Cine de la amistad y
la alegría de vivir

Los héroes de 'El-Dorado'
Los héroes de 'El-Dorado'

El día es intempestivo y estoy atrincherado en casa.  No tengo que buscar mucho y puedo hallar ese tesorito, que es mi premisa hoy: es un pequeño libro que me sirve de timón, un libro que tengo perfectamente ubicado en un estante que no puedo olvidar.   Está a buen recaudo.  A este libro no le afecta mi desorden ni mi desorganización.  Me acerco al estante y lo tengo unos segundos en mi mano, sin abrirlo.  Sé perfectamente que es una guía personal, un libro para regalarlo muchas veces, para escribir sobre él, para leerlo a menudo.

En alguna ocasión lo leí a algunos compañeros del cine.  Ellos me miraban como si estuviera loco pero eso no me detenía.  El libro se llama “Oraciones de Vailima”, y el autor es Robert Louis Stevenson, ese faro permanente, precioso.

“La cordialidad y la alegría deben preceder a cualquier norma ética: son obligaciones incondicionales”.   Incluso estando él enfermo en Samoa, leía en el vestíbulo de su casa de Vailima, al pie del monte Vaea donde ahora descansa, unas breves oraciones. El libro, la edición que yo tengo, es de Editorial Rey Lear (2011), y tal y como señala el traductor Santiago R. Santerbás, son “(…) sencillas declaraciones aconfesionales, igualmente válidas para un cristiano, un sintoísta, un pagano polinesio o, si se me apura, un buen ateo”.

Tengo el título: “Cine de la amistad y la alegría de vivir”.  De nuevo escribo para los lectores y escribo para mí mismo, para no olvidar lo que escribo, para intentar aprender algo, para ser curioso.   Leo la oración de Stevenson, titulada “Por la renovación de la alegría”:  “Si somos malos, Señor, ayúdanos a darnos cuenta de ello y a enmendarnos.  Si somos buenos, ayúdanos a ser mejores.  Así como envías el sol y la lluvia, envía una mirada paciente sobre tus siervos; contémplalos, fertiliza su absoluta aridez, despiértalos, reanímalos; recrea en nosotros el espíritu de servicio, el espíritu de paz.  Renueva en nosotros el sentido de la alegría”.

Pero lo primero es lo primero: la amistad.  Según el diccionario de la Real Academia: “Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”.

Cierro los ojos e intento que mi maltrecha memoria recuerde un nombre, el de un cinéfilo.   Perdí el contacto con él, sé que fue a vivir a otra ciudad con una sobrina o nieta, pero sólo recuerdo el apodo samurai que le pusimos, “Zatoichi”, porque solía llevar el periódico en el bolsillo como si fuera una katana.  No hay manera, no puedo recordar su nombre.   Estoy así durante unos minutos, desesperado.  Finalmente lo recuerdo y respiro: Miguel Ángel Valdés.   Ahora seguramente habrá desaparecido, tendría más de noventa años.  No lo sé.

Pero el cine lo ha traído a mi memoria, por el apodo y por una película sobre la que charlamos.   Es una película que será el tótem de este escrito.  No importa si no les interesa lo que escribo o las películas de las que hablo.   Quédense con ésta: “El Dorado”.

Amigo Valdés.  Te dedico este escrito.  Vuelvo a ver “El Dorado” a propósito de esto, del cine de la amistad y la alegría de vivir.  Quizá todo lo que escribo aquí es sobre esta película de Howard Hawks (1966).  Que el resto de películas pasen aquí fugazmente.

En “El Dorado”, Cole Thornton (John Wayne) acude al rescate de su amigo John Paul Harrah (Robert Mitchum), el alcoholizado sheriff de El Dorado.  Lo cierto es que Thornton acude incompleto.   Ha sufrido una herida de bala cada vez más dolorosa, una herida que le paraliza parte del cuerpo.  No tiene tiempo para sacarla, o no puede sacarla.  Tiene que ayudar a Harrah.   Tiene que enseñar a disparar a su joven y entusiasta nuevo amigo, Mississippi (James Caan).   También está con ellos, completando el cuarteto, Bull Harris (Andrew Hunnicutt).

