Las últimas Navidades en Segovia de Enrique IV y su hermana Isabel

Jesús Fuentetaja

Con la Navidad llamando a la puerta de nuestros corazones, remontamos el relato histórico de este domingo a las fiestas del año 1473, últimas navidades que pasarían juntos y en Segovia, el rey Enrique IV y su hermana Isabel. Con ello venimos a poner fin a la trilogía de artículos sobre estos dos personajes que iniciamos hace un par de semanas.

Sin duda alguna, han sido Enrique e Isabel, dos de los principales protagonistas de la historia de esta tierra. La época de sus reinados será recordada con admiración y añoranza por coincidir con la de mayor esplendor y prosperidad de la ciudad de Segovia, constituida entonces en el epicentro del antiguo reino de Castilla. Enrique se mostró siempre como un gran favorecedor de los intereses segovianos: “Mi Segovia”, proclamaba orgulloso, a la que concedió ferias y mercados; aquí ayudó a fundar monasterios: El Parral y San Antonio el Real; permitió la acuñación de moneda y dictó sabias disposiciones benefactoras para la ciudad, especialmente aprobando medidas proteccionistas para favorecer el desarrollo de la industria segoviana de fabricación de paños.

El reinado de Isabel, sin embargo, dejó más sombras que luces para la ciudad. La factura que se vio obligada a pagar a los marqueses de Moya por la prestación de sus valiosos servicios y que la permitieron auparse al trono que dejara vacante su hermano, fue repercutida sobre la Comunidad de Segovia, que tuvo que abonarla en especie con la desmembración del sexmo de Valdemoro y parte del de Casarrubios. Pienso y sólo es una apreciación personal, que no hemos tenido demasiada suerte con los soberanos que siendo excelentes gobernantes para la nación española, no resultaron tan beneficiosos para Segovia. Algo similar ocurrió tres siglos después con el ilustrado y buen rey Carlos III, que si bien le debemos el establecimiento en el alcázar del Real Colegio de Artillería, a cambio nos obligó a desprendernos de los pinares de Valsaín, que hubo que cedérselos a precio de saldo. Sin olvidarme tampoco de la política económica de Felipe II, que con sus intentos de ventas de baldíos y de jurisdicciones puso en grave riesgo la integridad patrimonial de las comunidades de villa y tierra del área segoviana, muy especialmente la de su ciudad.

Imbuidos por el espíritu navideño que se aproxima, traemos hoy a esta página el testimonio del amor fraternal que se dispensaron Enrique e Isabel durante las navidades del aquel año, que como ya hemos adelantado, fueron las últimas que pasarían juntos. Para representar la escena de su reconciliación eligieron el mejor de los escenarios posibles: la ciudad de Segovia, ya acostumbrada a recibir a los dos hermanos, bien fuera juntos o mejor por separados. Estos fueron los hechos.

Al inicio del mes de diciembre de 1473, se encontraba el rey cazando por los montes de Valsaín, cuya actividad cinegética simultaneaba entre estos parajes y los madrileños del Pardo. Isabel, mientras tanto, se había refugiado en Aranda de Duero, donde debía esperar la llegada de su esposo Fernando, que había partido a cuidar los intereses de su padre, Juan II, en el reino de Aragón. Hasta Aranda acudió Beatriz de Bobadilla, la dama de mayor confianza de Isabel y esposa de Andrés Cabrera (los futuros Marqueses de Moya), con la intención de ofrecer a su amiga la protección más segura del alcázar segoviano del que, a la sazón, era alcaide su marido. Con estas garantías de seguridad entraría Isabel en la fortaleza el día 28 de diciembre.

Avisado el rey de la presencia de su hermana, a la que llevaba siete años sin ver, se desplaza a la ciudad para acudir a su encuentro. Isabel fue a besarle la mano en señal de reconocimiento, pero él no lo consiente y alzándola se funde con ella en un abrazo. Después se reunieron en un banquete, al término del cual canta Enrique para Isabel y baila Isabel para Enrique. Todo transcurre en un ambiente de felicidad y de plena armonía familiar. Luego, recorrieron juntos las calles de Segovia, entre los vítores de los segovianos a quienes hicieron partícipes de aquella reconciliación. Iba montada Isabel en un caballo al que Enrique sujetaba por la brida. De esta guisa, uno a píe y la otra a caballo, completaron el recorrido por la ciudad en aquellas felices jornadas que no habría ocasión de repetirlas en el futuro.

El día 6 de enero de 1474, el rey se sintió enfermo y pocos días después enfiló el camino hacia Madrid. Ya no volvería a vislumbrar jamás las murallas de su amada Segovia, puesto que antes de que finalizara aquel año recibió la visita de las Parcas. ¿Llegaron a su tiempo o fueron invitadas anticipadamente por alguien? Ahí queda la duda que plateamos la semana pasada. Isabel, permanece en el alcázar aguardando, primero el regreso de su esposo y después las luctuosas noticias que estuvo esperando recibir durante todo el año desde Madrid, hasta que finalmente terminaron por llegar. Fue en la noche del domingo 11 al lunes 12 de diciembre, cuando se produjeron.

La paz que disfrutaron Enrique e Isabel en su último encuentro en Segovia, ojala reine en el hogar de los lectores de este periódico en los próximos días, a los que deseo una muy feliz Navidad.