
Estamos de nuevo en el cine. Bogart siempre vuelve. Se cumplen ochenta años del estreno de “Casablanca”: la película llega a los cines estadounidenses en noviembre de 1942. A propósito de ese mito al que hace referencia Ángel Fernández Santos, nos detenemos en ese concepto de mito, en cuanto que narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizado por personajes de carácter divino o heroico.
No todo está escrito sobre Humphrey Bogart y sobre “Casablanca”. De hecho quizá nada esté escrito. No está escrito hasta que lo leemos o lo escribimos. Al leer o escribir por primera vez sobre Bogey y sobre “Casablanca”, la película revive. Tenemos, dice Víctor Erice, que “… esforzarnos por mantener el recuerdo y la esperanza de lo que en el cine ha existido, y quizá existe aún, como posibilidad de conocimiento primordial”.
Los restos de Humphrey Bogart descansan en el “Jardín del Recuerdo”, en Glendale, California. Si descansan en el Recuerdo, descansan también en nosotros.
¿Qué recuerdo de Humphrey Bogart? ¿Cuándo surgen esos recuerdos?
Surgen de una televisión que ya no existe, de una televisión de sólo dos canales, una televisión en blanco y negro, una infancia y adolescencia en la que podíamos maravillarnos ante el Tarzán de Johnny Weissmuller, o ante los locos Hermanos Marx, o la Diligencia de John Ford. Todo eso desapareció, aquella Televisión Española. Ahora el tiempo vuela, el cine vuela, se ha convertido en algo rapidísimo, atractivo, fugaz.
Supongo que allí debí ver “Casablanca”, por primera vez, u otras películas de Bogart como “El último refugio” o “El halcón maltés”. Seguramente no las entendí bien, pero posiblemente me fijé en aquella presencia, en el que ahora llamo tótem Bogart.
¿Quién era aquel actor? Luego, con la lectura y la investigación sobre aquel tipo, me di cuenta, me sigo dando cuenta tantos años después, que con la vida real de Bogey, con sus biografías, no se sabe lo que es real y lo que es leyenda.
Bogart había nacido con el siglo, destinado quizá, por el camino lógico, a ser un médico, como la familia esperaba (su padre era médico, Belmont De Forest Bogart) pero pronto se decidió por la interpretación, trabajando en todo tipo de papeles entre 1922 y 1935. No tiene repercusión y las cosas son difíciles hasta su intervención en “El bosque petrificado”, en 1934.
Pero lo que aquí nos interesa, lo que nos interesa de Bogart y “Casablanca” es la amistad. Este escrito trata de la amistad de los cinéfilos. “Entre cinéfilos hay que ayudarse”, me dijo el director de fotografía Porfirio Enríquez.

En el caso de Bogart, nos interesa la amistad de las gentes del cine ya en 1930, año en el que trabaja, por única vez, con John Ford, en “Río arriba”. Allí comparte cartel con Spencer Tracy, con el que trabará amistad hasta la muerte de Bogart en 1957.
Antes de 1930 Bogart ya se ha casado dos veces y ninguna de sus relaciones han salido bien. Para entonces, la que sería el amor de su vida, Lauren Bacall, era una niña de apenas ocho años. Habrían de pasar muchos años para que apareciera en su vida.
En 1934 se produce el momento decisivo. Bogart trabaja en la representación teatral de “El bosque petrificado”, donde interpreta el papel del violento Duke Mantee, una obra en la que trabaja con el que será un buen amigo suyo, Leslie Howard. La versión para el cine se estrena en 1935. Howard se empeña en que el papel que Bogey hizo en teatro lo haga en cine. A pesar del trabajo de Humphrey Bogart en numerosas representaciones, el estudio elige a Edward G. Robinson. Al avisar Bogey a Leslie Howard, éste envía un telegrama a la atención del productor Jack Warner: “Insisto Bogart interprete a Mantee. No Bogart no hay trato”.