Los renqueantes cuatro héroes, con sus energías y fuerzas limitadas se enfrentan a un mafioso siniestro, que tiene a su servicio a un rapidísimo pistolero, Nelse McLeod, y a numerosos esbirros.  Los cuatro amigos tienen que mantener al mafioso en la cárcel del sheriff Harrah.   Los amigos tienen que rescatar al alcoholizado Harrah, si se deja.  Pero la situación dramática, que incluye un instante trágico, está narrada con buen humor.  A pesar de su situación desesperada, los amigos tienen buen humor.  Buen humor ante el absurdo, ante el sinsentido.  Yo estoy con ellos.  Vibro con ellos.  La guionista Leigh Brackett: “Es el mejor guión que he hecho en mi vida”.

Tres-colores - 'Rojo'
Tres-colores – ‘Rojo’

Tengo muchas películas apuntadas.  He hecho una especie de  mapa con cine que he visto.  Una de las que he marcado y subrayado es un descubrimiento reciente, a partir de la novela de Frances Hogdson Burnett.  La versión que he vuelto a ver es de 2020, de “El jardín secreto”.   Aparecen Colin Firth (como Archibald Craven) y Dixie Egerickx, que interpreta a nuestra heroína (Mary Lennox).   La película se desarrolla en 1947, en Inglaterra.  La huérfana Mary tiene que ir a vivir a la mansión de Craven, rodeada de frío, en pleno invierno.  Mary es confinada en una de las habitaciones.   Escucha chillidos en una habitación, no se le permite el acceso a la mayoría de la mansión.   Pronto averigua que los chillidos son del enfermo hijo de Craven.

Mary no se amilana ante lo siniestro ni ante la enfermedad.   En aquel oscuro lugar, en sus alrededores, encuentra un perro sin dueño y un petirrojo.  Ambos aliados la llevarán a lo secreto, a los árboles, a las plantas, ante la promesa de primavera.   Y lo más necesario del mundo, la llevarán a un amigo, Dickon, pequeño mago infantil.

“El Dorado” es la amistad de los veteranos, con la intromisión del joven James Caan.  En “El jardín secreto”, la amistad es de los niños, Mary y Dickon, y de su iniciativa ante el descubrimiento de la enfermedad del hijo de Craven.  ¡Estamos con vosotros, jóvenes!  Los amigos unidos superarán lo imposible, estoy seguro.  Estoy pendiente de ellos y su aventura. ¡Qué magia es el cine!  No me distraigo.  Mary es incansable, decidida, resuelta.  ¡Sacudámonos de nuevo el cinismo!  Ayudemos al que tenemos cerca.  Él lo espera.  Quizá soy un ingenuo.  Quizá son ideales de otro tiempo, ideales escondidos hoy en muros y alambradas, construidos y construidas por nosotros mismos.   Pero son ideales que existen.  Somos nosotros los que podemos aprender a no dar la espalda.

Pienso en otro cinéfilo, Luis Betrán.   Conocí a Luis gracias al cine y me dí cuenta que era la persona con la que hablaba que más sabía de cine.  Lo había visto todo.  En su casa, en el salón, había cientos, miles de películas, torres, piletas de música clásica.  Gracias a él descubrí películas y cuando enfermó, fui a verle.   En su litera tenía cerca su ordenador portátil para seguir viendo películas.   Podía ser “Ser o no ser” (1942) o podía ser Kieslowski, al que también compartíamos en la historia de una amistad aparentemente poco propicia, la de un juez retirado y una modelo.   Una perra atropellada será el lazo que los una.  Sigue siendo una de mis películas, la tengo ahí cerca: “Tres colores: Rojo” (1994).

“La vida no se puede vivir como una tragedia”, dice el profesor Robles en “Lugares Comunes” (Adolfo Aristarain, 2002).  Creo que fue Mizoguchi el que dijo que no se debe desesperar al espectador. Nos encontramos por ejemplo el barco del capitán Aubrey en “Master and Commander” (2003).   Surge ese empuje, ese instinto vital, surge la amistad del capitán (Russell Crowe) y el médico (Paul Bettany).   El barco ha sido pillado en sorpresa por el enemigo y sólo la niebla le salva de ser hundido.  La amistad del capitán y el médico es íntima, alegre, la clave de la película, a pesar de los distintos caracteres de ambos.

'Del revés'
‘Del revés’

Escribiendo esto me doy cuenta de que muchas de mis películas favoritas son películas sobre la amistad, y más favoritas todavía cuando incorporan la alegría de vivir, como en nuestro cabecilla, “El Dorado”.

