
Manolo Marinero, nacido en Zamora en 1943 y criado en Los Alcázares (Murcia) y La Caridad, interrumpió sus estudios de Derecho para ingresar en la antigua Escuela Oficial de Cinematografía. Guionista, poeta y bebedor, fue considerado uno de los críticos cinematográficos más lúcidos de la España de la Transición. Habitual de las revistas especializadas “Film Ideal”, “Casablanca”…y de los periódicos “Diario 16” y “El Mundo”, firmó también los guiones de La Cólera del Viento (Mario Camus), El Crimen del Cine Oriente (Pedro Costa), Los Pájaros de Baden Baden, De tripas corazón y dirigió Tiempos duros en Ríos Rosas. Poemas, ensayo y relatos varios –Desquite de enanos, El llanto del bebé de la habitación de al lado-, componen parte de la producción de un hombre al que también se conocía como Mainon Saylor y que decidió abandonar el tabaco definitivamente el 17 de julio del 2004 en su casa de La Prospe, de Madrid. El escritor aragonés Sergio Casado, espoleado por Manolo Matjí, publicó hace unas cuantas lunas uno de los más hermosos libros, apenas cincuenta ejemplares, editados en España en los últimos veinte años: Llamará el acordeonista. De él entresacamos alguno de los siguientes textos.
Leonard “Chico” Marx nació en 1891, Arthur “Harpo” en 1893 y Julius “Groucho” en 1895, todos en Nueva York. Los tres actuaban con su madre y sus hermanos Zeppo y Gummo en el conjunto de variedades “Six Musical Mascots”. Separado Gummo, sus cuatro hermanos constituyeron el grupo “Four Nightingales” cuyo gran éxito lo lanzó al cine, con el nombre de “Four Marx Brothers”. Al retirarse Zeppo y fundar la Zeppo Marx Agency -1935- quedaron los “Three Marx Brothers”.
En mayor o menor grado, los Marx han codirigido sus films con Edward Buzell, Sam Wood, Leo McCarey, etc., y los más notables son “The coconuts”, “Animal Crackers”, “Monkey Business”, “Horsefeather”, “Duck Soap”, “A night at the Opera”, “A day at the Races”, “Room Service”, “At the Circus”, “Go West”, “Big Store”, “A night in Casablanca” y “Love happy”.
Disuelto el trío, Groucho prosigue su carrera, protagonizando “Copacabana” con Carmen Miranda, “Mister Music” con Jane Russell y Frank Sinatra, y “A girl in every port” con William Bendix, e interviniendo en “Will success spoil Rock Hunter” con Tony Randall y Jayne Mansfield, además de numerosos telefilms y el programa de radio y TV “You bet your life” (1951-1954).
La estructura de las películas de los Marx se divide en dos partes que se suceden. La primera, coherente, lineal y explicativa, sigue la trama argumental y paga su tributo al origen vaudevillesco de los actores, paralizándose la acción en embarazosos coloquios de choque, entre los protagonistas y los personajes episódicos. La segunda parte es anárquica, exaltada, imprevisible y frecuentemente musical: los Marx sueltan los frenos y el caos se produce, a partir de entonces todo es posible, el decorado, los personajes y los objetos, incluso las leyes físicas, todo queda indefenso frente a la vitalidad ofensiva del trío.
En este clima de catástrofe liberadora, resalta Harpo Marx como uno de los diez o doce actores más importantes del cine, como representante de una de las escasas posturas íntegras, es decir personajes puros, (Marilyn, Keaton, Bogart, Cooper, Fairbanks) que ha dado la raza, y propietario, por lo mismo, de una mirada irrebatible.
De los tres más grandes cómicos del cine, Buster Keaton, Harpo Marx y Charles Chaplin, los dos primeros son personajes en sí mismos, mientras que el tercero, “Charlot”, es un personaje elaborado. Harpo es un ser sensible (accesible por los sentidos), Chaplin es inteligible (accesible por el intelecto), mientras que Keaton, en su elementalidad, participa en ambas naturalezas. Keaton y Harpo son anteriores a Charlot, se mueven en un entorno cósmico hostil, mientras que este último se mueve en un entorno humano hostil. Harpo sostiene dos batallas simultáneas: una contra los elementos, otra contra las relaciones humanas. En su delirio hace constar, no ya su ignorancia de las reglas sociales, sino su superioridad, su invulnerabilidad cara al mundo físico y químico. De ahí su estado permanente de embriaguez ante la destrucción inevitable de lo que le rodea. En su actuación triunfal obtiene el asombro de los irrecuperables y la curiosidad, la simpatía y la contaminación de Chico y Groucho. ¿Por qué le es el derredor hostil a Harpo? Porque tanto el mundo inanimado como el orden social son órdenes lógicos y su lógica los hace mediocres al lado de Harpo. El derredor no sólo no es condicionante respecto a Harpo, sino que está limitado, enjaulado en la obediencia a unas normas que el clown mudo ignora.
