DANIEL PORTADA
Daniel Zuloaga.

Entre 1870 y 1920 la ciudad parece bullir intramuros. Se produce, por utilizar la terminología de Antonio Ruiz, la mayor transformación de Segovia desde el siglo XVI. Las viejas casas, generalmente terminadas en paramentos que combinan el ladrillo y el armazón de madera, o los grandes caserones de piedra que caracterizaron la ciudad medieval, y la renacentista –ya no tan grandes y cambiando en el exterior las grandes piedras calizas por los sillares de granito-, e incluso la barroca, son sustituidas por la burguesía segoviana que levanta inmensas mansiones de gusto cosmopolita que se alzan en calles ensanchadas y ya urbanizadas, o en plazas y plazuelas. Como la Plaza Mayor, que se aleja de su estética anterior de aluvión y desorden. Son el eclecticismo y el historicismo los estilos arquitectónicos imperantes. Rara vez se introducen otros como el neomudéjar –vivienda de la calle Cervantes, 13- o el racionalismo, casi siempre de la mano de Manuel Pagola. Arquitectos como Joaquín Odriozola, Felipe Sala, Cabello Dodero, Benito de Castro, Antonio Bermejo, González del Valle o el citado Pagola son los encargados de la realización arquitectónica. En ocasiones, las obras se reducen a una remodelación de las fachadas, recomponiendo los vanos exteriores con introducción de miradores que le dan un sentido a la ciudad, desde la calle de la Muerte y de la Vida a la conocida como Real.

Es lo que ocurre con la Casa de los Moreno, entre la Plaza del Corpus y la calle Reina Isabel. Su línea clasicista es rota por un eje de miradores en los que la forja –algo típico en la Segovia de estos años- adopta formas entre geométricas y vegetales, escaso legado este del modernismo en la ciudad. En casas como la de los Moreno el esgrafiado y las molduras de vanos y cornisas perseguirán una imagen ornamental y de armonía del conjunto.

DANIEL
El ceramista Daniel Zuloaga.

En el caso del esgrafiado seguirá la tradición generalizada desde 1855, aunque con una finalidad distinta: ya no ocultará pobreza sino que ensalzará belleza. Daniel Zuloaga participará en este proceso. Es su faceta laboral menos conocida. El ceramista y pintor utiliza su arte en la aplicación arquitectónica. No es la primera vez, pero sí, que sepamos, la única en la que se introduce en el esgrafiado. En la Casa de los Moreno se acoge a la estética renacentista en su versión plateresca, algo no raro en su obra cerámica, como luego veremos. La protagonista ornamental son las conchas de la fachada. Algunos autores han hecho notar cómo, por las mismas fechas, existen dos representaciones del plateresco salmantino en Segovia: la Casa de los Larios, de 1915 –resaltamos en esta casa la decoración renacentista de los miradores, obra del magnífico escultor Toribio García, del que ya hemos hablado en otro capítulo- y la decoración que realiza Daniel Zuloaga en el exterior de la Casa de los Moreno.

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Suponemos que en este comentario está presente el recuerdo de la Casa de las Conchas de Salamanca. Se olvida, no obstante, la presencia de las conchas como ornamento en los emblemas nobiliarios de los paramentos laterales del Convento de Santa Cruz la Real y en el escudo del Marquesado de los Lozoya –situado en una casa de la hoy Calle Daoíz-. En ambos casos son reflejo del legado de Antonia Suárez de la Concha –llamada La Primavera, por su belleza-, mujer que fue de Juan Contreras Girón Acuña y madre del primer marqués de Lozoya, que vio elevado a marquesado el señorío de su madre. Tampoco se tiene en cuenta que las conchas sustituyen a las bolas isabelinas en el alfiz de la casa hidalga del XVI sita en la Plaza de los Espejos.

Las conchas fueron colocadas por Zuloaga en la Casa de los Moreno al tresbolillo, destacando con sutileza en un esgrafiado a doble tendido, con parecida textura de los dos revocos aunque con diferencia en los colores. Dos cenefas, una vertical y otra horizontal, de remate, complementan la decoración. La cenefa vertical luce una ornamentación compleja de lazos, grillos y tondos con busto, mientras que la cornisa tiene como elemento más destacable los tondos con bustos de personajes. El resultado es de una suprema elegancia, que complementa la simetría de los vanos y aumenta el sabor clasicista de todo el edificio.

