ReportajeLa prosperidad irlandesa en los últimos años ha sorprendido a economistas y analistas de todo el mundo. Naciones Unidas sitúa a Irlanda entre los 20 mejores países del mundo en el Índice de Calidad de Vida y también la incluye entre los ocho campeones del Índice de Desarrollo Humano. La Isla Esmeralda ha defendido a capa y espada su soberanía, y hoy muestra los frutos económicos, educativos y culturales cosechados tras su ejemplar capacidad de adaptación después del descalabro financiero provocado por el euro y la pandemia.
La agencia de calificación crediticia Moody´s decidió hace cuatro meses mejorar la calificación de Irlanda. En concreto, elevó la fortaleza del país desde A1 hasta el nivel Aa3; es decir, la isla goza hoy de una calificación excelente para arrostrar los vaivenes de un mercado sacudido por la inflación y las subidas de tipos de interés. Los analistas valoraron “las boyantes finanzas públicas de Irlanda” al decidir el ascenso de la calificación soberana hasta la envidiable valoración de Aa3. Cabe recordar que la más reciente calificación de Moody´s para España a largo plazo es la Baa1.
El crecimiento económico registrado también asombra y causa perplejidad en la comunidad internacional. En 2022, el Producto Interior Bruto (PIB) aumentó un 12,2%. La riqueza per cápita alcanzó el año pasado los 98.260 euros, lo que eleva al país hasta el número cinco entre los 196 Estados del orbe con datos fiables.
Sin embargo, la historia económica de Irlanda está entre las más trágicas de occidente. En términos de población, el país aún no se ha recuperado de la trágica hambruna de la patata, a mediados del siglo XIX. Entonces vivían en la isla unos ocho millones de habitantes. La mortalidad por hambre y la tremenda emigración vaciaron el país, y las penurias marcaron la idiosincrasia nacional, dejando millones de personas con raíces irlandesas desperdigadas por todo el mundo (solo en Estados Unidos hay diez veces más descendientes de Irlanda que en el propio país). Con el paso del tiempo no cambió la situación y medio millón de irlandeses llegaron a América en los años veinte del siglo ídem, estableciendo todo tipo de puentes entre Estados Unidos e Irlanda. Actualmente la población de la República de Irlanda y los condados bajo control británico ronda los seis millones de personas en sus 34 condados (incluidos los de la órbita británica).
Hace solo una década la economía irlandesa se tambaleaba en la cuerda floja. El giro de 180 grados deja hoy a Irlanda con un modelo propio de crecimiento y una renta per cápita que se ha multiplicado por diez en solo quince años (de 6.018 a 61.313 dólares). Esa subida sitúa al país en cuarta posición europea en el ranking de rentas por habitante, solo detrás de las tradicionales Noruega, Suiza y Luxemburgo. ¿A qué se debe este milagro? ¿Cómo ha cambiado la economía de un país condenado históricamente a la emigración masiva y que hoy contrata a españoles ante la falta de mano de obra nativa?
Los datos cantan. Hace tres décadas comenzó en el país una caída del impuesto de sociedades, fenómeno que atrajo a empresas de dimensión mundial. Esa estrategia impositiva ha llegado a molestar incluso a Estados Unidos, pues el país presidido por Joe Biden casi duplica esa tasa empresarial (12% Irlanda, 21% EEUU) y ha habido presiones para que cambie esa política fiscal.
La velocidad de la recuperación irlandesa tras la crisis ha sido imparable. El resto de vecinos sureños salieron más lentamente de la crisis financiera y algunos, como España, no han alcanzado el nivel de riqueza previo a la pandemia. En 2019, el país había registrado un crecimiento del Producto Interior Bruto del 75,4% con respecto a 2009.
Pero el punto de partida no auguraba la situación actual. En la década de los ochenta, Irlanda era el país más pobre de Europa occidental. Irlanda había accedido en 1973 a la Comunidad Económica Europea, pero esa integración resquebrajó su tejido productivo y el paro se disparó, reactivando la eterna vocación migrante de los irlandeses.
