
Custodio del legado de muchos de los grandes maestros de la literatura española a través de su labor al frente de la Fundación Jorge Guillén, Antonio Piedra (El Soto, Salamanca, 1948) ha dedicado su vida a las letras. Primero desde la docencia en su querido Villalón y posteriormente en la Universidad de Valladolid, pero también como poeta, ensayista e infatigable editor, galardonado en dos ocasiones con el Premio Nacional de Edición, en 1995 y 1998. A su larga nómina de galardones se suma ahora el Premio Castilla y León de las Ciencias Sociales y Humanidades. En su fallo, el jurado reconocía por unanimidad “su labor en la salvaguarda de archivos literarios e históricos que constituyen patrimonio cultural de la Comunidad de Castilla y León”.
— ¿Qué camino lleva a un niño de la posguerra desde un remoto rincón salmantino llamado El Soto hasta este reconocimiento?
— Ha sido un recorrido muy gratificante. El Soto no existe, es un paraje en el cual mis padres tenían una finquita y ahí nací yo. Ese paraje no existe. Para mí esa no existencia me da, digamos, un carácter universal: pertenezco a Salamanca, a Ávila, a Valladolid, a Villalón, donde fui profesor desde muy joven en un instituto rural… Así es. Echando la vista atrás solamente tengo una palabra: gracias, y nada más.
— ¿Cómo surgió su pasión por las letras?
— Desde muy joven tuve relación directa con Jorge Guillén. Él para mí no solo ha sido el maestro, sino la persona que con su gran humanidad y su gran paciencia me fue mostrando esa vertiente dinámica que tiene la literatura y sobre todo la poesía, ese contacto con una realidad que muchas veces está bien oculta, pero que revela muchas realidades: las del hombre y su comprensión.
Desde 1969 he vivido cómo con cada reforma del sistema han ido recortando la enseñanza por la alteza, y nos están dejando no digo en el subsuelo, pero casi a ras de tierra
— ¿Cómo vive un docente ya jubilado, galardonado con el Premio Castilla y León de las Ciencias Sociales y Humanidades, la crisis que arrastran las Humanidades en el sistema educativo español?
— Para mí es muy triste. Desde 1969, en la prehistoria prácticamente, he vivido cómo con cada reforma del sistema han ido recortando la enseñanza por la alteza, y nos están dejando no digo en el subsuelo, pero casi a ras de tierra. Se necesita una colaboración universal de todos los partidos, de todas las ideologías, para defender la excelencia de la enseñanza. Sin querer señalar, echo de menos esa excelencia. Es la pescadilla que se muerde la cola. Lo que aprendimos de griegos y de romanos, quienes nos hemos dedicado a la enseñanza vocacionalmente, lo llevamos dentro.
— ¿Le acompaña en ese sentido un sentimiento de orfandad, al contemplar que se está perdiendo algo que no debería perderse?
— Efectivamente. Como en las Catilinarias, de Cicerón, digo: ¿Hasta cuándo? Qué sé yo, hasta que se caigan muchos del caballo.
— ¿Somos conscientes en Castilla y León del valiosísimo legado que tenemos?
— Castilla y León en ese sentido es casi un paraíso. Aquí que se valora mucho lo que es un legado, tanto escrito como natural o paisajístico. No sucede lo mismo que en el resto, aparte de que aquí la enseñanza también tiene una calidad que no se alcanza en otras comunidades. Yo ya no doy clases en la Universidad ni nada porque estoy jubilado a efectos laborales, pero eso se palpa si te has dedicado a la enseñanza y has recorrido todas sus etapas.
Me gusta la palabra cronista porque la función del cronista es ser altavoz de, y en cierta manera sí se me puede considerar un altavoz de cantidad de autores de la literatura
— En su fallo, el jurado del Premio Castilla y León aplaude su rol como “cronista único de nuestra historia reciente” a través del legado de “algunos de los más importantes personajes de la literatura y la cultura hispánica”. ¿Se ve reflejado en esa definición?
— Eso es tremendo (sonríe). ¿Quién habrá metido eso ahí? Un archivo es algo muy amplio. A través de él no solo llegas a ver cómo piensa íntimamente el escritor, avalado por cantidad de documentos, sino que llegas a conocer la intrahistoria de ese escritor. Me gusta la palabra cronista porque la función del cronista es ser altavoz de, y en cierta manera sí se me puede considerar un altavoz de cantidad de autores de la literatura, aunque en la Fundación no solo tenemos archivos de literatura, sino también de historia y de música. Yo soy cronista en ese sentido, sí.
— Pasa a engrosar una larga lista de premiados donde se encuentran Joaquín Díaz, Antonio Tovar, la editorial Ámbito, Luis Díaz Viana, Araceli Mangas… Todos silenciosos trabajadores por preservar el legado de esta tierra.
— Sí. Efectivamente. Está muy bien vista esa lista bajo esta perspectiva. Así es la realidad del documento, la realidad es esa creación, histórica, musical, poética… Eso no lo haces tú, tú recuperas eso, lo pones a disposición del público, conservas esa verdad… En el manuscrito no solo está el hecho objetivo de lo que escribe, está también la pulsación de quien lo escribe, y esa pulsación es muy importante en todos los sentidos.
— Hablando de cosas importantes, ¿cuál es y cuál debe ser el papel de la poesía en el mundo contemporáneo?
— En una columna reciente hablaba justo de ello. Suscribo aquello que decía el gran poeta Gabriel Celaya: la poesía, en nuestra situación actual, es realmente un arma cargada de futuro.
En el manuscrito no solo está el hecho objetivo de lo que escribe, está también la pulsación de quien lo escribe, y esa pulsación es muy importante en todos los sentidos
— En la Fundación acaban de lanzar los dos primeros tomos de las obras completas de José Jiménez Lozano, un proyecto faraónico.
— Acaban de salir a la luz los dos primeros tomos, que abarcan sus diarios, y ahora vamos con los tres siguientes, que son sus ensayos. En total serán trece tomos de mil y pico páginas cada uno. En su caso, hablamos de una conciencia del periodismo en la que realmente nos deberíamos fijar mucho quienes escribimos en los periódicos. Una cosa es la noticia, que hay que darla, proceda de donde proceda, y otra cosa es el editorial o el comentario cultural, que tiene que ser necesariamente libre. Ese proyecto nos llevará meses y meses corrigiendo, intentando desentrañar la complejidad de una obra tan emblemática como la de Pepe Jiménez Lozano, y sobre todo la conciencia que tiene realmente ante las cosas y ante la vida. Es muy duro a veces, pero si no trabajamos por eso, ¿por qué vamos a trabajar?
— ¿Cuál es el mayor sueño que le queda por cumplir en la Fundación?
— Algo numérico (sonríe). Actualmente hay en la Fundación unos 35 archivos muy importantes: Jorge Guillén, Rosa Chacel, Claudio Rodríguez… Cantidad de autores. Mi meta física sería llegar a reunir 50 archivos. Tenemos miles y miles de documentos, en medios como cartas, que encierran media o casi la totalidad de la literatura española desde el 27, pero mi reto físico es ese, llegar a los 50 archivos. Si llego a conseguirlo me doy con un canto en los dientes, y si no yo creo que hay un plantel de gente muy trabajadora y enamorada de su oficio que continuaría la labor. En ese sentido estoy muy tranquilo.