
Segovia tiene monumentos inigualables, rincones bellísimos y perspectivas únicas. Impresionante es la vista desde el Pinarillo de la Casa del Sol, en la que se unen un fuerte peñón calizo, una casona torreada, antes a medias decrépita, y el magnífico volumen de la Catedral, con su elevada torre. El primero que la dibujó fue el francés Gustavo Doré, que vino a nuestro país en 1862, acompañando al barón Charles D´Avillier, escritor y autor del libro Viaje por España, editado en París el año 1874. Es un libro tan bello por sus ilustraciones como notable por sus textos, fuente de la que bebieron otros escritores posteriores.

Por su parte Daniel Zuloaga, cuando vino a Segovia por primera vez, año 1895, traía consigo una formación clasicista que dejó plasmada en el altar que hizo en la Catedral para el Cristo de la Agonía y en obras menores, como este panel de azulejos en el que reproduce la misma vista que dibujó Gustavo Doré en 1862, si bien reduciendo el escenario, acercando los volúmenes de la Catedral y haciendo que resalten las dos torres de la Casa del Sol sobre las que se asienta la extensa techumbre de tan singular edificio. ¿Conoció don Daniel el dibujo del francés?

Muy diferente fue el estilo de Charles Cottet, un pintor francés militante en el grupo “la bande noire”, que tendía al uso de una paleta más oscura y una temática más bronca que la impuesta por el Impresionismo. Hizo amistad con Ignacio Zuloaga y le acompañó en un primer viaje a Segovia el año 1904. La ciudad le gustó y de ello dan testimonio los ocho cuadros de tema segoviano que presentó en la exposición que realizó en París el año 1921. Entre ellos estaban La catedral desde el barranco del Clamores, El barranco de Segovia y Paisaje del barranco segoviano. El último de ellos es este bello cuadro donde la luz, la luz de Segovia, es la que domina el paisaje en el que, detrás de una mancha verde, se integran el Espolón rocoso, la Casa del Sol y la Catedral.

Aureliano de Beruete, uno de los primeros y más notables cultivadores del Impresionismo en España, conocía bien el lugar ya que, aprovechando que la abadía de Párraces había pasado a ser propiedad de su familia, vino a Segovia en varias ocasiones y en agosto de 1908 pintó este cuadro: Casa del Sol (Segovia), con el edificio aislado de su contexto geológico o arquitectónico, solo en sus magníficos volúmenes y sorprendente con el color que le prestan los arreboles del ocaso.

En este original gouache de Manuel Martí Alonso, La Casa del Sol, con su decrepitud manifiesta, separa dos mundos: el del pasado, representado por una Catedral demasiado imponente, y el del presente que conoció el pintor, hecho de conjuros y misterios que parecen brotar del azul noche que tiñe la roca que los segovianos del pasado llamaron Espolón, sobrecogiendo a dos personajes a la vez atemorizados e inquietantes. Me gustaría conocer más obras de este autor que, en su fugaz paso por nuestra ciudad, ilustró nada menos que el libro Segovia. Itinerario sentimental, de Julián María Otero, además de dejarnos esta incipiente muestra de Expresionismo publicada en La Esfera el año 1919.

Pero si ha habido un artista unido al paisaje del entorno de la Casa del Sol, éste ha sido Fernando Arranz, ceramista formado en el taller de Daniel Zuloaga y que, para abrir uno propio, el año 1922 compró una vieja capilla dedicada a san Gregorio, lindante con aquélla. Becado por el gobierno español, viajó a América el año 1927 y ya no regresó, aunque siempre echó de menos a sus amigos y añoró el paisaje de la ciudad. Una exposición de sus obras hecha en el Museo de Segovia permitió conocer varios dibujos centrados en ese espacio. No tienen fecha. En éste, girando un poco el punto de vista, la catedral desaparece, sustituida por la iglesia de san Andrés y su caserío, todo resuelto en dos planos con doble composición piramidal.
Cuando una persona era elegida para entrar en la Academia de San Quirce, aceptaba el compromiso de pronunciar un discurso de ingreso o, si era artista, donar una obra de arte suya. Juan Zuloaga fue elegido académico el año 1925, lo que me lleva a pensar que esta placa de cerámica con la firma Zuloaga que forma parte de la colección artística de San Quirce fue realizada por él. Es muy parecida al panel de su padre y tomada desde casi el mismo punto de vista, pero menos académica, de factura más suelta, más luminosa y con una nota pintoresca que ponen el pastorcillo, su perro y un pequeño hato de ovejas.

Recuerdo mi visita al Fitzwilliam Museum, de Cambridge. Soy un asiduo visitante de los museos de arte, de los más renombrados y de los pequeños a los que casi nadie llega, pues en ellos siempre puedes encontrar sorpresas tan agradables como la que yo recibí, cuando, al visitar el recoleto museo inglés, contemplé este lienzo: Segovia, el matadero. Era la Casa del Sol, por entonces matadero municipal, asentada sobre el Espolón, el gran peñasco sobre el que se cimenta, y pintada por el artista británico William Nicholson un soleado día de junio, deduzco esto por el color, de 1935. Él se colocó abajo, a la derecha, mirando asombrado un espacio que la naturaleza y el hombre supieron hacer tan bello.

Los segovianos de las primeras décadas del siglo XX supieron extraer toda la belleza que el valle del Clamores encierra. Una de sus acciones fue plantar chopos lombardos -Populus nigra var. Italica-. De estrecha silueta y tendidos hacia el cielo, dejaban ver la geología y los elementos arquitectónicos existentes —aquí la decrépita muralla y la Casa del Sol- y recibían una imaginaria continuidad con la torre de la Catedral, considerada por ellos, en sugerente metáfora, “el chopo dorado”. Así dibujó ese espacio en 1946 Eugenio de la Torre.
Presento a continuación los tres elementos definidores del espacio que abordando, el imponente Espolón, la Casa del Sol y la magnífica Catedral, en lienzo pintado el año 1948 por Lope Tablada de Diego. La superficie, dividida en rectángulos, triángulos, mitades, tercios y quintos, conforma una cuidada y sutil red geométrica oculta por las sugestivas entonaciones del color, que el artista supo aplicar magistralmente en degradados y veladuras con sus sabios pinceles.

Más tarde, ya por los años sesenta, el panorama artístico segoviano se vio sacudido por unos jóvenes que deseaban renovarlo. Huían de la figuración calcada del natural y aportaban lo que los teóricos llamaron expresionismo figurativo, en el que la realidad, siempre reconocible, era transformada lo justo y suficiente para mostrar que el naturalismo quedaba atrás. Una de las primeras muestras de esa nueva tendencia entre nosotros puede verse en este dibujo de Mesa Esteban Drake en el que la Casa del Sol, plantada sobre y bajo arabescos de piedra y nubes, luce su gran volumen acompañada por una torre que sí es no es San Andrés para decirnos que estamos en Segovia.
No se agota, ni mucho menos, con esta muestra “de degustación”, el largo listado de autores y obras que se fijaron en esta esquina de Segovia. Valga lo dicho para apuntar que Segovia es, por los cuatro costados, motivo pictórico de primera.