
Tez clara, pelo negro y ojos verdes, así era el aspecto físico de la infanta Leonor de Castilla, hija de Alfonso X el Sabio, quien en el momento de su muerte, en 1275, se calcula que tenía en torno a los 19 años y no padecía patologías previas. Estas son algunas de las conclusiones de los estudios antropológicos y de ADN (mitocondrial y nuclear) desarrollados de los restos óseos de una de las infantas, cuarta hija de los reyes Alfonso X de Castilla y Violante de Aragón, que acaba de ser publicado en la revista ‘Genealogy’ y que han sido llevados a cabo por el Departamento de Anatomía y Radiología de la Facultad de Medicina de la UVa y la Universidad Autónoma de Madrid.
No se sabe de qué murió, pero por la rapidez en la que se produjo, según explica Juan Francisco Pastor Vázquez, profesor del Departamento de Anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid y responsable del estudio antropológico de los restos de la infanta, “pudo ser una enfermedad aguda, como una disentería o una bronconeumonía, ya que esas patologías no dejan marca en los huesos”.
El estudio fue una petición de la Junta de Castilla y León a la Universidad de Valladolid, para que desarrollase inicialmente un estudio antropológico de los restos óseos que se encontraban en el sarcófago en el Monasterio de Santo Domingo de Caleruega (Burgos) que iba a ser restaurado. “Estos restos se hallan en una comunidad de monjas de clausura y querían devolverlos a su estado original, ya que en el año 1933 el sarcófago fue abierto y cuando fueron enterrados de nuevo, los doblaron y metieron en una caja más pequeña. Las monjas estaban agraviadas por este hecho”, explica Pastor, quien asegura que cuando llegaron a hacer el estudio y sacar los restos muchas de ellas lloraban indignadas por el trato que se les había dado. “Ellas querían que estos restos se colocaran de forma extendida en un sarcófago mayor, es decir, de una forma más digna”.
En un principio, y antes de su apertura, los investigadores de la UVa pudieron traer el sarcófago cerrado a las dependencias de la Facultad de Medicina e hicieron un TAC, para luego ser trasladado al hospital, en donde se le hizo un estudio de tomografía computerizada para posteriormente hacer las reconstrucciones tridimensionales. El sarcófago regresó cerrado a Caleruega.
Tras su vuelta al monasterio, llegó la hora de su apertura, un momento especial, en donde se congregaron los antropólogos, el genetista, una persona encargada de restauración de vestimenta antigua, el cura del monasterio así como las monjas y la abadesa y los promotores del estudio, entre otros.
El informe técnico que se hizo en ese momento verificó la edad a la que se sabía que había muerto, que se correspondía con 18 o 19 años. “A nosotros nos salía una edad cronológica algo menor, pero eso es completamente normal porque el desarrollo de cada uno es diferente, ya que podía tener un pequeño retraso del crecimiento, pero se correspondía a una chica joven”.