Guernica tras el ataque de la Legión Cóndor.

La Legión Cóndor cometió varias de las peores atrocidades en el Guerra Civil española, que ya es decir. Durante ocho décadas, a cuentagotas, se han ido borrando varias huellas de la nefanda presencia nazi en nuestro país, pero algunas autoridades prefieren la ignominia de anclarse en una inercia cómplice y hacen la vista gorda ante lo que cualquier demócrata considera una aberración de extrema gravedad.  

Los restos de ocho pilotos de Hitler que bombardearon varias localidades españolas durante la Guerra Civil permanecen en el cementerio municipal de la Almudena (Madrid). Los cadáveres de Heinz Lignitz, Joseff Ullmann, Johann Seitz, August Heyer, Leo Falck, Georg Übelhack y Walter Brotzmann, miembros de la Legión Cóndor, reposan desde 1942 en un lugar de honor en esa necrópolis de gestión municipal y resisten el paso de las décadas. Años más tarde, en 1967, se sumó el cuerpo de Helmut Felix Bolz, también encuadrado en la Legión Cóndor, que pidió expresamente ser enterrado junto a sus compañeros que sembraron de muerte la tierra española.

Ocho pilotos de la Legión Cóndor, a la espera de su repatriación, en La Almudena
Legión Condor.

La ceremonia funeraria en honor de los soldados que se organizó hace ahora 81 años contó con la presencia de altos representantes del régimen nazi (Eberhard Von Stohrer, embajador de Alemania), el ministro español del Aire (general Juan Vigón) y el entonces alcalde de Madrid, Alberto Alcocer, entre otros mandatarios. El diplomático subrayó en el acto de inhumación que Alemania “luchó unida al Ejército español para combatir al enemigo común, y hoy, en los campos de Rusia, la gloriosa División Azul lucha brillantemente al lado de las tropas alemanas para arrollar al comunismo”. La crónica publicada por el diario ABC describía que cada resto estaba envuelto “en la bandera española, con la cruz gamada y sobre ellos el caso de campaña”.

La Legión Cóndor apoyó militarmente al bando franquista durante la Guerra Civil española, si bien el contexto histórico aconsejó a los dirigentes nazis camuflar esa decisiva ayuda y así evitar que tal contribución fuera oficial. Francisco Franco necesitaba tras el golpe de estado favores militares foráneos para vencer la resistencia popular. Países como Francia, Estados Unidos o Gran Bretaña se situaron oficialmente en una ambigüedad calculada que animó al general golpista a buscar apoyo en Italia. Para ello envió rápidamente a Roma a Luis Antonio Bolín, dedicado al negocio de la información política, quien portaba un mensaje manuscrito del caudillo, generalísimo a partir del 21 de septiembre de 1936. Sin embargo, la respuesta italiana a las peticiones no fue lo suficientemente ágil para la premura que exigía la necesidad de una rápida victoria. Los militares españoles se sentían urgidos ante la amplia reacción popular contra el levantamiento fascista y Franco activó la busca de apoyo en Alemania, también en su misma órbita ideológica.

El encargado de conseguir esos recursos militares fue el entonces teniente coronel Juan

Ocho pilotos de la Legión Cóndor, a la espera de su repatriación, en La Almudena
Aviones de la Legión Condor.

Luis Beigbeder (1888-1951), un personaje cuyos servicios le encumbraron y Franco le nombró en señal de reconocimiento ministro de Asuntos Exteriores (agosto de 1939-octubre de 1940). Parecía en esos primeros compases del conflicto bélico el hombre ideal para la encomienda, porque estaba muy bien relacionado tras su paso como agregado militar en Berlín. Pero esa trayectoria chocó contra otros intereses en la capital del Reich y fracasó en su intento. El temor a que otros países se involucraran también, como reacción en cadena, movilizó a la Cancillería en contra de la pretensión del bando rebelde.

Cerrada esa puerta, el general africanista buscó otras opciones. Contactó y se entrevistó dos veces con un comerciante prusiano llamado Johannes Bernhardt, instalado en el protectorado español en Marruecos. Tras sostener dos citas con Franco, este miembro de la Auslandsorganisation (entidad nacionalsocialista que ayudaba a los alemanes que se encontraban fuera de su país) se pone en marcha. El mercader viaja a Berlín para recabar ayuda militar lo antes posible, porque la guerra tenía todo el aspecto de prolongarse más de lo inicialmente previsto. La llegada a España de miles de voluntarios procedentes de cincuenta países para defender la legalidad republicana incomodaba a los gobiernos más indolentes frente a la tragedia española.

La proverbial desconfianza de Franco hizo que Johannes Bernhardt no viajara solo (sin tilde), sino acompañado por partida doble: un enviado personal del líder gallego y el jefe del partido nazi en Tetuán. La comitiva petitoria voló en un Junkers Ju 52, conocido como Tante Ju (Tía Ju), uno de los aparatos favoritos del Reich y utilizado como bombardero en la Guerra Civil española más adelante. Los dos germanos dieron el esquinazo al español y visitaron las oficinas de la citada Auslandsorganisation para exponer a uno de los jefes las necesidades para dar la vuelta al choque militar.