En las películas de Jean Becker encuentro un refugio.   Así es en la humanista “La fortuna de vivir” o en “Mi encuentro con Marylou”, donde el veterano pintor Taillandier está acosado por la depresión y el fantasma del suicidio.   En la lluvia encuentra a la adolescente Marylou, que sufre un hogar en el que es imposible convivir, el hogar del abuso.  Necesito ver esta película cada cierto tiempo.  Es como un tónico anticinismo, el de la buena e inesperada amistad, la que surge de una magia.   Me detengo un momento en la película de Jean Becker y recuerdo mi azar particular, en mis amigos del cine que he descubierto.  Aunque estén lejos, intento inventar para que estén cerca.

Una de las películas favoritas de muchas personas que conozco, y seguro de algún lector de esto que escribo es “Cadena perpetua”.   Es una película que no funcionó especialmente bien entre el público en su estreno y que ha ido encontrando a muchos espectadores, en una historia tétrica de prisiones en la que también aparece la amistad entre Tim Robbins y Morgan Freeman.  En medio del terror en Shawshank surge la alegría de la música por los altavoces.  El loco Robbins se comunica con sus compañeros, con sus amigos.

Pelear con los amigos cerca es más fácil.  Como dice la canción de Pink Floyd, “Juntos estamos en pie, divididos caemos”.

Comuniquémonos con la música, como hace Robbins.  Busquemos cualquier vía de comunicación.  Sigamos hablando, escribiendo, leyendo.  Sigamos haciéndolo aunque los amigos hayan desaparecido.   Incluso más intensamente.  Recuperemos la alegría de vivir.   Están a miles de kilómetros de nosotros, pero como me dijo mi amigo Adolfo, “podemos hacerles presentes.  Y eso será maravilloso”.

La mágica Audrey Hepburn se convirtió en un dibujo animado, gracias a Pixar/Walt Disney.   Busquen la película si no la han visto, mejor todavía con niños.  La película se llama “Inside out” (“Del revés”), y Audrey se convierte en esencial.  Ella es el personaje “Alegría”.

“Pasé la mitad de mi vida ebrio, persiguiendo mujeres.  La otra mitad la desperdicié”, dice Nick Nolte en “Un paseo por el bosque”.  Acude raudo al encuentro con Robert Redford, para un viaje por el sendero de los Apalaches.  Los dos amigos pretenden hacer miles de kilómetros a pie.  Con buen humor,  Bryson (Robert Redford): “Dicen que este sendero es como la vida.  No sabes que te espera, no sabes que te sucederá, pero te esfuerzas al máximo”.

'Un paseo por el bosque'
‘Un paseo por el bosque’

Como es costumbre se me acaba el tiempo.  Ahí tenemos que dejar a las dos aventureras Thelma y Louise huyendo hacia adelante.  El Thunderbird y su amistad propulsan.  Y en “El señor de los anillos” el reto es para la comunidad, para la amistad, destruir el anillo de poder, o sea, el dinero.

Kevin Costner levanta la mano y se deja fotografiar con sus “intocables”.  Es la emoción del cine, de la alegría de vivir aunque de nuevo aparezca el absurdo.  Y al mismo tiempo, el cine siempre es en presente: Huracán Carter logrará la amistad invencible gracias al libro que ha escrito.  Marty y Doc, amigos del buen humor en “Regreso al futuro”, viajan allá donde no hay carreteras.   Bagger Vance acude al rescate divinamente.   Oremos, como Stevenson, para que aparezcan estas amistades de luz.   Como las de “Titanes”, con Denzel Washington entrenando a los chavales en la amistad frente al racismo.

'Cadena perpetua'
‘Cadena perpetua’

He compartido mis amistades de cine. He compartido “El Dorado”:  Cabalguemos osados, valientes.  Volveré a verla muchas veces, no sea que olvide algo.  Y mientras abro el libro de Vailima y rápidamente paso las páginas.  Ahí está la oración que busco para despedirme.   Se llama “Por los amigos”: “Imploramos tu benevolencia para con los seres queridos que se hallan ausentes.  Protege su vida y aumenta su honra, y haz que sigamos siendo dignos de su afecto.  Por el amor de Cristo, no permitas que se avergüencen de nosotros, ni nosotros, de ellos.  Concédenoslo y danos valor para soportar con firmeza los males menores y para aceptar la muerte, las privaciones y los desengaños como si fueran briznas de paja en la corriente de la vida”.