Gentleman Jim de Raoul Walsh con Errol Flynn.

Abro el Diccionario de la Real Academia y busco una palabra: deporte. En un primer sentido, señala que se trata de “actividad física, ejercida como juego o competición, cuya práctica supone entrenamiento y sujeción a normas”. Un segundo sentido: “recreación, pasatiempo, placer, diversión o ejercicio físico, por lo común al aire libre”.

Competición con otros o con uno mismo, si hay entrenamiento es de imaginar que tendremos un entrenador, aunque no siempre es así. A veces, incluso, el entrenador está en el ostracismo, como veremos, aislado, perdido. Cree que ha perdido su oficio, que lo ha olvidado, cree que ya no es capaz de motivar a atleta o deportista alguno.

Me detengo. Sí, conozco el principio de esta historia, de este escrito. No es enumeración y enumeración de películas deportivas, o con trasfondo deportivo. Es una inquisición conmigo mismo. ¿Hay sitio en el cine para el deporte? ¿Combinan? Aparentemente son mundos lejanos, puede parecer que un aficionado al deporte no sea aficionado al cine o que un aficionado al cine no sea aficionado al deporte. A nosotros nos interesará el aficionado a ambos. Incluso, me dice mi amigo y cinéfilo Rubén, “las películas de deporte son incluso mejores que el deporte”.

Vuelvo a detenerme, escogiendo cuidadosamente lo que quiero escribir aquí. Cierro los ojos y recuerdo aquella película, “La vieja música”, la de un entrenador que no sabemos si es un verdadero entrenador o un impostor. En las murallas de Lugo, en el amanecer, una atleta corre. Junto a la muralla, en un piso cercano, vemos una luz. El entrenador o impostor está en soledad, junto a una botella de whiskey. El entrenador impostor está viendo un video de otro entrenador, el mítico maestro del baloncesto español, Antonio Díaz-Miguel. Nuestro impostor, Martín Lobo, escucha los consejos de Díaz-Miguel sobre un entrenador, que debe conocer su oficio, respetar su oficio. A continuación, vemos a Martín Lobo desarrollando su entreno, con sus jugadores, del Breogán de Lugo. Martin Lobo da instrucciones y por un momento se detiene, respira hondo:

“MARTIN LOBO: Importa estar vivo. Pensadlo. Repetidlo cuando ya no podáis más. … … Hay que seguir. Seguir aunque no se vaya a ninguna parte.”

Quedo estupefacto. No sabemos si Lobo está dirigiéndose a sus jugadores o a sí mismo: “Hay que seguir. Seguir aunque no se vaya a ninguna parte”. Esas palabras resuenan, se repiten en mi cabeza.
Hay que sacar fuerzas de donde sea, nos dice este entrenador de baloncesto, incluso cuando el deporte, en el cine, también en la vida real (una vez más están unidos) esté en manos de la soledad, la tristeza, la desolación.

No sé por qué me gusta tanto el baloncesto en el cine. Me gusta para niños (“Space Jam”), me gusta como disparate divertido (“Los blancos no la saben meter”), me gusta más cuando vi la película durante mi juventud, como me sucede con “Hoosiers: más que ídolos”. Puedo recordar esta película, trepidante, con esos pases de unos jugadores a otros, saltando, ilusionados, entregados, con esa ubicación correcta para el lanzamiento, mientras el entrenador, el siempre carismático Gene Hackman pretende arreglar al equipo, convencer al mejor jugador para que vuelva a jugar, intentar sacar a un posible ayudante del alcoholismo (Dennis Hopper).
Películas y películas. Tantas películas.

En “The way back”, con Ben Affleck interpretando al todavía joven entrenador de baloncesto Jack Cunningham, el entrenador está entre la espada y la pared, desanimado por la realidad. ¿Será capaz de animar a sus jugadores? Está por ver si un entrenador hundido es capaz de salir de su agujero y encima convertir a un equipo penoso en un buen conjunto.
Cunningham deambula, deambula, deambula. Su vida es el alcohol. Cunningham Affleck está lleno de agujeros en el alma. No puede llenarlos. El alcohol entra y sale por esos agujeros. Para él nunca hay bastante alcohol. El demonio lo tiene bien adentro. Fue un buen jugador de baloncesto. Ahora está acabado. Surge para él una oportunidad de volver al baloncesto entrenando a un grupo de chavales. El sacerdote responsable de esos chavales, de ese equipo, le dice: “No subestimes el impacto que puedes tener en ellos”.