Para esquivar nuevos obstáculos, el encargado de Auslandsorganisation telefoneó a Rudolf Hess, puenteando a los jerarcas del Ministerio de Asuntos Exteriores. Hess, lugarteniente de Adolf Hitler entre 1933 y 1941, se movilizó de inmediato y facilitó el traslado de los tres emisarios hasta Turingia, para lo que les prestó su avión personal. La mano derecha del líder nazi telefoneó ipso facto al Canciller con la información recibida. Parece un gag de Woody Allen, pero Hitler disfrutaba en ese momento de un festival de óperas de Richard Wagner y a toda prisa el Führer organizó un encuentro con los mensajeros de Franco. En la reunión, el comerciante Bernhardt leyó la misiva del general español en la que rogaba aviones de transporte y material militar, en una cita que se prolongó durante tres horas.

Ocho pilotos de la Legión Cóndor, a la espera de su repatriación, en La Almudena
Bombardeo de Gernika.

Hitler reunió a su sanedrín (valga por esta vez la expresión) y acudieron los ministros de Defensa (Von Blomberg) y Aire (Hermann Göring), también comandante en jefe de la Luftwaffe, además de un alto responsable de la Marina (Kriegsmarine). Ahí nació la Operación Fuego Mágico. El nombre daba vueltas por la cabeza del Führer, porque la noche anterior había disfrutado de una escena así llamada en la ópera de La Valkiria (¿No suena a Apocalypse Now?). El apoyo a los aliados  españoles debió vencer la renuencia de la Lutwaffe (Arma Aérea, en alemán), creada en 1924 y empeñada en reforzar hasta el paroxismo su fuerza aérea para dominar Europa. Cada avión que se destinara a esa distante guerra ibérica se interpretaba como un debilitamiento en su proceso de rearme para los planes futuros de Guerra Relámpago. Tras la llegada de los nazis al poder se potencia de forma taimada la Lutwaffe, ya que esa iniciativa violaba el Tratado de Versalles.

Los conjurados sí coincidieron plenamente en la necesidad de mantener en secreto la entrada en el guerra española, dado que significaba una ruptura de los equilibrios diplomáticos y podía provocar un rechazo internacional que truncara la planificación de la escalada alemana. La estrategia nazi consistió en personalizar en Francisco Franco la colaboración bélica.

Pocos días después del nacimiento de la operación encubierta Fuego Mágico volaron tres Junkers 52 (con sus elementos de identificación borrados) desde Alemania hasta la piel de toro, que se sumaban a la ayuda aérea brindada por Mussolini (aparatos Savoia-Marchetti SM, de la Fuerza Aérea Italiana). Con esos mimbres se trenzó el primer puente aéreo militar transcendente en la historia, entre julio y octubre de 1936. Así cruzaron el estrecho de Gibraltar más de 13.000 soldados de las tropas franquistas hasta la península, sobre todo legionarios y regulares. La implicación nazi-fascista llegaba en un momento crucial de la guerra y aceleró muy notablemente las conquistas del bando rebelde.

Pero tanta discreción en el centro informativo mundial que fue España esos años no podía mantenerse mucho tiempo. Un periodista francés, enviado de L’Intransigent, informó del despliegue orquestado y despertó las iras del gobierno legítimo español. La diplomacia germana no se molestó en contestar a los requerimientos del Ejecutivo republicano en los que exigían explicaciones por la injerencia desvelada.

En la Revista Historia y Vida (2006, número 456), Sergi Vich explicaba que “el primer envío, integrado por 16 aviones y diverso material militar (incluido el armamento, embalado como si de mobiliario se tratara, de otros Junkers que iban llegando a Marruecos desde Alemania), salió del puerto de Hamburgo a bordo de un carguero. El buque transportaba también a 86 especialistas con una doble misión: pilotar, mantener los aparatos y adiestrar a las tripulaciones españolas que deberían hacerse cargo de ellos, para lo que les acompañaban cinco civiles que actuarían como intérpretes. Esta tropa, formada por voluntarios que permanecerían en España un tiempo para ser relevados después, estaba mandada por el comandante de la Luftwaffe, Alexander von Scheele”. Y añadía: “Para no levantar sospechas, sus componentes, que habían sido dados de baja en la Wehrmacht (las Fuerzas Armadas), vestían ropas civiles y estaban registrados como turistas de “A la Fuerza por la Alegría”, la organización nacionalsocialista que atendía el ocio de los trabajadores alemanes”. Buena parte de esos voluntarios pensaban con mentalidad mercenaria, porque el arriesgado destino se acompañaba de facilidades de promoción futura y mejoras retributivas. Al llegar a España se les concedía un grado más del alcanzado durante sus servicios en Alemania.

