The road, de John Hillcoat

No es fácil recomendar a nadie la visión de «The road», porque es una película verdaderamente terrible. Terrible, pero quizás también necesaria. John Hillcoat ha puesto en imágenes una auténtica pesadilla, que se cierne sobre los seres humanos provocada por la estulticia de ese mismo género humano.

Detrás está la escritura de Cormac McCarthy, de quien, no hace mucho, los hermanos Coen adaptaron «No es país para viejos», esa crónica violenta de un asesino en serie al que puso cuerpo Javier Bardem. McCarthy parece tener claro que el hombre es un lobo para el hombre, un depredador, una animal feroz capaz de usar su fuerza para imponerse, para dominar. También para emplearla, hasta límites inimaginables, cuando su supervivencia está en juego.

Sí, el hombre ha desarrollado una inteligencia y un ingenio que, aplicados al arte de la guerra, han dado como resultado un arsenal de potentes artefactos que, si se usan para lo único que han sido creados, significarán el fin de la humanidad. Y bienaventurados los que perezcan en un principio, porque lo que les espera a los supervivientes es, precisamente, la pesadilla ilustrada ahora por Hillcoat y, antes, por Michael Haneke en «El tiempo del lobo».

Estamos, pues, ante una visión postapocalíptica de paisajes desolados, de frío y tinieblas cerniéndose sobre esos espacios que ahora ocupa la actividad humana. Es el tiempo de la devastación y los últimos representantes de la raza humana sólo tienen cabida en su alma para el rencor y la desconfianza. De ahí la importancia del papel que juega el niño en esta película. Algo de amor persiste. Él es quien todavía guarda en su interior el fuego, apenas un atisbo de esperanza. También un revólver con una sola bala y el consejo de apartarse de la carretera, porque por allí merodean y acechan hordas de caníbales.

«The road» no es, indudablemente, una película para todos los públicos. No ha sido recibida igual de bien en todos los sitios y es lógico, porque resulta incómoda, áspera, muy dura, sin concesiones. Sentado en la butaca, notas cómo te inunda la tristeza, el desasosiego, cómo llega el abatimiento, la angustia, la opresión. Es mérito, claro, del buen hacer del director, John Hillcoat, y de su equipo, empezando por un diseñador de producción excelente. Se han elegido lugares idóneos y la ambientación es estupenda para sus fines.

Sin embargo, es curioso, «The road» no ha sido tenida en cuenta en estos tiempos de premios y, así, Chris Kennedy no está nominado para los Oscar, ni Javier Aguirresarobe, que logra una fotografía magnífica, impresionante, en tonos grisáceos, con un brillante uso de la luz; ni Viggo Mortensen, a quien se le nota en el rostro el gran esfuerzo al que se ha sometido para interpretar al protagonista y que consigue una actuación digna de elogio y de esos premios que le niegan.

Tampoco se han tenido en cuenta las dificultades con que se iba a tropezar Kodi Smit-McPhee, encarnando al niño, ni Joe Penhall adaptando con el máximo de fidelidad el texto de Cormac McCarthy. Y es que quizás lo más fácil sea cerrar los ojos, esconder la cabeza, no querer ver el gran trabajo técnico y artístico de esta película, ni tampoco lo que es más importante: su dimensión moral.