Cine de atletas y titanes
The way back.

¿Ganará el alcohol o el baloncesto? Cambiaremos los términos pero es siempre esa pregunta.

Cunningham, el entrenador de baloncesto alcoholizado, está interpretado por el Affleck que pasó por ese reto en la realidad: “Tenía un profesor de teatro en la escuela secundaria y jugó ese rol: fue un mentor y casi un padre para mí. Ocupó el lugar que los jóvenes buscan en los adultos que les guían, un punto medio entre un padre y un compañero. Se llama Gerry Speca y un hubo un momento antes de la graduación en que me llamó aparte y dijo que yo podía llegar si lo intentaba, que lograrlo iba a ser muy difícil, pero me estimuló para que siguiera actuando. Esa conversación tuvo el impacto más fuerte de toda mi carrera. En los años que siguieron, mientras me presentaba a audiciones, muchas veces sintiéndome frustrado por los rechazos, pensando que nunca lo iba a lograr, me acordaba de sus palabras. Fui afortunado de tenerle”.

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El buscavidas.
Cine de atletas y titanes
Karate kid.

Nunca me he sentido deportista. De chaval jugué al baloncesto o tuve que participar en algún ejercicio gimnástico o atlético. Fue penoso. Mi experiencia fue desastrosa. No recuerdo a ninguno de mis entrenadores, así que no debían ser muy buenos.

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Rocky

En general, en su inmensa mayoría, no encontré entrenadores ni maestros en mi infancia o adolescencia. Tampoco en la Universidad. Parecía que no les gustaba lo que hacían, o que sólo les interesaba el dinero. Aunque había excepciones, claro. Pocas.

Mientras, seguía descubriendo películas. En el cine están mis maestros. Entre mis películas favoritas, las de las fantasmagorías, que recomiendo absolutamente. Busquemos las fantasmagorías. Busquemos la magia. Tal y como ya escribí, necesitamos la magia.

Una voz. Todo es una voz entre el viento. Una voz misteriosa acecha a Kevin Costner en “Campo de sueños”. Una voz le dice: “Si lo construyes, él vendrá”. ¿Quién vendrá? Una voz le pide que construya un campo de béisbol junto a su casa. Un fantasma, un grupo de fantasmas le piden un campo de béisbol en el que puedan volver a jugar. Quieren volver a la vida, recordar quienes fueron. Costner, poseído por ellos, está dispuesto a todo, a jugarse todo por esa voz.

“El cine es una historias de fantasmas”, escribió Gonzalo Suárez . “Todos somos fantasmas, así que aquí quedará nuestro fantasma”. El cine como memoria de las cosas, escribió Ángel Fernández-Santos. Esos fantasmas son también deportistas, como ese Charlot boxeador o ese Buster Keaton atleta. Me piden que les recuerde en estas líneas, pero no puedo recordar a todos. Hay muchas, infinitas películas que no he visto, otras que sí he visto y sólo puedo aquí citar por falta de espacio.

Como “Gentleman Jim”, la película de Raoul Walsh con Errol Flynn. Jim Corbett es un pillo que quiere trepar a toda costa, que quiere codearse con los de arriba. A través del boxeo puede encontrar sus sueños. No le hace falta entrenador. Su entrenador es su pillería, para buscar ser campeón del mundo o para seducir a Alexis Smith.

Pero me desvío del camino que me entusiasma, el de las fantasmagorías. Ahí está una de mis películas favoritas, de deportes o de no deportes. Quizá la mejor película de Robert Redford. Y ahora nos vamos al terreno del golf, al terreno del golfista (Matt Damon) que vuelve destruido de la guerra. Otro que está acabado, otro que necesitaría un entrenador, pero ese entrenador no existe. Aquí aparece algo que no sabemos si es realidad o si es fantasía. En la noche estrellada, aparece un caddie (Will Smith) misterioso, humilde. Ese ayudante del deportista, ese maestro, no sabemos si es una imaginación en la mente de Damon.

