Isla Correyero, Premio de Poesía ‘Gil de Biedma’ 2021.
Isla Correyero, Premio de Poesía ‘Gil de Biedma’ 2021.

El 1986, Ramón Buenaventura publicaba en Hiperión Las diosas blancas, la primera antología realizada sobre poetas españolas. Allí recalaron voces tan autorizadas como Ana Rosetti, Blanca Andreu, Luisa Castro o Isla –seudónimo de Esperanza- Correyero. Plumas que escribían con voces posmodernas; desenfadadas; con alta presencia de imágenes, mezcla del surrealismo y el culturalismo de la época. Como decía Zoe Valdés, eran mujeres que empezaron a vestir de varón y teñirse el pelo de azul metilano; y escribían sin tapujos sobre sexo, sobre alcohol, sobre fiesta, sobre el lado órfico de la existencia. Entre ellas, se ha dicho, estaba Isla Correyero (Cáceres, 1957), que ayer se alzó con el trigésimo primer premio Gil de Biedma de poesía, que concede la Diputación Provincial de Segovia. Su poemario lleva como título –que no tiene por qué ser el definitivo- Japonesas. El accésit recayó en Diego Vaya con el poemario Pulso solar.

El recorrido de ambos poetas es largo, aunque Isla lleve cuerpos de ventaja a Vaya. Se da la circunstancia de que otro premio Gil de Biedma, Juan Antonio González Iglesias, le prologó hace tres años una antología poética, Mi bien, que también editó Jesús Visor, miembro del jurado de estos premios. Ello es ya garantía de calidad para el galardón, aunque no pueda presumir en esta edición de descubrir voces nuevas. Correyero se ha situado en una mezcla entre “poesía de la conciencia” y “poesía de la existencia”, y este poemario insiste en ello. El coordinador del jurado, Gonzalo Santonja, habló ayer de una obra que si no renuncia a la expresión del dolor, sí hace hincapié en el amor; un amor lésbico que la autora no tiene reparo en evidenciar con un toque de humor. “Cada vez más profunda es mi tristeza./ Una táctica tienes que me anula./ Imprecisa lesbiana pido máscara/ que acabe de ocultarme/ y me enmudezca”. No son pocos los momentos en que la ironía recorre el poemario, concediendo, de manera sutil, instantes de tregua al sufrimiento que desparrama el fondo de sus versos. “Esperaré su arpón en la baranda/ que ha de volver a mí sobre las olas/ bíblicas/ surfeando”. En otras ocasiones lo utiliza como herramienta descriptiva del otro –de la otra- con un leve matiz sarcástico: “Una señora lleva un zorro en el cuello cabeza y patas./ Igual que tú, toda tu historia expuesta sobre la pelvis”. Despliega la poeta esos momentos relajados como breves interregnos al discurso que se acomete después en los poemas de mayor extensión.

Se quiera o no –que no lo sé-, Correyero explaya en el poemario todo su sino romántico. Las cosas han cambiado, por lo tanto. También los tiempos. Romántica es la unión del dolor y del amor como vasos comunicantes que se equilibran en los diversos momentos por los que pasa una relación, y que solo haya su final con la muerte. “Acaso un muro se levante y parta/ en dos/ la oscuridad que hay en la muerte”.

Japonesas es un libro completo en su diversidad. De poeta madura. Distintas son las voces que en el fondo resuenan como ecos, desde la delicadeza del verso japonés que bebe del haikú –que utiliza con mayor profusión en lo que hemos venido a llamar interregnos-, al intimismo de una Dickinson o a esa capacidad de unir la creación de imágenes y la cadencia del verso de una María Victoria Atencia.

