Chile hace balance tras un mes de disturbios que han azotado el país

Una revuelta estudiantil podría acabar con una reforma contundente de la Constitución

Un manifestante sujeta una bandera de Chile. / EFE

Lo que empezó siendo un llamado de los universitarios chilenos a colarse en el metro de Santiago para protestar contra el aumento de la tarifa se ha convertido en la mayor convulsión social desde la caída de la dictadura de Augusto Pinochet en 1990.

Estos son los principales hitos de una revuelta que ayer cumplió un mes y en la que decenas de miles de manifestantes cantaron a diario la misma consigna en las calles: “Chile despertó”.

Luego de una semana en la que cientos de estudiantes protagonizaron masivas entradas al suburbano sin pagar, el caos estalla en Santiago el 18 de octubre: varias estaciones de metro son incendiadas, arden el edificio de la compañía eléctrica Enel y una sucursal del Banco de Chile y se producen cruentos enfrentamientos entre manifestantes y policías.

El presidente de Chile, el conservador Sebastián Piñera, decreta el estado de emergencia, saca a los militares a la calle y se ordena un toque de queda, que durará ocho días y se extenderá a otras ciudades, algo inédito en democracia. Las imágenes de tanquetas y soldados armados con fusiles patrullando hicieron a muchos recordar las peores épocas de la dictadura.

En unas polémicas declaraciones el 20 de octubre, que muchos calificaron de provocación y que le persiguen desde entonces, Piñera dijo que Chile estaba “en guerra contra un enemigo poderoso” y pidió unirse “en esta batalla que no podemos perder”.

Dos días después, se viralizó en las redes sociales un audio de su esposa, Cecilia Morel, en el que comparaba las manifestaciones con “invasiones alienígenas” y le decía a una amiga que “vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”, lo que enfureció aún más a los manifestantes y evidenció la total desconexión de las élites con una sociedad harta de los abusos.

Más de 1,2 millones de personas tomaron las calles de Santiago el 25 de octubre para clamar contra el desigual modelo económico del país, pese a que Piñera había pedido perdón por su “falta de visión” y había anunciado días atrás un tibio paquete de medidas sociales, que incluía el aumento del salario mínimo o la reducción del sueldo de los parlamentarios.

Es la mayor demostración de fuerza que tuvo el movimiento y la mayor concentración de los últimos 30 años en Chile. Las imágenes de una Avenida Libertador Bernardo O’Higgins en la que no cabía ni un alfiler dieron la vuelta al mundo.

Tras la no celebración de la Cumbre por el Clima en Santiago, pocos días después, Chile se quedó también sin la final de la Copa Libertadores, que por primera vez se iba a disputar a partido único. Santiago había sido la sede escogida, pero dada la situación del país, la Conmebol decidió que el encuentro por el título se dispute en Lima.

La brutalidad con que las fuerzas de seguridad están reprimiendo las marchas, con camiones lanza-aguas, perdigones y gases lacrimógenos aún cuando estas son pacíficas, es otra de las características de este estallido social, que se cobró la vida de 23 personas (cinco de ellas a manos de agentes del Estado) y provocó miles de heridos.

Tras todo esto, por fin se intuye un final. “Esta noche es histórica para Chile”, así anunció el presidente del Senado, Jaime Quintana, el pacto alcanzado entre el oficialismo y la mayoría de la oposición para enterrar la actual Constitución, redactada en plena dictadura y considerada el origen de la grandes desigualdades del país, ya que favoreció la privatización de la educación, la sanidad o las pensiones.