
La irrupción de las primeras herramientas de Inteligencia Artificial (IA) ha reavivado el pulso que libran personas y máquinas desde la noche de los tiempos. Un millar de grandes empresarios tecnológicos y organizaciones como la ONU y Unesco han mostrado esta semana su miedo, más que inquietud, ante la extensión de aplicaciones como ChatGPT que prometen una vuelta de tuerca imprevisible en la revolución tecnológica. La IA amenaza con destruir millones de trabajos, pero eso no es algo nuevo. Ya lo contó en la legendaria canción John Henry, un hito en el cancionero americano. Esta es su historia y vale para hoy.
El clásico entre los clásicos del cancionero ferroviario se llama John Henry. Este nombre simboliza al Superman de los negros en América. La canción narra el combate de un robusto afroamericano contra una taladradora de vapor en plena era de expansión del ferrocarril en Estados Unidos, a finales del siglo XIX. John Henry data de las inmediaciones 1870, justo cuando se completa la primera línea transcontinental, y constituye una narración fundamental en la historia cultural americana. Multitud de historiadores, antropólogos, folkloristas, escritores y cineastas han indagado en esta leyenda que no ha parado de crecer, a pesar de (o gracias a) que existen pocas certezas contrastadas en el mito.
El hombre gana la pelea a la máquina (un combate eterno), pero pierde la vida en ese empeño. John Henry sólo dispone de un martillo y sus brazos para vencer en el duelo contra el artilugio moderno de vapor que perfora las rocas. Triunfa por poco margen, aunque muere casi instantáneamente extenuado por el sobresfuerzo. Pero vence. El personaje encarna valores que lo entronizan como un mito, especialmente para los negros. La era del hierro y el esplendor de las fundiciones sobrevuelan la canción: una exaltación del tesón en un periodo de vorágine industrial mientras se arrincona el valor del trabajo humano. El martillo acompaña a la monumental figura del obrero con piel de azabache. John Henry sintetiza un compendio de valores del que surge una cultura de resiliencia. El sacrificio de este héroe que derrocha una fuerza de origen desconocido deviene en lección que insufla energía a los trabajadores. De alguna forma, la canción explica magistralmente que no existe poder superior al de un hombre libre y combativo. También se puede interpretar como una de las primeras muestras de canción protesta en el folklore estadounidense.
El ritmo primario sigue la aliteración del tren, con golpes de martillo que acompañan a bastantes versiones, y lleva las riendas para que avance la historia del superhéroe americano. No es un ejemplo de variedad armónica, pero la insistencia y la garra predominan en la pieza. Sigue la senda de las work songs (canciones de trabajo) de los presos a comienzos del siglo XX, etapa de florecimiento para las denominadas hammer songs (canciones de martillo, herramienta transformada en metáfora del poder). Ese duelo que gana el hombre negro representa también una liberación de los suyos ante el racismo campante.
Existen dos libros de notable importancia dedicados al símbolo. Guy B. Johnson (Universidad de Carolina del Norte) y Louis W. Chappell (Universidad de Virginia) fueron rivales en la investigación a fondo de la fábula, publicando sendos trabajos en 1929 y 1933, titulados ambos John Henry. De su lectura se extraen pocas conclusiones fiables, hasta el punto de que algunos dudan incluso de la existencia del personaje. Sí parece demostrado que el lugar de los hechos que describe la canción se corresponde con Big Bend Tunnel, en Summers County (al oeste de Virginia), pero otros muchos investigadores se decantan por Alabama o Kentucky o Michigan…
La historia de John Henry también explica el período expansivo del sistema ferroviario estadounidense. Tras la Guerra Civil, el empuje del tren hacia el oeste cobra nuevos bríos. Así es como en 1870 la Compañía Chesapeake&Ohio Railroad (C&O) construye una línea por el sur de Virginia, siguiendo el curso de varios ríos hasta la ciudad de Huntington. Las obras acabaron en 1873, cuando los picapedreros que avanzaban por el este y por el oeste se encontraron a la altura de la futura estación de Fayette.
Parece probable que John Henry fuera un antiguo esclavo, cuyo destino prefijado era deslomarse por tierras sureñas en obras de este tipo. Cerca de 5.000 afroamericanos se derrengaron en la C&O durante esos años, con jornadas que superaban las diez horas por menos de un dólar al día. Debían despejar la zona, construir túneles y puentes, preparar las plataformas para las vías… Muchos eran presos. Bastantes fallecían.
