Eduardo Juárez Valero (*) – Miguel Mansino contra la Guardia Civil

Dado que este año se cumplen ciento setenta y cinco desde que el Duque de Ahumada tomara la decisión de constituir el instituto armado que hoy es la Guardia Civil, defensora de nuestras fronteras y mucho más, mi querido amigo Celso Rodríguez, Teniente que fue del acuartelamiento del Paraíso, hoy en día Capitán en la capital segoviana, me encomendó investigar los orígenes del puesto que antaño comandó tan acertadamente.

Uno, obstinado que es en esto de la investigación, tenía la teoría de que, habiendo estado hasta 1941 el acuartelamiento del Real Sitio en las antiguas instalaciones de la Casa de Postas en la Plaza del Matadero, justo enfrente de la que fue casa del Duque de Ahumada en el Paraíso, quizás hubiera sido constituido el puesto en el mismo año de la fundación. Y no sería de extrañar, pues, ya que el señor Duque tomó la decisión de crear aquella fuerza policial y militar, qué mejor lugar para asentarla que frente a su casa. Puestos a vigilar, que empezaran por los bienes del fundador, ¿no les parece?

En fin, el caso es que me encerré el otro día en el maravilloso Archivo Histórico Municipal del Real Sitio con la intención de desentrañar la duda y darme razón o quitármela, que para una y otra situación ando siempre preparado. El caso fue que, como siempre ocurre, la documentación conservada no hizo ni lo uno ni lo otro y, de paso, me regaló una historia de lo más divertida.

Resulta que, en efecto, el año de constitución del Instituto Armado, 1844, ya había destinado en el Real Sitio un destacamento de lo que llamaban Guardia Rural, embrión de lo que sería la Guardia Civil en el transcurso de los siguientes meses. Con la obligación de vigilar el tránsito de la carretera que comunicaba Segovia con la capital del Reino, el Comandante Militar segoviano había tomado la decisión de disponer un destacamento en la venta de los Mosquitos, nada más pasar el puente de la Cantina, frente al camino que comunicaba con la llamada Casa de la Pesca, hoy sendero de caminantes y ciclistas en busca de la ansiada Fuente de la Reina. Allí debían estar alojados el cabo y el resto de guardias bajo su mando, cumpliendo con la obligación de proteger a viajeros y velar por la seguridad de tan importante tránsito.

Ahora bien, en la zona no había acuartelamiento alguno, ni barraca ni barracón donde pudieran los guardias guarecerse del mal tiempo, del calor y la lluvia; donde descansar, comer y esperar la llegada del turno. Lo cierto era que ocupaban parte de la citada Venta de los Mosquitos y, al parecer, ahuyentaban a los paisanos que por ahí pasaban y, de vez en cuando, paraban. El ventero, Miguel Mansino, viendo que el negocio caía de forma catastrófica, no dejó de quejarse a cuantos pudo. Ya fuera al propio cabo de la Guardia Civil, al Alcalde Constitucional del Real Sitio o al Sr. Gobernador de Segovia, Mansino no veía la hora en que los guardias tomaran camino para otra posada, dejando que gabarreros, cazadores, pescadores, furtivos o no, pasajeros y paisanos de todo tipo, ocuparan los apenas ocho camastros con los que contaba la venta.

La batalla de Mansino contra la Guardia Civil obtuvo respuesta a finales de septiembre: tenía la obligación de auxiliar a las tropas con jergones y un lugar donde guarecerse. El ventero, listo como el hambre, les cedió las ruinas de la casa de postas que languidecían junto a la cantina, por debajo de la Venta de los Mosquitos.
El cabo del destacamento, que se pelaba de frío, contraatacó denunciando las condiciones que sufrían a lo que Mansino respondió con el tradicional “esto es lo que hay”. Agudizado su ingenio seguramente por las tiritonas nocturnas, denunció el Guardia Civil la falta de mantas, de utensilios de cocina y de un techo que les permitiera proteger el equipamiento entregado por la intendencia militar. Mansino volvió a regalarle un “esto es lo que hay”. El despabilado del Gobernador, viendo que el ventero era terco como sólo se puede ser en la sierra, le pasó la pelota al Sr. Alcalde: correspondía al ayuntamiento la obra de acondicionamiento del acuartelamiento previsto junto a la cantina del puente. Eso sí, mientras el ayuntamiento rebañaba hasta la última peseta para cubrir la obra, Mansino era responsable de abastecer al destacamento, pero a costa de la intendencia militar.

Sea como fuere, a finales de 1845 quedó constituido el primer acuartelamiento de la mal llamada Guardia Rural, mejor Guardia Civil, en el Real Sitio de San Ildefonso, ocupando el acuartelamiento edificado sobre las ruinas de la Casa de Postas del puente de la Cantina, por debajo de la Venta de los Mosquitos, por mucho que se quejara Miguel Mansino, quien, como hubiera señalado Don Quijote, con la Guardia Civil había topado.
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(*) Cronista del Real Sitio.