Estamos fuera del orden establecido. Es el territorio del cine de Alex de la Iglesia: “En el momento en el que la vida no puede ser más feroz con nosotros y lo que prima es la desesperación, es inevitable dejarse llevar por un sentimiento de amargura y de hartazgo, pero al mismo tiempo hay que rebelarse contra eso. Cuando tocas fondo la única manera de levantar cabeza es riéndote de todo el sinsentido y toda la falsedad que te rodea. (…) Cuando eres joven eres muy vanidoso y te crees que todo depende de ti, pero con los años aprendes que la película depende de la gente que está delante de la cámara. Los actores mantienen el peso de la narración hasta unos niveles que yo desconocía. No solo mejoran la película, sino que la perfeccionan”.

 

Extravagancia del cine de Alex de la Iglesia
‘Mi gran noche’.

“Si te detienes, te mueres, esa es mi sensación. Estoy en constante movimiento, si parara sería una degradación de mi vida como cineasta. Y le daría más vueltas a todo.” Me quedo pensando en esta reflexión de De la Iglesia, que en efecto no ha parado de filmar. De la Iglesia estudia Filosofía en Bilbao, pero al mismo tiempo no deja de ver ciclos de cine de todo tipo. Se convierte en aficionado a los juegos de rol, al cine de terror, a los cómics… …. ¿Qué podía salir de todo eso?

Sale un joven que filma en Super 8, un cortometrajista que diseña carteles o decorados. Todo le interesa. Aprovecha un decorado ajeno para filmar su corto “Mirindas asesinas”. Rueda por la noche, cuando los responsables del decorado ajeno no están.

El joven futuro cineasta “demente”, (“locura y extravagancia”, me lo definió Elena) se atrinchera en las oficinas de El Deseo, la productora de Pedro Almodóvar. Su insistencia tendrá sus frutos. Podrá rodar “Acción mutante” con medios limitados. Pero al “demente” eso no le importa. Tiene un lema, “divertirse”, como con sus juegos de rol: “Es sentarte, ser un personaje y saber que puedes hacer lo que te dé la gana… Yo era fan de los juegos de mesa. Pero claro, ahí estás atado a un tablero, a unas directrices… Y de pronto que te diga alguien: no, puedes hacer básicamente lo que quieras, tu personaje crece y, lo fundamental, esto no va de ganar, sino de divertirse; incluso perdiendo es más divertido”. Incluso perdiendo es más divertido, dice. Sí, esa es la palabra clave: divertirse. Divertirse no sólo filmando, sino en la vida, como dice el personaje de Sancho Gracia en “800 balas”. Entre los momentos terribles de la vida existen intervalos en los que hay que divertirse. No hacerlo es un pecado imperdonable.

Extravagancia del cine de Alex de la Iglesia
‘Veneciafrenia’.

“Acción mutante”: Los deformes contra los ricos y guapos. ¿Tendrán aquellos una oportunidad? De la Iglesia ríe, ríe fuerte. Ríe tan fuerte que a ratos da miedo. Es esa risa que de repente se vuelve algo agrio, siniestro.
Se inaugura el esperpento. ¡Viva el esperpento! Siempre. Los colmillos del vampiro De la Iglesia no tienen perdón para sus muñecos. No queda títere con cabeza. Es un cine que refleja lo que ve su mirada curiosa, lo impresentable de un país que no hay por donde cogerlo.
De la Iglesia es alimentación y sentidos. Es vértigo y terror. Es broma y no es ninguna broma, porque no hay parecidos. Es cine “febril”, me dicen. Para Carmen Maura: “Alex es como un parque de atracciones, te lo pasas bien pero te pone en peligro”.

Ahí está atrincherado en las oficinas de Almodóvar. Ahí lo habíamos dejado con su “Acción mutante”. Lo ha conseguido. Ha conseguido su película. Cine. Cine. Años después, en su discurso como máximo responsable de la Academia del cine español, lo deja claro: “Todos estamos en lo mismo: la defensa del cine”.

El joven De la Iglesia lo ha defendido desde el principio, viendo cine, filmando sus pequeños cortometrajes, haciendo decorados, dibujando. Ahora pasa al ataque, con el desmadre absoluto que es “El día de la bestia”. La película se convierte en un rotundo éxito, con esos Don Quijote y Sancho que son Álex Angulo y Santiago Segura.

