
Señora directora:
Hubo un tiempo, cuando aún yo estaba en el limbo, en el que tenía todos mis sentidos enfocando a la chica más guapa que había viso hasta entonces. Apenas podía repartir mi intelecto entre aprobar las asignaturas de Magisterio y apacentar las dudas: ¿me haría caso?
Entonces alguien decidió que iríamos de viaje de fin de estudios a Roma. Para ilustrar el viaje y que fuera de más aprovechamiento nuestra profesora de Historia del Arte nos concedió una clase entera dedicada al evento. Tras hacer un recuento de lo más destacable y visitable advirtió a las chicas de que no se perdieran a los italianos, merecían la pena. Al salir de esa clase la chica guapa por la que yo suspiraba me llamó italianazo. Tardé décimas en invitarle al cine. Aceptó a la misma velocidad. Desde aquel día, ya va para cincuenta años, no nos hemos vuelto a separar. Tengo mucho que agradecer a esa profesora. Su asignatura era de las que más me gustaban. Su efecto detonante ha marcado mi vida para bien. Nunca la podré olvidar. Se llamaba, se llama, Dominica Contreras. Gracias, Dominica.