La amistad con el doctor Leopoldo Moreno le lleva a colaborar con él en la decoración de la Casa de la Gota de Leche, en la entonces calle de San Valentín. La Gota de Leche fue una de las instituciones benéficas que nacen en Segovia en el primer tercio del siglo XX –1913 en este caso-. Como lo fue El Niño Descalzo, iniciativa de José Rodao. El doctor Moreno forma parte del conjunto de médicos con renombre en la Segovia de su época, junto con Segundo Gila, Antonio García Tapia y Teófilo Hernando. Otra vez la amistad de Zuloaga se traslada a su trabajo. Probablemente la que tuvo con Joaquín de Castellarnau propició que Antonio Mascaró le encargara en 1896 la que es su obra interior más completa: el altar que ampara el llamado Cristo de los Lozoya. El propio Castellarnau fue el artífice de la vuelta a Segovia de la familia Zuloaga en 1907, y desde Pasaje de San Juan, al gestionar en esa fecha el encargo a Daniel de la pintura del monumento de Semana Santa para la catedral de Segovia.

“Teme en tu hijo de niño la diarrea, de joven la vagancia, de hombre el alcoholismo. La buena madre lucha contra los tres”

La iconografía en el dispensario de la Gota de Leche posee también su significación. En la puerta del edificio se alzaba un rótulo de cerámica en el que se representaba una mujer dando el biberón a su hijo. La escena tenía al fondo la imagen de la catedral y tres vacas pastando. En la pared de la sala de espera, un cartel tenía un mensaje más directo: “Teme en tu hijo de niño la diarrea, de joven la vagancia, de hombre el alcoholismo. La buena madre lucha contra los tres”.

La cerámica en los edificios pone una nota de color inequívoca; pero también es cierto que el mosaico, el fresco o la pintura mural lo igualaba en cromatismo (y en Cataluña se vio claramente), y que el esgrafiado, la otra opción ornamental, unía a su economía la tradición segoviana. Cómo estaban las cosas en ese momento entre los ceramistas y la arquitectura lo refleja la carta que en 1911 Teodoro Anasagasti le remite a Daniel Zuloaga: “No le falta a Vd. razón cuando dice que los arquitectos están en estado canuto. ¡Cómo quiere usted que metan cerámicas si prescinden en su obra del elemento auxiliar más indispensable: el color”. Zuloaga, no obstante, buscará mediante la alianza con destacados arquitectos la aplicación de su arte. Tal ocurrió con Leonardo Rucabado y Ricardo Velázquez Bosco. Con Rucabado colaboró en la Casa de Tomás Allende, de Madrid: el torreón que hace de chaflán envolvedor a la esquina de la Carrera de San Jerónimo está decorado con hermosas cerámicas realizadas en el taller de Daniel Zuloaga (1916-1920). Fue la obra final de ambos artistas.

Pero nos interesa más, por su implicación segoviana, la colaboración con Ricardo Velázquez, y en particular la azulejería que Zuloaga diseñó para el Pabellón de Velázquez, en el Buen Retiro de Madrid, con ocasión de la Exposición de Minería (1884). Las cerámicas llevan la firma de los hermanos Germán y Daniel Zuloaga, que la realizaron en la fábrica de la sociedad La Moncloa, sociedad constituida el 7 de diciembre de 1881 por diversos accionistas, entre ellos los mencionados hermanos. Será la primera vez que se vea el arte cerámico de los Zuloaga aplicado a la arquitectura. Rafael Ruiz (Esgrafiado. Historia de un revestimiento mural. Segovia, 2019) ha apreciado en los motivos de estos azulejos la representación iconográfica típica del siglo XVI y recogida en la cenefa esgrafiada que recorre –o recorría- la totalidad del arco y paramento anexo de la Puerta de la Claustra o Arco de la Canonjía. Constituye esta una finísima obra que responde al tipo de los esgrafiados renacentistas culminados con una simple lechada de cal, sin adición de árido alguno, de ahí su delicadeza. El diseño de los dibujos se realizaba empleando plantillas o estarcidos (pequeñas incisiones en el revoco que delimitan las siluetas de las figuras).