 

Extravagancia del cine de Alex de la Iglesia
‘Perfectos desconocidos’.

Dice Álex que le gusta tanto el cine que no le basta con sus películas, que quiere meterse siempre en un lío.

El lío de De la Iglesia en “El día de la bestia” es el de comedia negra, casi un nuevo tipo de terror, su sello personal. Cuando le preguntan porque le gusta tanto el terror, señala lo siguiente: “Porque es de mentira. Nos hace olvidar el horror real, del que no hay escapatoria. Me aburre la realidad. Me resulta mediocre y triste. (…) Siempre me han gustado muchísimo las historias de terror y al mismo tiempo el dibujo animado y la comedia y cuando se juntan sufro una especie de electroshock”.

“Me dicen que mi cine es irregular. Pues claro, es que yo soy irregular”. A él le da igual. Lo que cuenta es divertirse, rodar, rodar, rodar. No parará de hacerlo, compaginando incluso cine con televisión, incluso con dos películas en un mismo año.

“Muertos de risa” es su película de 1999, el sarcasmo, el retrato, como siempre, de un país esquizofrénico, incomprensible, las relaciones envenenadas, el egoísmo, la falsedad. Serán las señas, el sello de Álex de la Iglesia: “Hay un momento en el que el terror es entretenimiento hasta que algún día alguien descubre que “Ultimátum a la Tierra” no es una peli sólo sobre una invasión, sino que tiene que ver con la guerra nuclear, y que otras como “La noche de los muertos vivientes” de pronto está hablando casi casi de la xenofobia, de un personaje protagonista acorralado por zombies blancos. Todo es política. No hay nada que no sea política. Todas mis películas tienen una visión de lo que me rodea, y por tanto son política”.

En su película de 2000, “La comunidad”, quizá su mejor película, el teatro no representa una comunidad de vecinos, sino más bien un país entero, obsesionado con el dinero. El vil metal lo mueve todo, todo a partir de la putrefacción de un piso en el cual se encuentra una suma millonaria. Todos harán lo imposible por hacerse con el tesoro, a costa de lo que sea, enloquecidos, alucinados. Curiosamente es el personaje de un particular “Darth Vader” el que no es villano sino algo muy distinto, rodeado por unos vecinos egoístas, codiciosos. Es indudable la mirada de simpatía de De la Iglesia a ese Darth Vader, ese personaje cinematográfico de su infancia. Sólo en el cine hay esperanza. No es ese Vader grotesco el verdaderamente grotesco. Son los otros, deshumanizados, pura tristeza en la mirada de

Extravagancia del cine de Alex de la Iglesia
‘Balada triste de trompeta’.

Álex.

Si hay que pisarle la cabeza a alguien, pues se le pisa, como en la delirante “Crimen ferpecto”, de nuevo otra colección de personajes penosos, con Guillermo Toledo a la cabeza.

Dice Álex de la Iglesia que no cree que sea otra cosa que cineasta y que su obligación es hacer mejores películas, que espera conseguirlo. La defensa del cine, que decía, desde todos los territorios, como desde la Academia del Cine, en la que llega a ser presidente, ilusionado por encontrar lo que quizá es una utopía, la de la unión con sus compañeros de oficio: “Creo que lo que tenemos que hacer es buscar la manera de unirnos… … Creo que debemos unirnos para conseguir objetivos comunes. Tenemos una visión muy individualista de la vida y deberíamos tener una visión más dirigida a objetivos claros que impliquen a mucha gente, bajar juntos y tener una visión unitaria, que es algo que nos falta. Cada uno va por su cuenta, y si consiguiéramos unir fuerzas seríamos indestructibles”.

De la Iglesia también patina. A veces la película es un despropósito, como “800 balas”, o queda ausente su sello, como en “Los crímenes de Oxford”, o no conecta con el público, como en la ambiciosa, triste y valiente “Balada triste de trompeta”.

Mi cariño es por el lugar en el que vi “La chispa de la vida”, con buenos amigos. La película está olvidada, pero siempre la tendré presente, ruinas reales que evoco desde el Cine Imaginación. De esta película escribió Ricardo Aldarondo: “Una película contenida y equilibrada, descarnada pero sensata. Esta vez no apuesta todo al desmadre final, pues no lo hay. En su lugar, un desenlace que lleva a la vida dramática y que habla de la dignidad y la implicación personal”.