Dos décadas más tarde, al calor de nuevas medidas de formación del mercado común europeo, la actividad económica se reanimó. Otro hito crucial llegó en 1998. En Viernes Santo de ese año se alcanzó el Acuerdo de Belfast que trajo la paz a Irlanda del Norte (con un millón de protestantes y medio millón de católicos, “una limpieza étnica al por menor”) y luego recibió apoyo popular tras sendos referéndums en la República de Irlanda e Irlanda del Norte.
Y ahora un punto y aparte más pequeño desvío en el relato para recomendar una joya del periodismo en los últimos años: No Digas Nada, libro de Patrick Raden Keefe, impresionante documento que muestra con toda crudeza y sencillez, al mismo tiempo, el proceso vivido desde el recrudecimiento de la tragedia nacionalista en los años setenta hasta hoy. La narración de la escalada sangrienta (diecinueve personas muertas por violencia en 1969 que saltan a 200 en 1970 y rozan las 500 en 1972) y su entrelazamiento político es un extraordinario documento para la historia. La frágil paz inicial se ha fortalecido con el paso de los años y constituye, sin duda, un pilar del revolcón económico constatado. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, visitó el pasado abril Belfast y Dublín como respaldo al proceso de paz (se celebraba un cuarto de siglo de los acuerdos de Stormont) y a la dirección que sigue el país, que avanza en su pacificación pese algunas resistencias de unionistas, sobre todo.
Pero todo se derrumbó cuando estalla la burbuja inmobiliaria, allá por 2009. Las autoridades económicas europeas irrumpieron en escena para dirigir el rescate de ese país casi residual para el conjunto y con el euro a punto de recibir sepultura. Los países más gravemente afectados eran los llamados “PIGS” (Portugal, Italia, Grecia y España), “cerdos” en lengua de Shakespeare, siglas que abrieron hueco para incorporar temporalmente a Irlanda, y esos farolillos rojos del viejo continente se convirtieron en el acrónimo “PIIGS”.

Uno de los momentos cruciales en que se trazó el futuro económico irlandés llegó en enero de 2012. Irlanda acaba de pedir el rescate financiero; la deuda estrangulaba sus cuentas, y el euro crujía por los cuatro costados. Un portavoz del Banco Central Europeo (BCE) ofreció una rueda de prensa para explicar las medidas adoptadas. El hombre de la troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) divagó sobre un taxista que le había traído hasta allí y que estaba preocupado por la situación financiera. El curtido periodista Vicent Browne preguntó entonces: “¿Le ha dicho el taxista que los irlandeses están enfadados por tener que pagar a los inversores miles de millones de euros en bonos no garantizados por deudas con las que la población irlandesa no tiene relación ni responsabilidad, principalmente para asegurar la solvencia de los bancos europeos?”.
Entonces una asistente del alto cargo del BCE le dijo que soltara el micrófono, pero el viejo periodista no se rindió. Browne dijo: “Tenemos la tradición en el periodismo irlandés de perseguir los temas, y cuando una persona no contesta, insistimos en ello. Y espero que la tradición sea respetada en esta ocasión. Así que… ¿puede responder a la pregunta?”.