Juegue a la ambigüedad o pronuncie frases rotundas –“afortunados los que mueven las tierras con sus azadas”-; utilice como fórmulas el descaro o el recato; rompa el orden lógico de los versos o eche mano de continuos endecasílabos, estamos en presencia de un libro completo y redondo, que en ocasiones – poema Fiesta desde un punto de vista ecológico- deja escapar ramalazos posmodernos. El profesor Santonja lo calificó como excelente. No aporta gran novedad a la lírica del momento, pero me parece que la poeta no estaba en esas, y que los antiguos bríos han sido moderados por la reflexión y la interiorización del sentimiento, señal de la madurez que antes decíamos.

Accésit

Diego Vaya (Sevilla, 1980) ha sido ganador del premio Jaime Gil de Biedma que convoca el Ayuntamiento de Nava de la Asunción, y accésit del Adonais, lo que no es mala carta de presentación. O sea, que tiene también un importante recorrido a sus espaldas. Se le suele citar una influencia del cine en su poesía, aunque en verdad no la encuentro en este poemario que titula Pulso solar. Ni aun cuando lo pretende con alusiones explícitas. El jurado Antonio Colinas lo referenciaba más cercano a un Juan Rulfo por la desolación que exhiben algunos de sus versos –por ejemplo, los contenidos en Apenas la vida o Lo que importa, por citar dos ejemplos-. Mezcla el autor poemas puramente descriptivos, con frases cortas y expresiones que son tan afiladas como un cuchillo carnicero, con momentos reflexivos, aunque rebosen crudeza. “Y ya no sé quién sueña que aún regreso a casa/ sin salir de estas calles, sin huellas en la tierra,/ sin calor de existencia, sin fe cruda,/ sin más certeza que mi vida al aire”.

Del poemario de Correyero alabábamos su redondez y su madurez. No podemos decir lo mismo de este segundo. En todo caso, pocos premios pueden exhibir la panoplia tan completa y prestigiosa como la que compone el jurado que ayer certificaba los galardones.

Una reflexión

El Gil de Biedma es el mejor premio de poesía que se concede en España: el mejor organizado, el que mayor peso bibliográfico aporta. Sin lugar a dudas, Y es de agradecer el soporte que le otorga la Diputación Provincial de Segovia. Ya saben los lectores lo que este cronista piensa del papel de la Diputación en una provincia como Segovia. E, incido, más si cabe en el plano cultural. Pero el grupo de los premios de esta categoría que se convocan en este país debería realizar una reflexión: ¿tiene sentido premiar a voces consagradas, de calidad innegable, que ya poseen otros canales para difundir su obra?

El Gil de Biedma ha ayudado en su trayectoria a consolidar nombres que a la postre han resultado decisivos en el panorama literario español: Manuel Vilas, Carlos Aganzo, David Refoyos. Ese debería ser el camino de los premios en España. La verdad es que históricamente solo lo ha respetado el Adonais. Reconozco, sin embargo, que el empeño puede ser arduo si no se limita en las bases de las respectivas convocatorias el currículo de quienes a él se presentan. Si no es así, al jurado no le cabe otra que premiar a los mejores. Por mucha carrera que lleven detrás.

El año pasado se laureó –con merecimiento- a una septuagenaria con importante recorrido; y este año a una poeta –magnífica, por cierto- que lleva publicando más de treinta años. Hace cuatro ediciones, a un clásico de nuestra literatura: Jaime Siles. Debe quedar claro que quien esto firma no aderece siquiera con una pizca de duda la calidad de esas obras. Como tampoco lo hace con la de Victoriano Crémer, Antonio Hernández, Clara Janés o Fernando Quiñones. Pero reitera que quizá es necesaria una reflexión sobre el papel de estos galardones en el panorama literario español. Hacen falta también voces nuevas, sin tanto bagaje a sus espaldas. Me gustaría saber si Angélica Lidell, Ángel Segovia, Elvira Sastre –por poner ejemplos- tendrían cabida entre tanto monstruo consagrado en premios bien dotados y con inmejorable prestigio. Siempre es buena la mejora. Siempre, la reflexión. Es lo único que pretende este suelto.