El poderoso cedro, marginado en una esquina del jardín, se impone a todos los demás árboles (Foto: Juan Manuel Santamaría).
El poderoso cedro, marginado en una esquina del jardín, se impone a todos los demás árboles (Foto: Juan Manuel Santamaría).

El de la Merced fue el primer jardín público que se trazó en el centro de Segovia. Casi medio siglo después de que desapareciese la Sociedad Económica de Amigos del País, el Ayuntamiento de la ciudad tomó el acuerdo de crear un jardín dentro del recinto amurallado, eligiendo para tal efecto un solar que había quedado tras la desaparición de un convento de mercedarios que se sobre él se alzaba y que se hallaba en estado de ruina ya antes de la exclaustración.

El solar, convertido en amplia plaza, se ha llamado oficialmente del Recreo (primer nombre), de Isabel II, de Alfonso XII, de García Hernández y de nuevo de Alfonso XII, pero para la memoria de los segovianos fue, es, y será -creo que aún por mucho tiempo- de La Merced, recordando el dicho convento de frailes mercedarios, del que no queda nada, salvo una imagen de piedra que se guarda en el claustro de la catedral y algunos papeles apolillados.

La mancha verde del Jardín de La Merced, abrazada por el caserío y contemplada desde la torre de la Catedral (Foto: Juan Manuel Santamaría).
La mancha verde del Jardín de La Merced, abrazada por el caserío y contemplada desde la torre de la Catedral (Foto: Juan Manuel Santamaría).

Dado el peligro que para los ciudadanos entrañaban aquellos muros abandonados, con continuos desprendimientos de piedras y tejas, el Ayuntamiento de Segovia acordó derribarlos completamente y transformar el solar resultante en una plazuela con árboles a la que pudieran acudir los vecinos en busca de solaz. En 1843 se facultó a la comisión correspondiente para que procediera al desmonte de solar y a la plantación de arbolado, trabajos que habrían de hacerse de acuerdo con los planos del arquitecto Ildefonso Vázquez de Zúñiga, con un presupuesto de 9.012 reales.

Una vez concluida la explanación se proyectó la colocación de una fuente, tras haberse comprobado que las obras que se estaban “haciendo en el solar de la Merced destinado a Plazuela del Recreo” costaban menos de lo pensado “pues los gastos causados hasta ahora lo vale la piedra hallada en el mismo y que la fuente que se proyecta no sólo es de ornato para la plazuela, sino de utilidad pública por no haber otra en los alrededores”.

El jardín de La Merced ofrece bellas perspectivas. Aquí la torre de la Catedral vista más allá de la horquilla de un tilo (Foto: José María Heredero).
El jardín de La Merced ofrece bellas perspectivas. Aquí la torre de la Catedral vista más allá de la horquilla de un tilo (Foto: José María Heredero).

Al año siguiente -la plazuela ya había cambiado de nombre-, se pidieron al administrador de San Ildefonso “ciento diez pies, mitad castaños, mitad plátanos”, para plantar en ella, y, “hallándose construida la cañería para la fuente proyectada en la plazuela de Isabel II, antes solar del Exconvento de la Merced”, se solicitó al intendente de la provincia “la que hay disponible en el Exmonasterio del Parral”.

¿Cómo pensarían distribuir 110 árboles en un espacio tan reducido? ¿Pudo ser entonces cuando recibieron el portentoso cedro, que ahora mismo muy bien podría tener bastante más de 150 años?

Las flores de los prunus del jardín embellecen la torre de San Andrés (Foto: Juan Manuel Santamaría).
Las flores de los prunus del jardín embellecen la torre de San Andrés (Foto: Juan Manuel Santamaría).

La traza es sencilla. Una vez levantados los muros de contención por el lado del mediodía, rellenado y explanado el terreno, se colocó una fuente circular labrada en granito y en torno a ella se pusieron los árboles. Más adelante, andando el siglo XX, se dibujó un ajardinamiento sencillo y adaptado a la irregular geometría de la plazuela, con bandas limitadoras y parterres para césped y arbustos. De las plantas actuales destaca un grandioso cedro -Cedrus libanotica-, que, pese a los desgarros que le producen los desastres metereológicos, se impone por grosor y altura a las acacias de sombra -Robinia pseudoacacia var. Umbraculifera, a los castaños de indias -Aesculus hippocastanum-, a los ciruelos rojos -Prunus pisardi nigra-… La horquilla de un tilo -Tilia platiphila- enmarca la torre de la no muy lejana catedral; los prunus y los castaños crean bonitos encuadres del ábside y torre de la iglesia de San Andrés.

