David San Juan – Feminismo, radicalidad y otras palabras hueras

Reconozco que el título del artículo es algo áspero y está muy alejado de los recomendables usos del bien quedar, qué vamos a hacerle. Pero todos vamos sumando años y sabemos lo que queremos decir. A un servidor, cargando como lo hace con los que le tocan, cada vez le cuesta más quedarse resguardado en el amparo de lo políticamente correcto.

En los últimos días, los lectores asiduos de este periódico hemos asistido a la polémica provocada por un colectivo muy oportunamente difuso (Mujeres feministas de Segovia) que, con sus llamativos alegatos, se ha puesto morado/a en plena precampaña electoral y ha encontrado enfrente a personas individuales que sí han dado su nombre y han ofrecido sus opiniones y réplicas a las claras y sin complejos. Y con argumentos muy puestos en razón, me parece a mí. Quiero hoy adherirme a estos últimos y terciar en esta controversia que, tengo para mí, no es sino otro elemento más de la ingeniería social que algunos listos y listas nos quieren colocar de rondón.

Un servidor es padre de tres hijos. Dos son mujeres y uno es varón. Bendito sea Dios. Cuando pienso en ellos, cuando les hablo, cuando los tengo cara a cara, nunca (créanme, nunca) se me viene a la memoria su sexo ni trato de orientarlos por caminos distintos según el de cada cual. ¿Algún padre lo hace? Ninguno; eso ya no existe. Son mis hijos y como personas iguales y distintas los trato. Iguales en sus derechos y oportunidades. Distintos en su manera de ver la vida y de hacerse personas, como a todos nos pasa.

Clasificar a las personas por su sexo (categorizar, discriminar, segregar… pongan el verbo que quieran a sus recurrentes empeños diferenciadores) es enfermizo. Un hombre no es más que una mujer. Una mujer no es más que un hombre. Señoras feministas radicales, que así les gusta llamarse: ¿Por qué juegan a una “guerra de sexos” inexistente? ¿De verdad consideran tan llamativas las diferencias morfológicas entre iguales? ¿Es necesario estar obsesionados con ello? ¿Tan importante es el sexo en su imaginario sociológico?

Porque a ello vamos. A lo sociológico. Y al imaginario, nada ingenuo, que nos quieren vender (iba a decir embutir) sin preguntar. En el primer párrafo de su último artículo en este medio escrito, nos aleccionan con estas curiosas palabras:

“El feminismo radical, como todos los feminismos culpabiliza al patriarcado como un sistema de dominación sexual que se concibe, además, como el sistema básico de dominación sobre el que se levanta el resto de las dominaciones, como la de clase y raza”.

La frasecita hay que leerla varias veces para cogerle el aire, no me digan. Sin llamar mucho la atención acerca de la aliteración “dominante” en su redacción y del consabido copia-pega del único manual admitido en su congregación, ¿creen de verdad que en Segovia existe un sistema de dominación sexual? Cuéntennos, convénzanos: ¿en qué consiste, si es que lo hay? ¿Cómo se manifiesta? ¿Dónde ven ustedes la dominación de raza en nuestra provincia? Me tienen que perdonar pero, por mi parte, me declaro incapaz de observar, ni tan siquiera vislumbrar, esas realidades en la calle. Que es la misma que ustedes pisan, supongo.

Un poco más allá, siguen divagando alegremente acerca de las “relaciones de opresión entre los sexos”. Lo mismo de antes: palabras estupendas pero que no se entienden, con un profuso uso de términos importados como rol, género y patriarcado (búsquese este último en rae.es, ya verán qué curioso) a los que casi nos vamos acostumbrando pero que no son más que piezas endebles de un discurso que no es capaz de aportar cosas de valor a nuestra realidad social.

Fuera aparte de estas ensoñaciones de catálogo, hablan también de la educación sexista. Y esto sí que es muy serio. Arguyen lo siguiente en su manifiesto: “Esta educación sexista está también en la base de actitudes y características que se adjudican a hombres y mujeres y que educa en la agresividad y la violencia más a los hombres que a las mujeres”

¿Tienen ustedes hijos? Si es así, ¿conocen ustedes algún colegio de Segovia que eduque en ese sentido? ¿Qué padres, qué familias, educan en la agresividad y la violencia a sus hijos? ¿A los niños se los educa así? ¿Y a las niñas también?

La sociedad es injusta e imperfecta. Lo ha sido en toda la historia que nos precede y no tiene pinta de que las cosas vayan a cambiar de hoy para mañana. Sigue quedando mucho por hacer: hay que luchar por cambiar el mundo. En la igualdad, en el respeto a la diversidad y en la Justicia. Muchos están en ello. Pero otra cosa son los desvaríos y la ingeniería social (así la llamáis) que algunos iluminados nos quieren imponer a machamartillo con sus retóricas imposibles.

¡Qué brasa nos estáis dando! Tomaos un respiro en vuestra necesidad de adoctrinamiento y dejadnos pensar por nuestra cuenta, aunque duela. Aunque os duela. Trabajemos todos juntos para cambiar el mundo radicalmente, de raíz, desde abajo…La radical libertad del ser humano está muy por encima de panfletos e ideologías. Y la sociedad, para cambiar, necesita de hombres y mujeres libres que no se vean atrapados entre consignas pueriles y palabras hueras.