Qué película terrible. La recomiendo absolutamente.

Hay algo siempre presente: seguir aprendiendo. La clave es el oficio: “Yo aún estoy aprendiendo. A veces por exceso de pasión o de cariño puedes alterar un ritmo que frena una secuencia. Es una lucha contra el tiempo, se trata de administrarlo bien, algo que en cine es la clave. Cada secuencia la has pensado mucho y sientes gran responsabilidad cuando vas a rodar. Tienes poco tiempo y con una paciencia que yo no tengo debes explicar muy rápido y muy bien tu sensación para que el equipo dé la respuesta rápido y bien y la cosa fluya. Es un ritmo en el que no está permitido el error, pero lo habrá y deberás resolverlo sin perder el control porque mañana vas a seguir rodando. Es una labor psicológica increíble. (…) “esto es muy De la Iglesia”. Es decir, exagerado, irregular, demente, excesivo, transgresor. Es maravilloso, sería peor que no dijeran nada. No generar interés es la muerte del creador. Entretener es más profundo de lo que parece, es hacer que la vida merezca la pena. Mi reto es llamar la atención sin ser estridente. Es como cocinar un plato (siempre hablando de comida, ya ves): que a la gente le guste pero a tu manera. En mi caso, todo muy picante y muy hecho. Del pollo y el cordero, lo que más disfruto es la piel, y del plato, untar”.

Siempre alimentación. Coge peso y lo pierde y lo vuelve a coger. Se come el cine, lo devora. Como en “Las brujas de Zugarramurdi”, todo un caos. De nuevo el dinero, en forma de un atraco de unos anillos, como el de “El señor de los anillos”, adentrándose en Zugarramurdi, una especie de Mordor. La película es salvaje, como si quisiera escapar de su creador. Nuestros protagonistas habrán de tener cuidado con esas brujas, dispuestas a devorarlo todo y quedarse con los anillos.

La mirada es la conciencia de un cineasta español: “Todo lo nuestro lo miramos por encima del hombro. Para admirar a alguien tiene que estar muerto o ser extranjero”. Recuerda a los suyos: Azcona era un genio. Berlanga era un genio. Cuerda era un genio. Pero sólo cuando se han muerto, dice con tristeza. Piensa en películas nuestras, en “El extraño viaje” de Fernando Fernán Gómez, quizá a la altura de Buñuel. Y salen sus títulos favoritos: “El cochecito”, “El pisito”, “Plácido” (“un trozo de nuestra alma”).

Pero no hay que detenerse. “Mi gran noche”, un país que es una verbena, una fiesta y no importa lo que hay ahí fuera, sea violencia, desempleo, falsedad. Dentro de la fiesta está presente y bien presente. No son los comportamientos creados por De la Iglesia. Los ha encontrado y los retrata. ¿Y hay esperanza? ¿Cómo lidiar con algo así? El personaje de Pepón Nieto está superado por su vida y de repente se encuentra en medio de la verbena, del sálvese el que pueda. Asiste atónito a lo que sucede.

Los actores habituales y los que él reivindica recuperándolos se entregan, como en “Perfectos desconocidos”, que trata de lo que parece y de lo que no es. La pura simulación, la máscara. Otro cuchillo sobre la miseria de unos personajes. Lo que decíamos: cine febril, la carcajada sombría, la de una catacumba.

Me dice Vivas Plá que el cine de Álex de la Iglesia es el del cómic underground y comedia castiza que sobre el papel suena fatal pero le salió bien. Otra voz, la de Carlos Gracia, me dice que hay una buena premisa argumental, mucho ruido durante el desarrollo y desenlaces decepcionantes.

Quizá sea así.

¿Qué es lo que me ha atrapado del cine de De la Iglesia? Supongo que fundamentalmente el retrato de lo que somos. Un espejo al que asomarnos. Lo demás, los defectos, me los salto. Cualquier espectador que mire su cine sabrá entresacarlos.

La cosa no quedará en “Veneciafrenia” o “El cuarto pasajero”. Seguirá filmando febrilmente. En mí tiene un espectador fiel. Siempre espero algo de él. De esa excusa grotesca del guiñol.