Es pues trascendente el papel de su amigo, de un actor que ayuda a otro actor. Sin Howard, quién sabe si Bogart hubiera encauzado su carrera. En los años siguientes trabaja incansablemente, incluso en dos películas al mismo tiempo. Hace películas que otros no quieren y se casa en 1938 (tercer matrimonio, desastroso).
Seguirá haciendo películas que otros no quieren hasta 1941, en el que Paul Muni, George Raft, Cagney y Robinson rechazan “El último refugio”, de Raoul Walsh, en la que ninguno de estos actores están dispuestos a admitir el final de la película.
El guión de John Huston es una pequeña joya y Bogart hace un trabajo extraordinario. Recomiendo esa película a cualquier cinéfilo. Ese mismo año 41 trabaja con Huston en “El halcón maltés”. De nuevo una amistad que durará toda la vida, con el gran cineasta.
Me detengo. Busco “Casablanca”, su película del año 42, la película que ahora cumple ochenta años desde su estreno.
Estoy viendo la película. Es una proyección para un cineclub pequeño que hemos armado desde que perdí mi propio cine, aquel en el que trabajaba. En la proyección hay un buen número de estudiantes de bachiller. La mayoría de ellos, al preguntarles, señalan que no han visto nunca la película. Otras personas del público tampoco la han visto. Al final de la proyección recogemos los votos en una urna y el resultado es de una media de más de ocho puntos sobre diez. Los estudiantes han terminado atrapados por la magia de “Casablanca”.
Todavía ese cine significa algo. Yo mismo, habiéndola visto, también la había llevado al olvido. El cine se olvida un instante después de haberlo visto. El aniversario es una buena ocasión para verla de nuevo, para volver a fijarnos en el tótem Bogart, en Ingrid Bergman, en Paul Henreid, Claude Rains o Peter Lorre. Todos ellos nos están hablando, felices de estar allí, vivos.
Escribir es un acto solitario. Hay viejos cinéfilos que ya desaparecieron, amigos que echo de menos. La ocasión es perfecta. Reúno a viejos amigos a los que hace tiempo que no veo, o que están lejos. Quiero que compartan lo que piensan de “Casablanca”. Rubén Sánchez, desde Londres: “Fue algo inesperado y te abre los ojos a la realidad de la vida, a la cantidad de situaciones que no acaban como esperas”. Miguel Vivas Plá señala como sorprendente cómo permanece en el recuerdo, destacando el valor ético de la película. Jorge Andrés, especialista, desde la Casa del Cine, nos dice: “”Casablanca” es una película imprescindible en casa de un cinéfilo; tanto es así que la primera vez se nubla con la segunda y tercera, a una edad en la que no logras entender lo que tus padres están viendo”.
El estudioso Carlos Gracia se detiene, en este embrujo que estamos haciendo alrededor de “Casablanca”: “La primera vez fue en Televisión Española; la grabé en beta, decoré la caja con imagen del cartel clásico y la revisité con aquel doblaje en el que destacaba Rafael de Penagos. Ha habido otras veces, la he disfrutado entendiéndola como adulto, pero aquella vez fue mágica, porque como pasó con otros clásicos, era la primera, la del descubrimiento. Como el primer cigarro, la primera copa o el primer beso en labios ajenos”.
Hay mucha gente en el café de Rick, pero Rick Blaine está solo, decididamente. Ha tomado esa decisión: su decisión. Pero no le valdrá de nada. Todos quieren sacarle de su aislamiento por distintas razones. No es posible ser neutral en la vida. Los refugiados del cine podían estar cerca de los refugiados de la vida real. De hecho, muchos de los actores que interpretaban a los nazis eran judíos alemanes que habían escapado de la Alemania nazi.
También el espectador toma partido y desea sacar a Bogart de su aislamiento. Bogey parece decirnos: “¿Por qué no me dejáis en paz? Sólo quiero estar tranquilo, que la vida no pase cerca de mí”. Y mientras tanto, vemos cómo Blaine se mueve entre las mesas, en la mesa de juego en la que sí se juega.
Y entonces, en esa ciudad, en ese café en el que todos esperan, esperan y esperan me detengo en una frase de Rick Blaine: “De todos los bares de todas las ciudades del mundo ella ha tenido que entrar en el mío”.
