
El Ayuntamiento de Castrillo de la Vega (Burgos) velará por la conservación de su barrio de bodegas subterráneas, que se extiende por casi tres hectáreas de superficie dentro de su casco urbano, y como primer paso ha promovido un estudio que le ha permitido inventariar el número total de galerías con que se cuenta y su estado de conservación.
En total, según refleja el informe elaborado por el arquitecto ribereño Alfredo Sanz, se han catalogado un total de 166 bodegas, la mayoría en la ladera norte del cerro de San Roque, y 37 lagares de viga, cuya construcción hunde sus raíces en el siglo XVI, en el XVIII alcanzaron su mayor prosperidad y estuvieron en funcionamiento hasta que en los años 60 del siglo XX la producción del vino empezó a realizarse de forma industrial, aunque a día de hoy aún en media docena de ellas se sigue elaborando para uso personal.
El estudio, ha explicado Sanz, recoge una ficha pormenorizada de cada una de estas construcciones, en la que se contempla su estado o las intervenciones que sería necesario llevar a cabo en ellas. De esta manera, se ha constatado que el 85% de las galerías subterráneas existentes se encuentra en buenas condiciones, el 50% conserva las puertas tradicionales, 90 mantienen el poyo que tradicionalmente se situaba en la entrada y, si se suman todos los escalones que permiten acceder a ellas, se alcanzarían los 4.000 y permitirían cubrir una altitud de un kilómetro.
De media, las bodegas de Castrillo tienen 17 metros de longitud y una superficie aproximada de 53 metros cuadrados. Sus galerías suponen en total casi 3.000 metros, de los que 2.589 son accesibles en la actualidad, y se sitúan en cuatro niveles, de los que tres llegan a estar superpuestos.
Peores datos arroja la situación de los lagares, ya que de los 37 contabilizados, 16 han desaparecido, el 25% conservan parte o mayoría de sus elementos aunque solo dos conservan la viga. Como dato curioso, en la fachada de uno de estos lagares se conserva una de las inscripciones más antiguas de toda la Ribera del Duero, de 1691, detallando quiénes son los responsables de su construcción.
“Lo que más sorprende de este barrio de bodegas, de partida, es su imagen exterior. Porque se han conservado muchas portadas tradicionales tal cual eran, con sus puertas y sus poyos tradicionales. Se ha transformado un poco pero el elemento distintivo fundamental es la impronta que podemos ver. Luego ya es muy distintivo la maraña de bodegas que hay, muchísimas y muy pequeñas”, ha resumido el arquitecto que ha trabajado durante un año en la elaboración del estudio.