El hombre fuerte en nuestro país era el teniente coronel Walter Warlimont, quien se quejaba en sus informes a Berlín de la escasez de  elementos blindados y artillería antitanque en su bando. Al igual que en el refrán sobre comer y rascar, que todo es empezar, los nazis enviaron tanques y piezas anticarro. Su unidad más potente fue la Panzergruppe Drohne (Zángano), que llegó poco después al puerto de Sevilla.

Como el escenario internacional se revolvía cada vez más, los nazis dudaron entre enviar a España unidades regulares de la Wehrmacht (las Fuerzas Armadas) o mantener el perfil subterráneo vigente hasta entones, pero dedicando más recursos. En este proceso también intervino Wilhelm Canaris, hombre fuerte de los espías alemanes, que se reunió con Franco en Salamanca. Acordaron que el apoyo germano sería mayoritariamente aéreo, recibiría el número 88 en el esquema operativo de la Luftwaffe y atenderían las órdenes de un oficial alemán. Todo apuntaba entonces a que el espacio aéreo marcaría el nacimiento de las guerras modernas, como se comprobó durante la Segunda Guerra Mundial poco después.

El 11 de noviembre de 1936 llegó a Sevilla la primera tanda de 697 voluntarios de la Legión Cóndor, bajo las órdenes del general Hugo Sperrle. No tardaron mucho en sumar cerca de 6.500 efectivos y cien aviones. La convivencia de españoles y alemanes del mismo bando no resultó sencilla, dadas las ínfulas de los extranjeros y su soberbia en su trato con los nativos. Acusaban de debilidad a los franquistas y exigían más eficacia en la eliminación de los enemigos.

La Legión Cóndor participó en muchos frentes de batalla, un entrenamiento muy útil para las atrocidades de la inminente guerra europea. Esos pilotos protagonizaron el bombardeo de Guernika (26 de abril de 1937), un espanto universal que el mundo conoció gracias a la presencia sobre el terreno de periodistas, mientras los verdaderos responsables intentaban culpar al bando republicano de la masacre. Era solo un ensayo con 31.000 kilos de bombas que mataron a unas 300 personas. Muchas ciudades del viejo continente supieron después en carne propia qué había aprendido la Lutwaffe en España.

Un puñado de esos voluntarios de la Legión Cóndor reposa desde el 3 de julio de 1942 en el Cementerio de la Almudena. En abril de 2017, hace casi seis años, siguiendo las indicaciones epistolares del embajador alemán en Madrid, se retiró el mausoleo erigido en honor de esos pilotos que bombardearon la ciudad cuya tierra les acoge desde entonces. La embajada germana señaló que las placas con los nombres de los pilotos (lo que pretendía personalizar el homenaje) debían retirarse, pero no reclamaron la vuelta a su tierra de esos patriotas alemanes.

El cementerio hebreo, abierto en 1922 tras concesión del rey Alfonso XIII a la comunidad judía, se encuentra a escasa distancia de los restos nazis. Los huesos del centenar de enterrados allí difícilmente podrán descansar en paz con esa siniestra vecindad.

Larguísima erradicación

Los intentos de eliminar los vestigios nazis en nuestro país no han conseguido erradicar en más de ochenta años los honores dispensados a la Legión Cóndor antes de la Transición. Las masacres cometidas por los pilotos nazis en Mazucu (Llanes, Asturias) llevaron a la embajada alemana en España a lamentar los monolitos de homenaje y se retiraron en 2016, tras señalar que “lamentamos profundísimamente las heridas, la muerte y la destrucción que la Legión Cóndor, enviada por la Alemania nacionalsocialista, infligió a España y a los españoles”.

Por su parte, Alberto Ruiz-Gallardón (alcalde de la capital entre 2003 y 2011) rechazó que se tocara el monumento a estos voluntarios del nazismo y mantuvo las placas de hormigón de unos 40 metros y situados justo detrás de la capilla del Cementerio de la Almudena, un lugar de honor en el mayor cementerio de Europa. En tiempos de Ana Botella como alcaldesa, el Ministerio de Defensa retiró un cañón utilizado por los nazis de la Legión Cóndor en el distrito de Fuencarral-El Pardo.

El actual alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida no ha realizado ningún esfuerzo tampoco para dignificar el cementerio municipal, si bien ordenó la destrucción de la placa dedicada a Francisco Largo Caballero (presidente de la República Española y cautivo en el campo de concentración de Sachsenhausen, durante año y medio). El pasado diciembre, Martínez-Almeida declaró que el dirigente socialista no debería ser “objeto de ningún homenaje”. Esas palabras las pronunció al conocerse que la jueza de lo Contencioso-Administrativo número 15 de Madrid anuló el acuerdo del Pleno del Ayuntamiento de Madrid (septiembre de 2020 tras acuerdo de PP, Cs y Vox ) para destruir la placa al considerar que no se ajusta a derecho.

Otras actividades en el cementerio municipal del equipo de gobierno actual fueron la retirada de dos placas dedicadas a las Trece Rosas y a Miguel Hernández. En las tapias de ese cementerio se fusiló a miles de personas durante la posguerra inmediata (1939-1944). Algunos cálculos estiman en casi 3.000 las personas fusiladas ahí.