Sí, Bogey, ha tenido que entrar en el tuyo y no hay manera de que te dejen tranquilo. Y aquí, en nuestro relato, se aparece un libro. Es un libro que estaba en la Casa del Cine, la tienda de Jorge. “Humphrey Bogart” es ese libro, escrito por el crítico Manolo Marinero, publicado por Ediciones JC, en 1980.
Este libro es un tesorito. No sólo incluye una biografía de Bogart, sino que nos permite conocer lo que se mueve a su alrededor, incluye el mundo real y el mundo imaginario de Bogart. Me detengo, en una primera cita, en lo que significa Bogart para Marinero: “Bogart es la proposición de una respuesta, de una réplica. Bogart es la resistencia”.
Por un momento me invade mientras escribo esto la tristeza. Hay amigos que no acuden a mi llamamiento, otros desaparecieron. Recuerdo ese pase de “Casablanca” con los estudiantes de bachiller. Luis Yrache se asoma a la sala y se va. Otros no hay podido acudir, como Jaime Migueiz. Oscar Cúbel, proyeccionista, sí está ahí y me manda su primer recuerdo. Los recuerdos de cine, mis favoritos: “Recuerdo ver “Casablanca” con cierta madurez estando en la Universidad; siempre me ha recordado mi época de estudiante, a los primeros amores… También está presente la lucha por los ideales, la dignidad, las pasiones altas y bajas… Y su música, su canción As time goes by, es nostalgia, es contemplar el paso del tiempo, es recordar”.
Entonces, ante el recuerdo de los amigos cinéfilos que no están, surge la película, presencia permanente, y el aviso de los amigos que existen, de que están ahí. “La amistad existe”, me dijo mi amigo Gregorio.
Se me está acabando el espacio para seguir escribiendo y Bogart pide atención, que no sólo “Casablanca” le convirtió en estrella. Su amigo John Huston dijo de él: “Contempló la facha algo llamativa del Bogart estrella con divertido cinismo, pero por el actor sentía un profundo respeto (…)”
Bogart pide atención en los primeros años cuarenta, e inesperadamente, después de tres matrimonios desastrosos, con tres actrices, aparece una cuarta actriz, Lauren Bacall, con la que se casa y que se convierte en la mujer que él esperaba.
Con Bacall inicia su viaje al cine negro. Son cuatro películas: “Tener y no tener”, “El sueño eterno”, “La senda tenebrosa” y “Cayo Largo”. Trabaja en “Cayo Largo” con su amigo John Huston y de nuevo en el año 48 en “El tesoro de Sierra Madre”, película de la que Bogart se siente especialmente orgulloso y que no funciona en taquilla.
Bogart, de repente ha envejecido y en “En un lugar solitario” consigue uno de sus mejores trabajos, si no el mejor. La película de Nicholas Ray dibuja el retrato de un guionista con ataques de violencia. Bogart lo representa de manera magistral.
Esas películas, esos blancos y negros los divisamos con nuestro telescopio imaginario, ese que apuntamos a tantas y tantas estrellas del cine, actores y actrices que tuvieron quizá un brillo fugaz, otros y otras más duradero. Bogart, nos damos cuenta, va declinando, con la enfermedad ahí agazapada. Pero el actor, que ama su oficio, sigue trabajando sin descanso. De nuevo trabaja con su viejo amigo John Huston, la persona más decisiva en su oficio, en “La Reina de África”, que le da a Bogart su Oscar al mejor actor.
Marinero nos da las líneas finales para nuestro Bogart: “Y sus caras torvas, sus gestos insolentes, sus bravatas, sus miradas interrogantes, sus agrias risas insatisfechas, sus caladas de cigarrillo, sus expresiones de medir el valor de la chica o del enemigo, sus ajustes de camisa y pantalón por flaco, su carrera, su autenticidad, su trabajo, nos pertenecen, porque en esta vida más de la mitad de las cosas son para quienes las tienen, pero lo otro es para los que sabemos apreciarlas”.