1924, Inauguración del monumento a Daniel Zuloaga (Foto: Diputación Provincial).
1924, Inauguración del monumento a Daniel Zuloaga (Foto: Diputación Provincial).

La reunión de la multitud a la que hago referencia en el encabezamiento de la entrada tuvo lugar el año 1924. Hacía tres que había fallecido Daniel Zuloaga, el mejor vocero, con sus cerámicas, de las bellezas de Segovia que, agradecida, acordó honrar su memoria erigiendo un monumento cuya realización le fue encomendada a una joven promesa de la escultura española, el sepulvedano Emiliano Barral.

Y el día de la inauguración, en torno al monumento, granito rosa arañado con incisiones y coronado por la cabeza venerable del gran ceramista, se congregó mucha gente. Sin embargo, mirar la fotografía que se tomó aquel día es ver sólo cabezas y más cabezas. A la distancia que estamos en el tiempo, anonimato puro.

Firmas de políticos, artistas, periodistas e intelectuales de diversas ramas del saber que acudieron a la inauguración del monumento a Daniel Zuloaga en La Merced.
Firmas de políticos, artistas, periodistas e intelectuales de diversas ramas del saber que acudieron a la inauguración del monumento a Daniel Zuloaga en La Merced.

Encontrar el pliego de firmas y leerlo es topar con políticos, con artistas, con periodistas y con intelectuales de diversas ramas del saber. Y muy destacados. Pocas veces se vio Segovia tan llena de personalidades.

Ignacio Zuloaga, Antonio Machado, Gregorio Marañón, Antonio García Tapia, Margarita Nelken, Julio Camba, Luis de Tapia, Sebastián Miranda, Anselmo Miguel Nieto… De lo granado de España.

Daniel Zuloaga, contemplando, con sus ojos de piedra, la fuente del jardín de La Merced (Foto: Archivo Diputación Provincial).
Daniel Zuloaga, contemplando, con sus ojos de piedra, la fuente del jardín de La Merced (Foto: Archivo Diputación Provincial).

Dr. Segundo Gila, Antonio Ballesteros, Luis de Sirval, Manuel Martí Alonso, Fernando Arranz, Silvestre Manuel Pagola, Juan Gabriel de Cáceres, Eugenio de la Torre, Julián María Otero, Ignacio Carral, Francisco Xavier Cabello y Dodero, Mariano Quintanilla… Quienes en Segovia más brillaban.

El monumento a Daniel Zuloaga en su emplazamiento originario (Foto: Archivo Diputación Provincial).
El monumento a Daniel Zuloaga en su emplazamiento originario (Foto: Archivo Diputación Provincial).

El poeta José Rodao, que no aparece entre los firmantes, aunque estaría, dedicó unos versos al monumento:

En un jardín escondido
en el que el mundanal ruido
de la población se apaga,
en Segovia, han erigido
un busto a Daniel Zuloaga.
Bajo un hermoso dosel
de hojas, que son hoy laurel
para su frente genial,
ha cincelado Barral
el busto de D. Daniel…

Monumento a Rubén Darío. Bronce del escultor Santiago de Santiago arropado por una alineación de cipreses (Foto: Juan Manuel Santamaría).
Monumento a Rubén Darío. Bronce del escultor Santiago de Santiago arropado por una alineación de cipreses (Foto: Juan Manuel Santamaría).

El monumento fue trasladado después a los jardines del entorno de la iglesia de San Juan de los Caballeros, comprada, restaurada y salvada así de a ruina por Daniel Zuloaga, que montó en ella su taller. El año 1973, en el jardín de La Merced se colocó un busto del poeta Rubén Darío, donado por la República de Nicaragua a la ciudad de la que salieron muchos de los viejos colonizadores de aquel territorio centroamericano. Fundido en bronce por el escultor Santiago de Santiago, sobre un pedestal de granito y rodeado de cipreses, es otro ornato de la plazuela. ¿Por qué aquel sitio? Se ha dicho que para llenar el vacío que dejó el traslado del monumento a Daniel Zuloaga y porque cerca de allí vivió una nieta del poeta, que había casado con el pintor y arquitecto Joaquín Vaquero Palacios. Pero esto es algo de lo que no estoy seguro.

La torre de la iglesia de San Andrés asoma por detrás de las ramas del inmenso cedro.
La torre de la iglesia de San Andrés asoma por detrás de las ramas del inmenso cedro.


(*) Académico de San Quirce

porunasegoviamasverde.wordpress.com