La construcción de la línea se enfrenta a un dilema en 1870, al llegar a Big Bend Mountain. La alternativa era bordear la montaña durante veinte kilómetros o bien horadar un túnel de kilómetro y pico de longitud en la cordillera. Optan por agujerear el macizo montañoso y así nació el Big Bend, el túnel más largo de Estados Unidos en ese momento. Fueron dos años de intensos trabajos que finalizaron en 1872.
John Henry se dedicaba precisamente a excavar hoyos para insertar los explosivos y abrir caminos entre las rocas. Para este oficio (steel drivin’ man) sólo contaba con su extraordinario vigor y un martillo con el que arreaba bestialmente sobre un taladro de acero para perforar los riscos. Una vez que penetraba suficientemente, se extraía y se introducía en el hueco el explosivo que pulverizaba la piedra. Eso, una y otra vez, un día y otro, semana tras semana… El avance (puramente humano o automatizado) siempre resultaba lento, pulgada a pulgada en lucha contra la montaña, ya que tras la detonación había que aguardar hasta que las mulas se llevaran los pedruscos de la detonación.
Lo habitual era que tal labor la acometieran dos hombres: uno golpeaba el taladro y otro lo removía, ambos con extrema coordinación en sus movimientos. Esta conjunción resultaba muy peligrosa. Se calcula que uno de cada cinco trabajadores dedicados a este oficio en la montaña Big Bend murió por desprendimientos de rocas y otros accidentes. Los capataces solían enterrarlos rápidamente en tumbas anónimas y no permitían al resto de peones acudir a los entierros para evitar que se extendiera el temor entre las cuadrillas. Pensaban estos encargados que la ignorancia les tornaría más productivos y dóciles, hoy como ayer.
Otro problema para estos picapedreros radicaba en el avance tecnológico. Entre 1850 y 1875, se patentaron más de cien sistemas de perforación automática. Uno de los más exitosos fue el Burleigh de aire comprimido. Parece probable que ese cacharro fuera el rival de John Henry en el combate final de la canción.
El artilugio ganó popularidad entre los constructores por su rapidez y facilidad de transporte. Ahorraba dinero, mucho dinero. Nunca se ponía en huelga ni desafiaba a los capataces. Su color no era blanco ni negro ni amarillo: lucía el color del dinero. Los trabajadores miraban con hostilidad a estos ingenios, porque temían perder su sustento. La lucha contra el enemigo mecánico daba sentido a la existencia de esos desheredados y los humanizaba al tiempo que los situaba en el punto de mira.
Otra leyenda afluente cuenta que el patrón deseaba comprar la máquina de vapor y, al comprender que muchos trabajadores se quedarían sin empleo, John Henry propuso la apuesta; si ganaba el hombre, el patrón no compraría la máquina y no se despediría a ningún obrero; si ganaba la moderna taladradora, el patrón podría actuar a su antojo.
En la lucha que libran durante la tonada, John Henry consigue una ventaja de 4,2 metros sobre los 2,7 metros de avance alcanzados por la máquina, cumpliendo por partida doble su promesa de que vencería o moriría. Al cabo de 35 minutos, John Henry había ganado y no se despidió a ningún trabajador. El precio de tanta fatiga rompe en pedazos el corazón de John Henry sin tiempo alguno para paladear su victoria. Solo entonces fallece, ascendiendo al Olimpo de los mártires negros.
La canción se extendió gracias al boca a boca. Los mineros ferroviarios se la contagiaban unos a otros. El primer registro escrito de la composición procede de las cercanías de 1900. Con el paso de los años, el texto ha cambiado muchas veces. Hay versiones distintas para cada estado de la Unión, muchas de ellas arrimando los hechos narrados a su sardina territorial.
Algunos expertos de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos defienden que se trata de la canción folk más investigada de Estados Unidos y, muy probablemente, de todo el orbe. Una de las primeras grabaciones del mundo es de 1924, a cargo de John Carson, pero existen variaciones adaptadas a todo tipo de géneros musicales.
John Henry se convirtió así en un mito gigantesco, inabarcable y negro. Está presente no sólo en los surcos de los soportes de pizarra o vinilos. Hay libros, películas, pinturas, esculturas, festivales, obras de teatro, sellos y todo tipo de homenajes. El triunfo sobre el artefacto es una victoria para el espíritu humano de superación. El valor del trabajo, el orgullo racial y el horrendo coste social que acarrean las innovaciones tecnológicas se aúnan en esta melodía.
