Dos escuetas nota, plastificadas y sujetas por cinta de celo, ocupan solitarias el escaparate cegado del número dos de la calle San Francisco. Ambas rezan así: “Después de 127 años, Candamo cierra sus puertas. Agradecemos a segovianos y foráneos la confianza puesta en nosotros todo este tiempo. Ha sido un honor haber estado a su servicio”. Estos días, en los que el calor infernal de julio ha remitido y el paseo a media mañana vuelve a ser posible, no faltan vecinos que se paran a la altura de la reja y se quedan estupefactos ante el mensaje. ¡Cierra Candamo!
Y no es para menos. Más de uno pensaría que un comercio que ha superado tantas vicisitudes, vencido tantas crisis y disfrutando de otras tantas alegrías tenía visos de durar una eternidad. Pero como dice la canción, todo tiene su final. Y, a Candamo, el desenlace después de casi doscientos años de excelente labor comercial en el corazón de la capital le llegó el pasado viernes.
La historia paralela que el establecimiento ha mantenido con la ciudad llega así a su fin. En el recuerdo de muchos quedarán esas estanterías de madera donde multitud de productos de la tierra se arrejuntaban, el aroma característico de una tienda bien cuidada y el afable trato con el que los propietarios, todos de la estirpe de los Candamo, agasajaban tanto a propios como a extraños. Con la desaparición del comercio, el universo de las viejas tiendas de ultramarinos pierde una de sus más brillantes estrellas.
historia supercentenaria
Para poder contar al completo la historia de un establecimiento tan histórico como el que nos ocupa, es necesario retroceder hasta mediados del siglo XIX, fecha aproximada en la que los Candamo comenzaron su actividad en la ciudad. El fundador de la dinastía fue Antonio Candamo Rivas, un gallego destinado a Segovia para hacer el servicio militar obligatorio. Quedó prendado de la belleza de la ciudad y, en poco tiempo, se decidió a abrir una pequeña tienda de ultramarinos en el número dos de la calle San Francisco.
La fecha exacta de fundación de la tienda no está del todo clara. En el letrero que todavía se mantiene sobre el escaparate se puede leer que la casa comenzó su andanza en 1850. Las imágenes más antiguas de la empresa, ya sean logos o anuncios, fechan el inicio cinco años después, en 1855. Hace veinte años, un requerimiento del Ayuntamiento, que exigía la licencia de apertura, hizo que la propiedad del local solicitara un informe sobre este nebuloso punto de partida. Únicamente pudieron determinar que la tienda había comenzado a mediados del siglo XIX, lo cual concordaba con la tradición familiar.
Según nos cuenta Eduardo Doldán, pudiera resultar incluso que ese local se estuviera empleando como comercio de alimentación ya incluso desde antes de que Candamo apareciera por la ciudad. “Unos documentos del Ayuntamiento lo certifican, puesto que aparece un permiso concedido al local para abrir en los domingos, día de mercado en la ciudad”. De esta manera, Candamo simplemente se habría limitado a hacer una oferta por el local y a continuar la actividad que allí se staba realizando desde antes. Pese a ello, a Doldán no pierde demasiado tiempo en polémicas sobre si su tienda era o no la más antigua del país.
Este Antonio Candamo, tío tatarabuelo de Doldán, el actual propietario, llegó a alcanzar un estatus bastante relevante en la ciudad. El éxito cosechado por su establecimiento le permitió, en pocos años, hacerse con un palacete ubicado unos números más arriba de la calle San Francisco. Desde esa nueva residencia, que se conoce como la Casa del Sello, sede de la sección turística de la Diputación, lanzó otros ambiciosos proyectos de emprendimiento.
Entre ellos, destaca la creación del Café Moderno, en los bajos de esa misma Casa del Sello. Tasca de gran prosperidad, en sus salones departieron algunas de las muchas personalidades que llegaron a Segovia en el período finisecular. Doldán cuenta que, en su familia, han corrido diversas historias que hablan de un café donde se organizaban timbas clandestinas y se celebraban cabarets que atraían a una numerosa concurrencia. A todo ello se une su elección como diputado provincial en Segovia, llegando incluso a ocupar la presidencia en 1901 por razón de su longevidad.