El compareciente cuchicheó con su asesora y replicó al periodista que ya había contestado dos años antes a una pregunta similar. Browne no soltó la presa: “¿Te refieres a la que no respondiste?” “Sí, la respondí”, balbuceó el portavoz, quien empezó a desbarrar con frases inconexas y vacías de contenido. Insistió el periodista en que no estaba respondiendo a la pregunta, ni a él ni al taxista. Vuelta al principio: “Creo que he respondido”. “No, no ha respondido, ¿por qué los irlandeses deben pagar miles de millones de euros bajo la amenaza del BCE?”. El argumento oficial fue el silencio. “Ustedes vienen aquí e intervienen en esta sociedad causando daños graves, haciéndonos pagar no por nuestro bien, sino por el bien de las instituciones financieras europeas. ¿Puede explicar por qué los irlandeses son castigados así?”. Más silencio. “No tiene nada que decir. ¿Es así? ¿Eso es todo? ¿No hay respuesta?”, insistió. “He respondido”, masculla el dirigente. “No, no ha respondido”, apretó el plumilla. “Es su opinión”, pretendió zanjar el “hombre de negro”. “Es mi opinión y creo que es la opinión del taxista y de los que nos ven esta noche”, cerró Browne.
Se escenificó así, ante las televisiones de todo el mundo, la resistencia irlandesa a ingerir

sin más las recetas de organismos ajenos a la realidad del país. La apuesta por reducir la presión fiscal se puso en marcha, junto a un planteamiento heterodoxo sobre las entidades financieras. En concreto, el Gobierno irlandés inyectó 4.000 millones de euros en Bank of Ireland y Allied Irish Banks (la mitad para cada uno) y pasó a controlar un 25% del derecho a voto en ambas entidades, acciones que se sumaban a otros 1.500 millones de euros en Anglo Irish Bank, donde controlaba desde entonces el 75% de su capital social.
Como indicó el Gobierno de Irlanda, un elemento esencial sería “respaldar con mayor profundidad la reestructuración y la restauración de la viabilidad y salud financiera a largo plazo del sistema bancario irlandés”. Y el entonces ministro de Finanzas, Brian Lenihan, declaró que en lo sucesivo los bancos irlandeses serían significativamente más pequeños de lo que eran hasta entonces y que podrían vender activos no estructurales. Es decir, la apuesta era que la economía real exigía menos bancarización del país. Hoy, firmas financieras como Berenberg, entre otras, recomienda apostar en Bolsa por los “bancos irlandeses en su conjunto”.
Los bancos irlandeses, al borde del colapso por el fiasco inmobiliario, iniciaron un camino inverso a la creciente dependencia de los fondos del BCE que adoptaron otros países heridos por la nueva moneda europea y la especulación. Al comienzo de ese camino, durante algunos meses, se produjeron fugas de depósitos, pero hoy los resultados económicos están a la vista.
Las autoridades europeas acabaron felicitando a regañadientes a Irlanda. El primer paquete de rescate supuso créditos por valor de 114.000 millones de euros durante tres años. La jefa del FMI, Lagarde, indicó que “Irlanda ha completado con éxito el programa de rescate del FMI y las autoridades europeas. Como resultado, Irlanda se encuentra ahora en una situación mucho más robusta que cuando comenzó el rescate”, dijo. Sin embargo, al mismo tiempo dibujó un horizonte de muy limitado crecimiento económico y aumento del paro en esa isla. Otros países como Grecia intentaban salir del fango financiero, pero se hundían cada vez más hasta un marasmo que se prolonga hasta el presente. El caso es que Irlanda aceleró la salida de la crisis y en 2013 dio por terminados los “tiempos de “emergencia” e interrumpió las peticiones crédito. Fue el primer país europeo en salir de la “protección” de Fondo Monetario Internacional (FMI).

En 2016, otro acontecimiento influye en el milagro del Tigre Celta. El Brexit obliga a un planteamiento de todo lo planificado hasta entonces y el atractivo irlandés crece enteros por meses. Pero la contundencia de los datos más recientes ha despertado recelo en algunos analistas o medios como la BBC o El País. También un informe del Banco Central de Irlanda advierte de que podría tratarse de una “aparente fortaleza”, atribuible al aumento de las exportaciones de productos farmacéuticos y al peso económico de las multinacionales que se han instalado durante estas décadas, apuntando hacia una especie de aberración contable que no se corresponde con la realidad. El Banco Central de Irlanda considera que un análisis detallado de los índices de renta per cápita y consumo situarían al país entre la octava y la decimosegunda posición europea, una vez corregidas las distorsiones, un matiz que, en cualquier caso, no expulsaría al país entre los alumnos más aventajados.
