Ayanta Barilli, hija de Sánchez Dragó, recoge el galardón.
Ayanta Barilli, hija de Sánchez Dragó, recoge el galardón.

Fernando Sánchez Dragó

(Continua de la edición de ayer)

En este discurso, hasta ahora, todo han sido mieles. Añadiré un chorrito de angostura. Soy hijo de un brillante periodista que dirigía la Agencia Febus, del grupo Urgoiti, y que el 18 de julio de 1936 salió de ella rumbo a Melilla, cuya guarnición acababa de sublevarse. Lo hizo para informar. Yo estaba aún en el vientre de mi madre. Comenzó así para él una peripecia, una odisea, una tragedia, que culminó dos meses más tarde en la cancela de salida de la cárcel de Burgos, donde fue objeto y víctima de una de aquellas ominosas sacas de presos sin juicio (o con él) que salpicaron de sangre y de muertes delictivas en los dos bandos la primera etapa, sobre todo, de nuestra guerra civil. En las semanas anteriores a ese asesinato mi padre permaneció en Valladolid. Su última foto, en la que aparece participando en los funerales del portero de fútbol Ricardo Zamora, al que se dio por muerto, aunque afortunadamente no lo estaba -era una fake, diríamos ahora-, se publicó en El Norte de Castilla, y en su hemeroteca sigue. Yo di filial y estremecida cuenta de todo ello en mi novela Muertes paralelas, que recibió el premio Fernando Lara y en la que los lectores encontrarán, como es lógico, muchas páginas dedicadas a la ciudad que en este momento nos acoge. Al cadáver de mi padre, que hasta ahora no ha sido identificado aunque sí, probablemente, localizado, se le dio tierra anónima en algún lugar cercano a Burgos.

Pues bien… Hace proximadamente cuatro años, una joven periodista, Emma Nogueiro, supo de esta historia y se embarcó en la incierta tarea de culminar la investigación que yo mismo, tres lustros atrás, había emprendido. En ésas andaba cuando le cerró el paso la España Cainita. Durante muchos meses persiguió a varios miembros de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica y hoy supuestamente Democrática. Llamadas, mensajes, reuniones, peticiones… Todo en vano. Tras escuchar una y otra vez que el Gobierno no da subvenciones, que la citada Asociación, experta en postureo, hace lo que puede y que son muchos los que buscan a los suyos, logró que me hiciesen una prueba de ADN, pero la esperanza duró poco. Después de que recogieran mi saliva para llevarla a cabo, fueron pasando los meses sin que nadie se pusiera en contacto con ella, que llamaba una y otra vez al hacedor y responsable de la prueba, que no se le ponía, hasta que un día dio por fin con él y se quedó helada al escuchar el argumento que ese funcionario, cuyo nombre conozco, pero no mencionaré, adujo para justificar lo injustificable: «Sánchez Dragó -dijo – es una persona incómoda para la Asociación y eso frena cualquier iniciativa que lo implique». Poseo una grabación que recoge sus palabras. ¿Memoria histórica? ¿Cerrar heridas? ¿Hacer justicia?

Aprovecho la voz de la que aquí dispongo para manifestar que sería para mí algo más que un premio literario, por importante que éste sea, recuperar los restos mortales de aquel periodista, y escritor, cargado de vida que me dio la mía y perdió la suya para servir a la deontología de su profesión y contar al mundo y a Esparta, digo, España, lo que en aquellas Termópilas, aquellos idus del 36, estaba pasando.

Dije antes que tengo ya expectante huesa, sin prisas, aunque con pausa, en el cementerio de Castilfrío. Me gustaría poder compartirla, suponiendo que la ley lo consienta, con lo que quede de mi padre y así, ya que nuestros cuerpos no pudieron abrazarse en vida, se abrazarían nuestros esqueletos. Algo es algo. Yo soy de los que creen, sin prueba ni certeza, pero con fe, con esperanza y con caridad, virtudes teologales, que quizá siga la vida después de la muerte.