Y que difícil es convertir el golf realidad en golf fantasía. Pero Damon sabrá que es posible encontrar ese golf fantasía, esa epifanía, convirtiéndose en entrenador de sí mismo.

¿Y Eric el cartero? En “Buscando a Eric”, dos Eric: el cartero y el futbolista (Eric Cantoná). El cartero, sin autoestima, se agarra a su pasión, el fútbol, como a un clavo ardiendo. ¿Ha sido su imaginación? ¿Es de nuevo un fantasma, o una alucinación? A veces soy mi propio maestro, creo una alucinación. Para el cineasta, Ken Loach: “Todos buscamos a un héroe para seguirle, y en ese momento es cuando Eric encuentra a Eric. Al acabar la película no sabemos si ha ocurrido en realidad o ha sido una pura visión”.

Me quedo con películas que me gustan y conmueven. Pregunto a viejos amigos por títulos, no sólo por descubrirlos o refrescar la memoria, sino como excusa para contactar con ellos. Todos somos entrenadores, maestros, o jugadores. Yo soy mal partícipe en el juego, así que me veo más en el papel de mal jugador, e intento buscar maestros.

La conmoción, la emoción, la soledad del protagonista como aquel Martín Lobo de “La vieja música”. La conmoción en “El luchador” (The wrestler), de Darren Aronofsky, con Mickey Rourke. No hay entrenador cerca. No hay nada. No hay esperanza y el cuerpo del luchador, enfermo, ya no da más de sí. Hay que esperar al sueño (la maravillosa Marisa Tomei) y ver si queda un resquicio.

Con la emoción de “The wrestler”, la emoción en crudo, en “Rocky”, la mítica película de 1976. Rocky (Sylvester Stallone) combate por apenas unos pocos dólares, trabaja para un mafioso local y su entrenador le ha dado por perdido. Aquí no hay una Marisa Tomei, aquí está Adrian (Talia Shire), frágil, que se encontrará con Rocky para llenar sus respectivos vacíos, para salvarlo y unirse a él en una jugada del azar, que le permitirá luchar en el combate de su vida.

Es el azar, el aliado o cruel y despiadado enemigo del deportista. Fortuna o jugada desgraciada, no sabemos a que lado de la red caerá la pequeña pelota del tenis, como en “Match point”: “Hay momentos en los que la pelota golpea el borde de la red, y durante una fracción de segundo puede seguir hacia delante y ganas. O no lo hace, y pierdes”.

En “Titanes”, con el gigante Denzel Washington, el deporte es el fútbol americano. 1971. Intolerancia racial. El entrenador Herman Boone (Washington) llega con todo en contra, con un equipo aparentemente imposible de conjuntar. Denzel pone su sistema: “Esto no es una democracia. Es una dictadura. Y yo soy la ley”.

Más películas se agolpan. Piden paso. Piden encestar o piden saltar. Piden entrenadores tiranos ante la adversidad, como Richard Williams para sus hijas Serena y Virus en “King Richard”. O piden entrenadores sonrientes con su trápala, como Paul Newman en el divertido disparate de “El castañazo”.

A veces el reto puede ser tan grande como para jugársela con la muerte, como en “Everest”, sobre alpinistas alucinados, sobrenaturales. Alpinistas a los que ha invadido el poder del capitalismo, del dinero que ya sabemos sólo genera putrefacción. Lo invade todo, como en “Jerry McGuire”, el elemento que corroe al deporte, que convierte al ser humano en un monstruo codicioso y egoísta.
Porque no todo iba a ser deporte, claro, porque el dinero tenía que inmiscuirse como en todo y dejar de lado los altos ideales.

Tantas películas: “Carros de fuego”, “Yo, Tonya”, “Rush”, “Le Mans 66”, “Karate Kid”, “Invictus”, “McFarland, USA”, “El buscavidas”, “The boxer”, “42 segundos”, “Evasión o victoria”, ”Campeones”… etc…. etc..

De “Fat city” y el boxeo, John Huston: “Personas que son perdedores antes de empezar, pero que nunca dejan de soñar”.
No dejemos de soñar, lectores, atletas. Y como me dijo un buen amigo: “Relaja y sueña mientras dura la ruta”.