El rastro de las verdades de John Henry también se ha enmarañado por algunas confusiones con otro personaje mítico: John Hardy. La trayectoria de este otro trabajador negro de nombre similar se ha confundido a lo largo del tiempo con la de John Henry, pero ambos caminos vitales fueron muy distintos. Se sabe que John Hardy mató de un disparo a un compañero tras pelearse durante una partida de dados. Sucedió en 1893, en Eckamn (West Virginia), localidad próxima a la línea donde perdió la vida John Henry. El parecido de los nombres y la proximidad geográfica de ambos sucesos son los detonantes del extendido error. John Hardy pagó en la horca el asesinato el 19 de enero de 1894. Era, como indica Héctor Martínez (presidente de la Sociedad Blues de Madrid), un “bad man, un tipo malo, culpable en este caso de un asesinato a sangre fría. Estos antihéroes eran habitualmente representados como unos campeones de la fuerza bruta y la violencia, de instintos primarios, borrachines, pendencieros y sin escrúpulos”.
Había muchos así. Stack O’lee o Railroad Bill eran de un pelaje admirado por proletarios sin esperanza. Se convirtieron en ídolos capaces de entregar su vida por enfrentarse a todo aquello que les oprimía: la ley, el hombre blanco, los plutócratas, las compañías ferroviarias… Los ricos temían a estos hombres, figuras respetadas como modelo de una rebeldía que el pueblo oprimido no podía articular salvo casos excepcionales como el del Ferrocarril Subterráneo. Resulta irónico que la transmisión oral de la canción haya provocado la distorsión de mezclar ambas trayectorias de personas tan distintas, John Henry y John Hardy. Así, existen versiones donde se transforma al esforzado trabajador John Henry en un alcohólico y jugador, y viceversa. Hay variaciones en cada palabra, en cada verso, en cada giro melódico.
Se conserva asimismo una carta de alguien llamado CC Spencer que asegura haber sido testigo de la muerte de John Henry, un 20 de septiembre; según este testimonio, el protagonista de la canción era un esclavo liberto de Misisipi. Hay otros personajes que desfilan por la tonada, como el capitán Frederick Yeamans Dabney (ingeniero jefe en Columbus&Western Railway Company) mientras se construía la línea entre Goodwater y Birmingham, ambas en Alabama.
La balada sobre John Henry que glosa aquella gesta hunde sus raíces como canción de trabajo en las obras del ferrocarril y también se popularizó mediante las chain gang (cuerda de presos) de las prisiones. Por ejemplo, Alan Lomax grabó un versión en la granja penitenciaria de Parchman Farm, en 1947, cantada por un grupo de presos. Hay versiones muy valiosas de Leadbelly, Burl Ives, Big Bill Broonzy (con múltiples variantes), Woody Guthrie’s o Sonny Terry & Brownie Mcghee (también con varios acercamientos, pero especialmente reseñable la del disco “Sonny Terry & Brownie Mc Ghee Sing”). Más recientemente, en 2006, Bruce Springsteen muestra su devoción por la canción en el disco The Seeger Sessions. Se cuentan por miles las grabaciones y versiones de esta pieza simpar, y podría decirse que es más corta la lista de los músicos que no la han cantado que al contrario.
La leyenda no ha parado de crecer con los años. Algunos estudiosos, más de la cuenta, se extravían en disquisiciones interminables sobre las características del martillo que llevaba en sus manos John Henry cuando murió. Otros escarban en los registros para determinar el sitio exacto de nacimiento del negro que venció al taladro. Sin embargo, lo sustancial en la canción radica en el poder del espíritu humano sobre las propias creaciones del hombre. El protagonista en este clásico del folklore es la voluntad indoblegable de toda persona que pelea por la justicia. Hay muchos blues que idolatran al tren, pero el héroe de John Henry está hecho de carne y hueso, materiales más poderosos que el acero.
John Henry forma parte de los periódicos naufragios humanos a causa del avance tecnológico y protagoniza algunas canciones como otro desheredado que sucumbe bajo los engranajes del dinero. La canción y el propio afroamericano que muere en la montaña siguen caminos paralelos por su rechazo al maquinismo y merced a la vocación errante. Sea por una taladradora, sea por un novedoso ChatGPT.