Francisco Alcántara, en un artículo en El Imparcial (2 de febrero de 1909), “Galas de la arquitectura. El revoco segoviano”, reconocía que “hace muchos años que el dibujo de este friso se ve copiado en las obras de Daniel Zuloaga e inspirando (a) muchas de ellas”. Los bustos de perfil enmarcados por tondos son replicados en la Casa de los Moreno; los jarrones rebosantes de frutos y los grifos y dragones con las colas vegetal entrelazadas se utilizarán también en el altar que enmarca el Cristo de los Lozoya en la Capilla del Santísimo de la catedral de Segovia (1898). Por Abraham Rubio (Los Zuloaga. Artistas de la cerámica. Madrid, 2007) conocemos que en la reforma que Velázquez Bosco hizo en 1885 del palacio del marqués de Monistrol en Madrid, se introdujo, a modo de friso entre la planta baja y el primer piso, cerámicas de los Zuloaga salidas de la fábrica de La Moncloa.

El friso presenta hipocampos o dragones de colas entrelazadas, engalanadas con motivos vegetales y afrontadas a círculos con tetrapétalos en su interior –en vez de tondos con imágenes clipeadas de personajes retratados de perfil, como en la cenefa de la Claustra-. Como se ve, se reiteran los mismos motivos. Las plaquetas rectangulares que forman el friso superior hoy se conservan en la colección Linés, una vez desaparecido el palacio del marqués.

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Resalta el hecho de que estas obras que tienen como referencia el Arco de la Canonjía o Puerta de la Claustra segoviana se ejecutaran cuando el ceramista todavía no residía en la capital castellana, lo que indica una relación previa con el monumento antes de su instalación definitiva en la ciudad, que tendrá lugar en 1893, cuando llegue a la fábrica de loza de los Vargas –de nombre La Segoviana- para sacar adelante el proyecto de revestimiento cerámico del Ministerio de Fomento –hoy Agricultura-, en Atocha. Se sabe que Velázquez –arquitecto encargado- le propuso a Zuloaga ejecutar la obra en algún lugar de Francia –los hermanos Zuloaga habían estudiado en Sévres- pero él, ya en solitario, prefirió Segovia. Aquí se quedaría después de concluido el proyecto y dirigiría el Taller Artístico hasta 1906. Incluso con el tiempo creó escuela.

El gran Zárraga recoge la totalidad de la obra hasta entonces realizada por el ceramista

Es muy interesante, por ser escrito en época temprana, el análisis que realiza Miguel Zárraga en las páginas de El Adelantado de Segovia el 10 de agosto de 1904: “Desde 1889, cuando aún parecía predominar el azulejo hispano-árabe llamado de cuenca, hecho con moldes en los cuales se estampaban los dibujos en hueco y se limitaba por un reborde en relieve, hasta hoy que se trabaja libremente, a mano, sobre bizcocho de porcelana (haciendo el dibujo a mano con pasta líquida, quedando en relieve), el arte cerámico progresó de extraordinario modo, debiendo gran parte del esplendor que le avalora a un artista genial: Daniel Zuloaga”. Resulta ilustrativa la lectura de este artículo en el que el gran Zárraga recoge la totalidad de la obra hasta entonces realizada por el ceramista, que es mucha –aun con algún olvido-; destaca, no obstante, entre toda ella dos: el suntuoso hotel particular repleto de mármoles y cerámicas que Luis Ocharán levantará en Castro Urdiales y, cómo no, el altar del Cristo de los Lozoya en la catedral segoviana. Entre la obra que olvida el magnífico periodista se encuentra el zócalo del patio de La Granja de san Ildefonso, que arruinó el fuego en 1918. Se hicieron en La Moncloa, y dos de ellos se muestra en el Museo Zuloaga de Segovia: dos azulejos a cuenca o arista, de técnica hispano-musulmán y estilo renacentista.

Ceramica Zuloaga patio De la Fuente del Palacio de la Granja 1 Abraham Rubio Museo Zuloaga Segovia
Cerámica de Daniel Zuloaga en el patio De la Fuente del Palacio de la Granja.

