David Llorente, un palista mundial

El piragüista, de 18 años, logra el primer puesto en la clasificación nacional para el mundial sub-23 de brasil, pero deberá costearse más de la mitad de un viaje que asciende a los 2.000 euros.

David Llorente ya no es el adolescente que se lanzó a su primer descenso en piragua allá por 2009. Su potencial transita con prudencia el delicado camino que transforma el futuro en presente. Su gran zancada hasta la fecha la dio el pasado fin de semana al lograr el primer puesto de la selección nacional sub-23 para el Mundial de Brasil y el Campeonato de Europa de Polonia en K-1, un mérito elevado a hazaña por tratarse del primer año que milita en la categoría. “Estoy muy contento. Había trabajado para ello, y clasificarme para el Mundial sub-23 entraba dentro de mis objetivos, pero no pensaba hacerlo en primera posición. Es una motivación para que todo el esfuerzo dé sus frutos, y bastante buenos”, explica el palista, de 18 años, que busca unos 1.100 euros para costearse su participación en Sudamérica a finales de abril.

Llorente hizo las maletas hace tres años rumbo a la Seu d’Urgell para entrenar con la élite de las Aguas Bravas. “Con 15 años dejé mi casa, mi familia y mis amigos para una aventura nueva. Es verdad que fue un sacrificio personal muy duro, pero era mi sueño y ha merecido la pena”, explica el palista, que vive en una habitación alquilada. Aunque su progresión limita cada vez más sus visitas al entorno de la infancia, el esfuerzo de sus padres supone un apoyo imprescindible: “Cuando estaba estudiando Bachillerato iba más a menudo, ahora me desplazo cuando puedo. Mis padres intentar ir a todas mis competiciones, así que mantengo el contacto”.

Desde aquella primera zambullida hace seis años, Llorente sintió adicción por la piragua. “Las sensaciones eran únicas. Siempre sientes una especie de adrenalina, de riesgo… Es como cuando vas a una montaña rusa, pero todavía mejor, flotando por el agua”. A esa vertiginosidad se añade el atractivo de lo desconocido: “No hay monotonía, siempre aprendes algo nuevo. Cada río tiene un movimiento de aguas totalmente distinto a los otros, y cambia con cada circuito”, analiza este estudiante de INEF.

La constancia en el entrenamiento y la experiencia que da el rodaje son especialmente importantes en un deporte imposible de recrear. El palista segoviano calcula su entrenamiento en unas 25 horas semanales, una rutina que compagina con sus estudios a distancia. Aunque los grandes de la disciplina se ejercitan con el equipo absoluto, cada minuto con ellos tiene un valor formativo incalculable: “Compartimos lugar de entrenamiento y se te acaba contagiando algo. Si algún día Samu [Samuel Herranz, bronce europeo en 2014] entrena solo, vas con él y te resuelve cualquier duda con la piragua o la pala, te enseña a hacer un remolque… Está entre los mejores del mundo y te motiva acercarte a su nivel, empezar a hacer algunas cosas como las hace él”.

En un deporte en el que incluso los medallistas olímpicos sufren estrecheces en su preparación, Llorente tiene otro desafío en tierra firme. Está previsto que la Federación Española de Piragüismo corra con todos los gastos del Europeo sub-23, del 26 al 30 de agosto, pero el coste del Mundial de Brasil, del 22 al 26 de abril, recae mayoritariamente en los palistas. El coste del viaje y del tiempo de acondicionamiento, unos 20 días, eleva la factura a los 2.000 euros y la Federación tan solo da 800 a los deportistas. “Igual trato de adelantar ese dinero y compensarlo con una beca que sale en septiembre. Tengo que buscar a alguna institución que me ayude o si no empezaré a trabajar por aquí bajando rafting”.

Llorente, patrocinado por la universidad en la que cursa sus estudios, recibió el año pasado unos 2.500 euros como becado por la Diputación de Segovia y el Ayuntamiento de Palazuelos, un dinero ya gastado en una piragua nueva (1.500 euros), viajes y otros materiales. “Ahora me tengo que comprar dos palas y ya se me va a 700 euros. La conclusión es que no hago este deporte por dinero”.

Su madurez brilla en la rutina. Se limita a ejecutar cada palada y memoriza el las trayectorias. “Antes de bajar visualizo el recorrido y decido con mis entrenadores cómo voy a hacer cada puerta y pasar por cada rulo. Todo eso me lo aprendo. Solo queda cerrar los ojos y hacer cuatro respiraciones hondas”. Después, un nuevo descenso hacia lo desconocido.