Harpo es la antítesis de la angustia. No hay absurdo en el mundo, sino absurdo frente al mundo. Consciente del contraste, Harpo en ocasiones se explota a sí mismo, pero sin cálculos de jugador, sino con la malicia instantánea de combate que le distingue de Chico –y su malicia callejera-, y de Groucho –y su malicia de salón. Ello es debido a que en Harpo hay una sola motivación –y ésta es adquirida-, la curiosidad de los efectos que desencadena, prueba evidente de su capacidad para desencadenar nuevos efectos, ante la estupidez del entorno humano y la indefensión del entorno material. La anarquía deliberada y burlona de Harpo se reduce pues a la capacidad de aceleración de su anarquía original e instintiva.
A sus flancos, Chico es el Harpo adulterado, la anarquía adquirida y mensurable. Chico no es como Harpo un ser libre, sino un liberto de la Naturaleza. No supone un desafío al contorno asentado; al igual que Groucho, Chico no es más que un parásito ventajista que oscila entre la colaboración con Harpo, por las vivencias que ésta le procura, y la estrategia utilitaria y servil frente al mundo relacional. Esta estrategia le obliga a detenerse, razonar, encauzar a Harpo, y servir de enlace entre éste y Groucho, así como Groucho es el enlace entre ellos dos y la sociedad.
En efecto, Groucho sirve de embajador de Harpo y Chico ante los humanos. Groucho es un burgués arribista, cínico y ocioso, al que la rebeldía total de Harpo y la parcial de Chico divierten intelectualmente. Unido al tándem, intenta involucrarlo en la acción o controlarlo, según su propio interés y en la medida de sus fuerzas. Groucho conspira expresamente con Harpo y Chico por utilidad, y tácitamente por simpatía. Desencantado de la estupidez colectiva, observa con interés la llegada de los bárbaros que conmocionarán al medio decadente. Pero en realidad no es un rebelde, sino un simpatizante que se distancia convenientemente, por lo que, en ocasiones, paga su tributo a la devoradora pareja con una impotencia expectante y divertida. Su táctica amorosa cercando a la viuda rica se resentirá de la proximidad de los bárbaros merodeadores, pero ¿no vale el show presentado por éstos más que todas las alhajas de la viuda rica? Alhajas que, por otro lado, sabe que no peligran definitivamente.
La impunidad propia a Harpo incide en Chico, por ósmosis, y es presa fácil de Groucho, gracias a su habilidad e inteligencia. Pero a fin de cuentas si los dos últimos vencen en el juego es debido a sus concesiones intermitentes, mientras que Harpo, carente de procesos, inmediato, teorético, falto de pragmática, posee la dignidad de las posiciones puras.
En fin, Harpo Marx es vencedor como Keaton perdedor, pero se hermana con él porque ambos son irreductibles, mueren como nacen, sin antes ni después, mientras que Chaplin, con los desengaños, cede al masoquismo y a la nostalgia y se aísla espectacularmente, convirtiéndose en un perdedor vocacional (lo que a fin de cuentas le somete al yugo, al que tanto Keaton como Harpo son ajenos).
Si Harpo abarca a las leyes, estas abarcan a Keaton que, al proponerse seguir únicamente sus propios recursos lógicos, asumiendo la realidad que Harpo desdeña, adquiere toda la grandeza humana, la dignidad propiciatoria y pasiva que le acarreará la irremediable derrota del hombre puro.
El humano, el vulnerable, el grave Keaton, y el extrahumano, invulnerable, frívolo Harpo, el que asume y el que impone, el resistente y el invasor, son fronterizos: actúan según sus principios sin concesiones. Y, al margen de las interpretaciones gramaticales, son también, al cabo, invictos. Derrotados o invencibles, son invictos (como Faulkner, Utrillo, Breton, Baroja, Ezra Pound, Nicholas Ray, Marilyn Monroe, Gary Cooper, Lawrence de Arabia, la princesa de Cleves, René Crevel o el gran Gatsby) ya que, sea su suerte favorable o adversa, nadie les arrebatará la partida, porque la significación de su pureza, de su integridad sabia o ignorante, es indestructible.
