'El Azoguejo', de Lope Tablada. / SUBDELEGACIÓN DEL GOBIERNO
'El Azoguejo', de Lope Tablada. / SUBDELEGACIÓN DEL GOBIERNO

Con un riesgo evidente de simplificación –que en todo caso no se alejaría de la realidad- podríamos definir la Segovia finisecular a través del retrato de una situación que no era ciertamente muy favorable desde el punto de vista social y económico. Sería, sin duda, un retrato cierto, a la manera del que realizó Machado de las tierras del Duero en Campos de Castilla (1912), pero no completo. Porque ese cambio de siglo se va a caracterizar también por la concurrencia de iniciativas públicas o privadas que van a incidir en el cambio de roles y hábitos sociales de los habitantes de una ciudad que salía en su epidermis del dibujo medieval realizado sobre ella y desde el punto de vista cultural del marasmo generalizado que vivió durante la mayor parte del siglo XIX.

A diferencia de lo ocurrido en décadas anteriores, van a concurrir en el cambio de siglo personalidades que conformarán una generación en el sentido de que tendrán conciencia del papel que les va a tocar jugar; cometido que se unirá a la firme intención de que los réditos de su actuación se residenciasen en la mejora de las personas que componían un cuerpo social concreto en un momento determinado de la historia y que se resume en una palabra: Segovia.

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