Fernando Arranz, discípulo de Daniel Zuloaga, también recurre a los elementos decorativos renacentistas del maestro, especialmente los tondos y la cornucopia. Arranz los utiliza en el importante –por su tamaño- friso que decora el zaguán y la escalera de la casa de los Alonso Pérez de Villanueva, construida al lado del Arco de la Canonjía, y justo debajo de la cenefa con acabado en cal que describíamos con anterioridad. La variedad reside en que son los extremos de las cornucopias los que en este caso aparecen entrelazados, y no la cola de los dragones. No lejos de aquí, en la plazuela de Juan Guas, aparece un mural de azulejos que conmemora la residencia de Maurice Fromkes en la ciudad. Como los murales del Hospital de la Misericordia, salió del taller de los Zuloaga, y a cargo de sus hijos. Aunque estos tienen fecha (1926-1942); no así el del mural conmemorativo ni el azulejo cuadrado con el número de la casa de Fromkes –hoy borrado-.

Una de las últimas aportaciones de Daniel Zuloaga a la arquitectura se encuentra en su propia casa, en la planta alta de la iglesia de San Juan de los Caballeros, que sirvió como taller para él y sus hijos, y culminado escasos meses antes de morir. De toda la decoración me quedo con la azulejería del cuarto de baño, en blanco y azul, todo un canto y homenaje a Segovia. Mezcla Zuloaga los estilos: el regionalismo en la representación de los tipos populares se une a un leve toque modernista en los merlones de sección vegetal que, como en la muralla de Segovia, culminan la parte representativa de la obra. Y junto a ellos las siluetas estilizadas, como masas umbrías, dinámicas y estáticas –tan del gusto del art decó que proliferaba en las ilustraciones de la época- con el escenario al fondo de la catedral y El Alcázar. El esmalte es fantástico y el juego de colores muy atractivo. La figura del hombre montado en un burro retrotrae a su escultura de gitanillo montado en un burro que ha permanecido durante años en la colección de Eleuterio Laguna.

«España, salvo contadas excepciones, no se ha dado cuenta de lo que Zuloaga era, de lo que representó como valor positivo en nuestra Historia del Arte»

El 27 de diciembre de 1921, a las ocho de la mañana, moría Daniel Zuloaga en su casa que fue iglesia de San Juan, en la Plaza de Diego de Colmenares. Lo hizo de septicemia, y lo certificó su amigo y cliente el doctor Leopoldo Moreno. Tenía sesenta y nueve años. El 29 de diciembre El Adelantado de Segovia publica un artículo firmado por Blanco Belmonte en el que realiza una valoración del artista: “España, salvo contadas excepciones, no se ha dado cuenta de lo que Zuloaga era, de lo que representó como valor positivo en nuestra Historia del Arte, como restaurador de la tradición de la cerámica, como precursor e implantador de fórmulas de arte nuevo”.

Un año y medio antes de morir, José Rodao (Pepe), lo recordaba “en tratos para comprarse un hermoso automóvil de no sé cuántos caballos” y luciendo –preso de coquetería y dignidad eclesiástica- calcetines de seda morados, sentado en uno de los veladores de La Suiza.

Un domingo por la mañana del mes de octubre, de número 27, de 1924, se inauguró un monumento a Daniel Zuloaga en la Plazuela de Alfonso XII, hoy Plaza de la Merced. Había sido tallado por Emiliano Barral y financiado por suscripción popular. Se habían recaudado hasta esa fecha 7.583 pesetas. Además de las autoridades, estaban presentes figuras como Ignacio Zuloaga, su sobrino, el doctor Marañón, Antonio Machado, el arquitecto Manuel Pagola y la ateneísta Margarita Nelken, que pronunció un bello y emotivo discurso.

Su estatua permanece hoy semi escondida por la maleza en los jardines a San Juan de los Caballeros. Segovia nunca lo olvidó. Hoy lucen sus “cacharros bonitos”, como llamaba a los objetos cubiertos con esmalte vitrificado, en el museo instalado en la iglesia en donde trabajó y vivió. Sin embargo, él consideró que “en ningún sitio de España han reconocido como en Barcelona mi largo trabajo” (revista Mercurio, 7 de diciembre de 1916). Cosas del genio.

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