Pero otros analistas ven los datos de manera radicalmente distinta. Marc Vidal explicó recientemente en la Cope que “Irlanda incluso creció durante la pandemia. Mientras todos nos hundimos, ellos crecían un 6’2%. Pero en 2021 lo hicieron un 13’6% y en 2022 un 12%, recordemos que nosotros no hemos llegado al nivel de 2019”. Vidal añadió que “mientras nuestro nivel de renta lleva estancado 20 años, el PIB per cápita de Irlanda se ha duplicado por siete, y ese crecimiento no es cosmético, es real. Porque está vinculado a un cambio de modelo de crecimiento que se inició hace bastantes décadas cuando se apostó por atraer empresas de corte tecnológico, efectivamente bajando impuestos. Pero no fue ni rápido ni sencillo”.
Con la perspectiva del tiempo, Vidal añade que “la apuesta que hizo en su momento la Isla Esmeralda fue muy arriesgada, una apuesta clara por el futuro, pero con una fase inicial muy compleja. Una vez decidieron caer el corporate tax, es decir, nuestro impuesto de sociedades, la caída de ingresos públicos fue brutal. Para que las empresas tecnológicas de medio mundo se instalarán en Dublín, en Cork, Galway o Donegal se tuvieron que inventar incentivos que iban mucho más allá del hecho tributario. Era facilitar el crear empresa”. Y concluye Marc Vidal: “Hoy en Irlanda se crean 40 empresas tecnológicas diarias, es un país de 4 millones y pico de habitantes. Generan dos de cada tres nuevos empleos. El 12 por ciento de los trabajadores de Dublín son desarrolladores tecnológicos, Irlanda, es el segundo país del mundo en inversión tecnológica per cápita, y el tercero con mayor número de empresas tecnológicas por habitante”.

Educación, cultura y… cerveza
La educación es uno de los pilares del bienestar irlandés. Los Informes PISA sitúan al sistema educativo del país por delante de la media de los estados escrutados. También la riqueza cultural del país sorprende a propios y extraños, sobre todo en términos musicales.
Todo niño irlandés ha mamado la música durante sus primeros balbuceos vitales. En cada comunidad de vecinos, en cualquier barrio o pueblo de Irlanda pululan cientos de grupos que ensayan y actúan en las fiestas o en los numerosos pubs. La tradición folclórica está presente en cada rincón y constituye uno de los signos de identidad más vigorosos de un pueblo que ha aportado al mundo una sorprendente cantidad de genios en las diversas ramas artísticas. Esta es una isla de poetas, músicos y escritores que unas veces han roto con el pasado y otras se han inspirado en él. Uno de estos soñadores, Oscar Wilde, dijo en cierta ocasión que “nosotros, los irlandeses, somos demasiado poéticos para ser poetas.
Somos una nación de brillantes fracasos, pero también los mejores creadores desde los griegos”. Otros irlandes como James Joyce o Bram Stoker podrían corroborar esta afirmación.
Músicos como el grupo U2, Cillian Murphy o Van Morrison han alcanzado una talla mundial. También artistas como Liam Neeson (recientemente homenajeado en la Seminci de Valladolid) o Jack Gleeson (Juego de Tronos), series como Peaky Blinders lanzan mensajes irlandeses sobre el planeta.
Y la cerveza, ese líquido tan inspirador, también sitúa a Irlanda en la vanguardia mundial. La marca Guinness no es solo la preferida en el tigre celta, sino que se ha extendido por todo el planeta. En escuelas de negocios de todo el mundo se estudia como el famoso Libro de los Récords se ha convertido en parte de las estreegias de marketing de las grandes marcas.