Otras visiones del poeta y crítico MM
La primera vez que estuve en Hollywood
La primera vez que estuve en Hollywood fue hacia el cincuenta. Me quedé maravillado. Esto ocurrió en Los Alcáceres (Murcia), una base de hidroaviones. Yo creía que el cine era verdad (en realidad, lo supe desde el principio). Y creía que lo que se veía en una pantalla, había sucedido y había sido fotografiado con una cámara mejor que la que tenía mi padre con la que nos hacía fotografías en el patio o en la calle. Para mí, las películas eran realidad, como lo son los informativos no manipulados. Así que vi una noche morir a un tipo alto de bigote a flechazos de los indios. Como cuando hoy veo en televisión morir a un musulmán o a un falangista en el Líbano. Pero a las dos o tres semanas, ocurrió un milagro. Empezó otra película en el cine no techado, y de repente apareció aquel tipo que yo había visto morir. Me llevé un susto terrible. Pero luego, mi inteligencia infantil empezó a funcionar: aquello había sido fotografiado antes que la película en que los indios le mataron. Lo que sucedía es que estas fotografías anteriores llegaban a la base de hidros después que las que retrataron la muerte. No había milagro; era cuestión de correo, o algo así.
Sin embargo, sí que había milagro. El del bigote y pelo largo luchaba de nuevo contra los indios. Esto lo podía entender bien. Ya por entonces yo sabía que los indios no se pueden dejar bigote. ¡Pero al final los indios lo volvían a matar! También con flechas y en un sitio árido, más parecido a Murcia que a Asturias (eran los dos sitios que yo había conocido, quizás hacíamos puente aéreo). ¿Cómo era posible?
Desde entonces el cine fue para mí una maravilla. Estuviera el truco donde estuviera, o no hubiera truco (por entonces era católico, y sabía que a veces han ocurrido milagros). El cine sigue siendo a veces maravilla, y lo fue con una agradabilísima frecuencia durante 1953-1969 (objetivizando las fechas desde 1903 a 1969). Tardé un tiempo en saber que el del bigote se llamaba Errol Flynn, y que sólo hacía que le mataban. Lo fingía muy bien, carajo. Y tardé aun más tiempo, ya sin prisas, en identificar aquellas películas como “Cerco de fuego” y “Murieron con las botas puestas”.
La verdad es que –de mis amigos- fui el que tuvo las mejores novias de niño. Ellos tenían una en un pueblo de Asturias, La Caridad del Camino de Santiago, concejo El Franco, pero yo tenía más porque también vivía en Hollywood. Yo le he engañado unas cuantas veces al marido de Gene Tierney, al de Maureen O’Hara, al de Rhonda Fleming, al de Jane Russell, al de Vera Hruba Ralston, al de la fallecida Marta Toren y al de Anita Ekberg, lo confieso. Ningún remordimiento. Yo no tenía un tipo definido, era abierto de gustos. Ahora sé cuántas emociones le debo a Hollywood. Vitales, carnales.
Y algunos poemas…
El dolor en la frontera
El dolor en la frontera
cae hueco
infalible como la plomada
y queda huero
huésped incluso vitalicio.
Por eso los de aquí
en la frontera
al dolor
NO LE DIRIGIMOS LA PALABRA
Revelaciones de un indeseable
La cultura, ¡cómo la amo!
La civilización, conventos
Razón y los sentimientos
las fronteras, el Ejército
y los horteras del Tercio.
¡Cómo quiero a la Justicia
que castiga la malicia!
De corte los diputados
Aunque parezcan chalados.
Y ante Occidente yo grito
¡Viva el Oriente maldito!
Pero los rojos me cargan
Porque la vida la amargan.
¿En dónde pues yo me meto?
En la evasión y en el veto.
Pues desde ahora a todo reto
Y a todo pierdo el respeto.
¡Adelante las rameras!
En cueros las quiero enteras
Bebo el alcohol nauseabundo
Porque me lo toca el mundo
Y como el amor envidio
Acabaré en el suicidio.
El hombre que mató a Liberty Valance
Ver a Wayne
asistiendo en primera, o última fila
a la evidencia
de cómo se desmorona
su proyecto de vida
es ver un ejemplo doloroso
de cómo los individuos de cada generación
deben presenciar
el derrumbamiento
de todas sus certezas
y la desaparición de modos y personas,
en los que tenían depositados,
además de sus apegos
y sentimientos,
la orientación
y el sentido de sus vidas.