El miércoles vi el partido del Madrid en el Bar Entremientras de Villablino, León. Dormía allí por trabajo. Dejé las cosas en el hotel y me asomé a los locales que tuvieran una pantalla grande donde ver la semifinal. Me senté en una esquina y mientras empezaba, curioseé los datos electorales del pueblo: mayoría absoluta del PSOE y 44% de socialismo en las Generales.
Desde que la generosa familia Martín Agejas me invitaba a subirme al autobús de la Peña Segoviana del Real Madrid, me enganché a esa experiencia en la que casi “dos Segovias” se metían en el Bernabéu para asistir a su liturgia. Así me hice del Madrid. La casualidad decide lo que eres y no caben matices. Uno puede cambiar de pareja o de partido, pero ni Toni Cantó sería capaz de cambiar esa patria infantil. En esos ratos de trance colectivo se encuentra la identidad plena, con su sentimiento de pueblo elegido y sus ritos iniciáticos.
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Iba a pedir la carta, pero el camarero se anticipó: ¿tercio o botellín? La identidad es la libertad de no tener que elegir. El de la mesa de al lado cantaba con voz hueca la letra de Jabois: Los días que tú juegas es todo lo que soy. Hala Madrid y nada más. Y nada más. Esa “prereligión” está hecha del mismo material que la “prepolítica”. En la primera guerrilla con Modric, que tiene el horror de la guerra de su infancia grabado en su cara, los chavales de atrás ya estaban insultando a Guardiola, llamándole filósofo y separatista. Toda identidad necesita un enemigo para facilitar la integración. Señalar por una ventana es más rápido que acercarte a un espejo. ¿Jamón o cecina? ¿Perdón? El bocadillo. Cuando le pregunté si tenía pan integral me respondió con un largo silencio de dos segundos. La filosofía es el separatismo de la identidad.
Me cuesta aguantar las emociones tanto tiempo, así que me paseé por las noticias y vi que Ayuso celebraba su año de victoria en Fuenlabrada, un municipio con 55% de votos a Sánchez y 10 para Casado. Fue a decirles que del socialismo también se sale y que ella quiere un partido callejero y pandillero. Es una estrategia de comunicación hacer las apariciones simbólicas a domicilio para demostrar arrojo y ambición. Lo de salir del socialismo es un eslogan más dudoso y más faltón para muchos de sus presididos que no la votan pero que la tributan. Que tu camello te llame yonki para venderte una droga distinta es paradójico. Hablar de callejero tiene un pase por lo de la cercanía, pero lo de pandillero es un exceso buscado. Una provocación. Contar una España de romanos romanizadores y musulmanes invasores es menos impactante que tatuarse una lagrima en la mejilla como un Mara Salvatrucha, pero igual de pandillero. El camarero me trae el bocadillo y a otro cliente a la mesa, lo que me obliga a apartar un oso de madera y encajarme debajo de un arco mudéjar. Si le hubieran dado este bocadillo al niño Modric quizá el futbolista no tendría tanta hambre.
El Barça de Guardiola, vencedor en Europa hace doce años, envalentonó y facilitó el auge del independentismo catalán y este Madrid del musulmán Benzema es un catalizador del nacionalismo madrileño que, no tengan duda, aspira al nacionalismo español obligando a todos, incluido Feijóo, a abrazar su fe o quedarse fuera con sus complejos. Así son las pandillas, fuera con los de fuera.
Si hubiera estado con “los mastines” no me hubieran dejado irme en el minuto 85, pero estaba solo y quería llamar a casa, así que lo hice en escorzo para no molestar, sintiendo la mirada pandillera de aficionados que recriminaban mi falta de compromiso (esta vez sí, integral). Así era como Ayuso miraba a Casado. Dije algo así como “este Guardiola” mientras resoplaba para demostrar que era de los suyos, como el perro que enseña el culo para que ser olido y mientras apartaba al oso pensaba que el mejor amigo del hombre es el chivo expiatorio y que lo bueno del nacionalismo es que también se gana perdiendo. Lo del Madrid no son milagros, son estados de ánimo cuánticos, tan potentes, que determinan la realidad y convierten el campo de futbol en un campo de energía. Lo de Ayuso no son errores. Son provocaciones para animar un Estado y su nacionalismo madrileño aspira a ser España y entrar en trance en los últimos minutos. “Entremientras” Sánchez esté expiando sus espías, ella está en su gira de presentación del nacionalpandillismo. El nacionalismo es “prepolítico” y “antipolítico” y lamentablemente empieza a calar como “postpólitico”. Y siempre es pandillero.