Hacia la década de 1890, el comercio seguía figurando en el Padrón de Contribución Industrial de la Ciudad de Segovia como propiedad de Antonio Candamo. Sin embargo, poco después, se lo traspasaría a la familia de su sobrino, llamado Eduardo Doldán Candamo. Según cuenta Juan Manuel Santamaría en un volumen conmemorativo de la Cámara de Comercio, esta operación ejemplifica perfectamente los precios de los alquileres y compras de la época.
“Las exigencias del tío fueron que el sobrino se comprometiera a pagar, en cuatro años y a razón de mil pesetas, 4.000 pesetas”, relata el autor. En este precio, se comprendía tanto la tienda como todos los productos disponibles. Además, añadió otros 750 duros anuales con motivo del alquiler de la casa, ubicada en el altillo de la tienda. De esta manera, la mítica tienda pasaría al sobrino de Candamo, cuya descendencia directa la ha conservado hasta hoy.
Durante la primera mitad del siglo XX, la empresa se fue integrando en diversas asociaciones y patronales como la Unión Ultramarina, en 1919. Con esta alianza, los comerciantes segovianos de la alimentación se ponían por objetivo la provisión de productos en las mejores condiciones de precio y calidad. También se adhirió a la Sociedad de Comerciantes de Ultramarinos y Similares de Segovia, dedicada a defender los intereses de los asociados, representarlos oficialmente y establecer criterios unificados para determinar los precios. En 1934, Candamo pasó a propiedad de Vicente Antonio Doldán Redondo de manos de su madre, que había regentado el local desde la muerte del sobrino de Candamo, acaecida en 1894.
Llegó la Guerra Civil y, con ella, los terribles bombardeos de un bando a otro. Segovia no fue una excepción y sufrió los ataques de las fuerzas gubernamentales durante los meses de mayo y junio del 37. Cuando las sirenas que prevenían a la población arrancaban a chillar, los vecinos del barrio sabían que podían encontrar refugio en los sótanos de Candamo. Doldán recuerda esta historia: “La gente venía para esconderse en el almacén de la planta sótano, que conectaba con el otro comercio que tenía la familia, el de la Avenida Acueducto”.
Llegó la Guerra Civil y, con ella, los terribles bombardeos de un bando a otro. Segovia no fue una excepción y sufrió los ataques de las fuerzas gubernamentales durante los meses de mayo y junio del 37. Cuando las sirenas que prevenían a la población arrancaban a chillar, los vecinos del barrio sabían que podían encontrar refugio en los sótanos de Candamo. Doldán recuerda esta historia: “La gente venía para esconderse en el almacén de la planta sótano, que conectaba con el otro comercio que tenía la familia, el de la Avenida Acueducto”.
Ya en democracia, y con la liberalización progresiva de todos los sectores económicos, el panorama de la venta de alimentos se amplió enormemente. Poco a poco, los supermercados y las grandes cadenas fueron sustituyendo, uno por uno, a las pequeñas tiendas de ultramarinos. Fue entonces cuando, en Candamo, se reforzó la apuesta por los productos de calidad y de cercanía. Una seña de identidad que han mantenido hasta nuestros días.
Las razones del cierre
Y, ¿cuáles son las razones que explican que un comercio como Candamo haya tenido que cerrar? Dada la coyuntura económica y la dificultad que los pequeños empresarios encuentran en tiempos como los que corren, uno podría perfectamente pensar que han sido los problemas económicos derivados de la situación actual los que han acabado de hundir a Candamo.
Nada más lejos de la realidad. Como el mismo Doldán remarca, “la tienda no dejó de ser rentable en ningún momento”. Para entender el cierre del centenario comercio, hay que buscar la explicación en otros motivos. El primero que aduce Doldán seguramente sea familiar para muchos propietarios de negocios familiares: no hay relevo familiar. “Mis hijos están contentos con sus respectivas carreras y trabajos; tienen su vida”, explica el propietario.
