de su presencia por estos parajes.
Hay lugares que parecen destinados a un fin que se cumple por más que pasen los años. En la finca de los carmelitas se plantan árboles por diversos motivos. En el caso de este cedro, como homenaje a la poesía y a la música populares castellanas. Suele haber discursos y se hacen fotos pero, como nadie riega los árboles, estos se secan. Queda la fotografía. Acaso al ciprés que plantó San Juan de la Cruz también le faltó agua.

El ciprés de San Juan de la Cruz y el enebro de la Fuencisla
Mirando más allá del ciprés/ MARIO

 

El ciprés de San Juan de la Cruz y el enebro de la Fuencisla
Mirando más allá del ciprés 2 /MARIO
El ciprés de San Juan de la Cruz y el enebro de la Fuencisla
En los carmelitas, la inscripción pintada en la piedra dice: “A la poesía / A la música / populares castellanas”/ARCHIVO JUAN MANUEL SANTAMARÍA

EL ENEBRO DE LA FUENCISLA
Yo llamo enebro al Juniperus thurifera. Es lo que han hecho generaciones de segovianos desde que se tiene memoria y lo que hoy hacen todos, excepto los doctos y los que desconocen sus raíces, que le llaman sabina. Pues bueno.
Por los suelos calizos del entorno, que nosotros llamamos lastras, los enebros fueron la especie dominante por más que hoy ya no quede ninguno.
El último fue el que elevaba su altiva silueta enraizado en una estrecha terraza de las Peñas Grajeras, al pie de las cuales se construyó el santuario de la Virgen de la Fuencisla.
A pesar de su porte y de que su flecha resaltaba vívida sobre las calizas, fueron pocos quienes se fijaron en él. El primero en dejar testimonio de haberlo hecho fue Francisco de Paula van Hallen, autor de un grabado estampado en 1847, con el árbol alzándose por detrás del santuario.

El ciprés de San Juan de la Cruz y el enebro de la Fuencisla
La visión de Quadrado: la cúpula, la torre y un esbelto ciprés./ARCHIVO JUAN MANUEL SANTAMARÍA

El menorquín José María Quadrado lo mencionó al describir el paraje en 1865: “El primer objeto que hacia la izquierda se descubre al pie de los altos ribazos es un santuario ostentoso de fábrica moderna, unido a una espaciosa hospedería de cuatro pisos, descollando sobre el macizo grupo la cúpula, la torre y un esbelto ciprés”, mención errónea porque aquel árbol no era un ciprés sino un enebro aunque, como nadie le desmintió, el error quedó ahí, inamovible.

El ciprés de San Juan de la Cruz y el enebro de la Fuencisla
Otro menorquín, José Riudavets, también captó la silueta del árbol; y tanto le debió atraer, que lo convirtió en centro de una composición sobre Segovia que publicó el año 1885 en La Ilustración Española y Americana. Pero…, ¿qué árbol quiso dibujar?
Para todos quienes posteriormente fueron llegando al paraje, para describirlo o pintarlo, el árbol pasó desapercibido. A mí me fascinaba contemplar aquella maravilla vegetal que crecía, pensaba yo, sobre la misma roca, dejando cada vez más pequeña la torre que se había construido a su lado, hacía ya 400 años. Pero a mis ojos de miope les costaba definir con precisión de qué árbol se trataba, así que, al referirme a él en mi libro El cinturón verde de Segovia. Árboles para una ciudad, preferí no aventurar, acudí a Quadrado y hablé de un ciprés.

El ciprés de San Juan de la Cruz y el enebro de la Fuencisla
El enebro de la Fuencisla, poco antes de su desaparición. /LUIS MIGUEL FUENTETAJA

Luego llegó Rafael Matesanz, delicado poeta quien, recordando a Gerardo Diego y su ciprés de Silos, el año 1983 dedicó un soneto al Ciprés del Santuario.
…Ciprés de la Fuencisla, hospedería / de lechuzas, grajillas y palomas, / que tocas las estrellas con la frente. / Ciprés o monje o vegetal bujía / que desde el alto miras y te asomas / dándonos alas de fervor silente.
¿Quién, después de esos versos, iba a llamar enebro a nuestro enebro? Lo hizo un pintor amigo, Santiago Mayor, que lo tuvo que mirar cuando decidió hacer una carpeta de dibujos sobre aquel espacio.
-¿Sabes que el árbol de la Fuencisla es un enebro y no un ciprés?- me dijo.

El ciprés de San Juan de la Cruz y el enebro de la Fuencisla
El enebro de la Fuencisla, poco antes de su desaparición. /JOSÉ MARÍA HEREDERO

Generaciones habían pasado que prefirieron ver un ciprés donde había un enebro, por muy soberbio ejemplar que éste fuera. Yo acepté bien saber que era uno de los árboles de mi lejana niñez y pasé a verle enebro a pesar de la distancia y de mi miopía.
Por poco tiempo. En la madrugada del 7 de abril del año 2005, el “cantil de la corona”, el peñasco desde el que, según una tradición secular, los judíos segovianos despeñaron a una correligionaria se vino abajo causando daños en el santuario, abatiendo la torre y dejándonos sin el último enebro, superviviente de quien sabe cuántos avatares.
Ya fue malo que aquella madrugada Segovia perdiera uno de los puntales de la famosa leyenda de María del Salto, pero no lo fue menos que a nadie le importara lo que le había pasado al enebro, un ejemplar que podía datar de los tiempos de la repoblación de la ciudad o, cuando menos, del momento de la construcción del santuario. Nadie aserró una rodaja de su formidable tronco para contar sus anillos, que nos darían su edad o para guardar, con tan aromática madera, un trozo de nuestra historia. Tampoco nadie ha tratado de sustituirlo plantando un enebro joven.
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*ACADÉMICO DE SAN QUIRCE
porunasegoviamasverde.wordpress.com