Y por cierto: son muchos los periodistas que, entrevistado yo en los días anteriores por razón de este premio, me preguntaban si llega tarde. ¿Tarde? Tras la angostura, una gotita de humor. Considerando que en 1998 estuvieron a punto de dármelo, y por una zancadilla política no cuajó, y que diez años después volvió a suceder lo mismo, yo les decía: «¡Hombre! La verdad es que sí. Voy camino de los ochenta y siete. Si se descuidan un poco, me lo dan a título póstumo y al alimón con Raskayú…».

Pero más vale tarde que nunca y bien está lo que bien acaba. Gracias, de corazón.

Ya termino… Son muchos y muy notables los escritores que me han precedido en los anales de este premio. Gentes como Miguel Delibes, ya citado, como mi muy querido amigo y gran poeta Claudio Rodríguez, como Julián Marías, al que tanto traté en mi devenir soriano, como mi padre literario Gonzalo Torrente Ballester, como Carmen Martín Gaite, como Antonio Colinas, como Jesús Hilario Tundidor, como José Ángel González Sáinz, como Fermín Herrero, como Raúl Guerra Garrido, como Andrés Trapiello y como Juan Manuel de Prada, miembro, además, junto al gran escritor y no sólo eminente cineasta José Luis Garci, del jurado que me ha concedido el premio. Cito, en tan ilustre e ilustrada lista, sólo a aquéllos con los que tenido fecundo trato y no menos fértil amistad. Perdónenme los restantes, pues su ausencia no es voluntad de olvido ni indiferencia hacia su labor. Todo lo contrario. La vida, lo sabemos desde Heráclito y Heródoto, es un río y la literatura, que lo refleja, también lo es, áurea y prodigiosa cadena en la que todos los escritores somos eslabones contiguos o sucesivos y en la que, de mano en mano, de pluma en pluma, de tecla en tecla, nos vamos pasando el testigo de una carrera de relevos que empezó en un junco y sólo se detendrá cuando acabe el mundo.

Evoqué antes aquel lejanísimo día en el que, con la adolescencia recién estrenada, a media tarde, en Soria, bajé desde El Collado al Duero, me senté en su orilla, cerca de su fábrica de harinas y de electricidad, cabe lo que llamábamos la Chopera, y escribí mi primer verso, ingenuo, romántico, becqueriano, machadiano, balbuceante y torpe. Decía: «Desde el fondo de los valles / siento respirar el río / con ese aliento de vida / que tienen los desvalidos».

Y luego añadí: «Desde hoy / que mis versos salten / de peña en peña, / que se diga de ellos / lo más sencillo: / alegres, como el llanto / de un recién nacido».

La palabra y el testigo, ahora, a Claudio Rodríguez, que no era de Soria, sino de Zamora, dos ciudades, una de Castilla y otra de León, unidas por el Duero, y que escribió…

«Oh, río,
fundador de ciudades,
sonando en todo menos en tu lecho,
haz que tu ruido sea nuestro canto,
nuestro taller en vida. Y si algún día
la soledad, el ver al hombre en venta,
el vino, el mal amor o el desaliento
asaltan lo que bien has hecho tuyo,
ponte como hoy en pie de guerra, guarda
todas mis puertas y ventanas como
tú has hecho desde siempre,
tú, a quien estoy oyendo igual que entonces,
tú, río de mi tierra, tú, río Duradero».

Y, cómo no, Antonio Machado: «Gentes del alto llano numantino / que a Dios guardáis como cristianas viejas / que el sol de España os llene / de alegría, de luz y de riqueza».
Genius loci, amigos… «Lo que un hombre, durante su infancia, ha tomado de la atmosfera de la época y ha incorporado a su sangre, perdura en él y ya no se puede eliminar» (Stefan Zweig, El mundo de ayer).

Soria, Castilla, León, Castilfrío, España: conmigo vais, mi corazón os lleva.

Gracias.

Castilfrío de la Sierra,
4 a 7 de abril de 2023, Semana Santa.