Por otro lado, Doldán remite a los otros dos negocios que tiene. “Mantengo estrechos contactos con el gremio de la panadería. Vendo levadura a muchos negocios y, además, soy representante de harinas”. Estas ocupaciones, además de permitirle un acceso privilegiado a productos como los dulces o las mencionadas tortas de chicharrones, provocan que Doldán no tenga precisamente todo el tiempo del mundo para dedicarse a la tienda.
Por último, está lo más importante, la salud. “Tener abierta la tienda es lo que más esfuerzo me suponía”, reflexiona. A sus 59 años, Doldán tiene todavía cuerda para rato, pero, en sus propias palabras, ha decidido “dosificarse”. A nivel mental, tantas horas gestionando los envíos, moviendo el género y atendiendo a los clientes suponían una gran carga para el propietario. “Los otros dos trabajos no exigen una atención tan grande y son mucho más cómodos para mí”, explica.
Por tanto, esas tres razones -falta de relevo generacional, falta de tiempo y cuidado por su bienestar- explican que Candamo haya tenido que bajar la persiana definitivamente. Pese a ello, Doldán no venderá el local. “Nos hicieron una oferta interesante y hemos decidido alquilarlo por unos cuantos años”, afirma. Parece ser que el negocio que ocupe el lugar de Candamo seguirá la línea de la alimentación, aunque desde otro enfoque. Naturalmente, ni los descendientes de Candamo ni los nuevos inquilinos del número dos tienen la intención de mantener la marca.
Doldán asumió la gerencia de la tienda cuando su padre tuvo que retirarse hace algunos años. “Conforme me fui haciendo mayor, me di cuenta de la responsabilidad que suponía tener una tienda como esta”, relata. Asumir el liderazgo de Alimentación Candamo no supuso para él un paso demasiado difícil, puesto que, desde niño, había ido aprendiendo los secretos del oficio, ayudando en lo posible a sus padres cuando regresaba del colegio y familiarizándose con los estantes y los productos. “Ponerme al frente del negocio fue algo que asumí con naturalidad, no tuve que pasar ningún tipo especial de aprendizaje”, recuerda. Doldán, gracias a toda esa experiencia, entendió muy pronto las normas no escritas que rigen la profesión de tendero.
Las historias que más le vienen a la cabeza cuando rememora sus tiempos tras el mostrador se centran en vivencias cotidianas, en el trato cercano con clientes y amigos. Muchos de ellos no puedene evitar escribir estos días a Doldán, preguntándose dónde comprarán ahora esos garbanzos que tanto disfrutaban o ese bacalao especial de las Islas Feroe. Uno de los casos que más ha emocionado al comerciante ha sido el de una familia segoviana en la que, por lo visto, el gusto por el queso en aceite del establecimiento se había convertido en una verdadera tradición familiar. El abuelo, el primero en acudir a Candamo a por él, había contagiado tanto a hijos como a nietos su afición por el producto y, cuando se dieron cuenta de que la tienda cerraba, mandaron un mensaje a Doldán, lamentándose por el final y admitiendo que encontrar un queso en aceite como el de Candamo será muy difícil. La desaparición del comercio deja numerosos huérfanos de productos que, de una manera velada, han llegado a formar parte de la vida y, porque no decirlo, de la felicidad de muchos.
Los vecinos, al ser preguntados por la desaparición de Candamo, adoptan un aire de luto. “Es una gran pérdida. Una verdadera pena”, responden algunos. Para los más mayores, supone la pérdida de uno de esos reductos de la vida de antaño. Con la empresa se va un pedacito de la Segovia de toda la vida. Pese a todo, a buen seguro que, en el memoria de la gente, el número dos de la calle San Francisco seguirá siendo, pase lo que pase, el local de Candamo.
El último día, el viernes de la semana pasada, fue para Doldán una jornada especialmente emotiva. Entre cliente y cliente que despachaba, no podía evitar que una lágrima aflorara en su rostro. Se despedía del negocio que tan bien habían cuidado sus antepasados. En sus apellidos, el Candamo ocupa el noveno lugar, pero él siempre lo ha considerado más importante incluso que el primero. Los segovianos le conocen por ese nombre y, cuando se presenta o tiene que dejar su nombre para una reserva, suele utilizarlo. “Me sé todos mis apellidos hasta el Candamo, que es la referencia”.