Pablo Martín Cantalejo – Cosas que pasan aquí

Dicen unos que “segundas partes, nuca fueron buenas”; otros, que “más vale lo malo conocido, que lo bueno por conocer”…Y así podríamos ir sacando algunos dichos o refranes más, aunque los que suelen ser de utilización más frecuente son los citados.

Bien. ¿Y a qué viene esto ahora? Sencillamente como breve y pequeña reflexión a un comentario que me ha hecho una buena amiga que ha sido, precisamente, testigo y “víctima” del suceso. Cuenta:
-He ido uno de estos pasados días a Madrid en el autobús de línea. Al entrar en él y buscar mi asiento, noto un desagradable olor. Unas muchachas que suben seguidamente se echan la mano a la nariz de inmediato. Y es que al final del vehículo, junto al departamento destinado a aseo, aparecen un par de bolsitas que son las que desprenden el hedor, llenas, al parecer, de los restos de una mala digestión de algún viajero anterior. Como el olor es irresistible, nos acercamos al conductor y se lo indicamos. Más o menos nos dice que él ya lo ha puesto en conocimiento de un inspector y que no puede hacer más. Por lo visto, el no hacer más es acercarse a las bolsitas y sacarlas del vehículo, cosa que, seguidamente, hacen un par de chicos, para alivio de los viajeros. No obstante, y como es lógico, el olor persistió durante todo el viaje.

Ahí está el hecho, de lo que se desprende que el viajero no solo ha de disfrutar del menor precio que ahora se cobra por el viaje, sino que también tiene derecho a disponer de unos vehículos limpios y vigilados en cada viaje de ida y vuelta para que cualquier anormalidad que se produzca sea subsanada de inmediato.

El suceso padecido por mi amiga me lo cuenta en un encantador paseo de Segovia, el de El Salón. Y mientras escucho, lanzo una mirada alrededor y observo que los respaldos de madera de tres bancos están violetamente partidos por la mitad. Lo que viene a demostrar que la falta de civismo sigue existiendo por todas partes, y que no solo la violencia machista, tan protestada, es digna de tener en cuenta, sino también el desagradable comportamiento de algunas personas faltas de sensibilidad hacia el bienestar de los demás.

Lamentablemente, estas cosas que ocurren aquí pasan también en otros muchos lugares de nuestra España, lo que pone de relieve la falta de una educación general que debe ir naciendo en cada individuo en los primeros años de su existencia. Una educación paralela a la intelectual, sobre la que comentaba la semana pasada, que asimismo debe aplicarse en las primeras clases a impartir a los pequeños escolares.

Contrastan estos modos de comportamiento de ciertos individuos -demasiados, por desgracia- con los que se busca enseguida comparación con los nativos de algunos otros países en los que se hace notar de inmediato la exquisita educación recibida desde la infancia. Muchas de estas personas nos visitan ahora, como bienvenidos turistas, y seguro que no llevarán muy buenos recuerdos de algunas -muchas- cosas que ocurren en estos lares, en comparación con la exquisitez de que ellos hacen gala en sus naciones, y cuando visitan otros lugares. Recuerdo al respecto una anécdota que me contaba un amigo residente en Alemania. Paseando por una de aquellas ciudades con otro compañero recién llegado de España, cuando éste, tras sacar de una cajetilla el último cigarro, la arrojó despreocupadamente al suelo. Una señora de cierta edad que vio el hecho recogió la cajetilla y se la quiso entregar, pero él respondió que no le servía. Su amigo le advirtió: “Precisamente porque no te sirve te la da para que la dejes en un lugar adecuado y no tirada en la vía pública”. El protagonista del “suceso” prometió que no olvidaría nunca la lección.