Antonio Horcajo – No es uno solo el paisaje

Con motivo de la inauguración del curso de Pintores Pensionados de la Academia de San Quirce

A veces tengo necesidad de alimentarme el alma y me asomo a ese mirador que es alimento de mi espíritu y gozo de mis ojos. Veo el azul celeste, inigualable, del cielo limpio que, desde el mirador del Alcázar, me lleva al ensueño, sin abandonar la tierra.

Ese azul trasparente que lo envuelve todo como si fuera una cúpula protectora, Ese, más próximo “oro viejo” del roquero de la Fuencisla que se funde, en el crisol del paisaje, en el que surge ascendente y limpio Juan de Yepes, la llama de su verbo, lo íntimo de su pensamiento.

Ese oro, apagado por los siglos, que aún brota de la piedra caliza del Parral. Y que junto a la, casi perdida, salmodia gregoriana pregona aún la pervivencia de la Orden Jeronimiana. La de los Escoriales soberbios y humildes, la de los Guadalupes de innumerables rebaños y poderes, y los Yustes donde el poder se retira para cumplir con Dios, antes de ser súbdito sin corona. Ante el Tribunal final todos somos iguales. Todo esto se incorpora a mi sentimiento y entra a formar parte del paisaje que contemplo.

Es la meditación que lo contempla y la mutación que se transforma en recreación de la vista, con una cromía a veces fuerte y otras más tenue, pero siendo siempre sendas y caminos en el paisaje que contemplo.

La fina línea del Eresma, silenciosa, quieta pero siempre en movimiento, me lleva a paisajes de rastrojos, a tierras de pinares y de huertos. Mientras el sol parece que se oculta y, a poco, donde vive ese mismo sol entre nubes atrevidas que pareciera quiere retar al telón de fondo, el que cubre todo el paisaje, el que muta, en poco, a colores apagados, con luces y sombras, donde solo hace unos minutos había monocorde, pero espléndida y brillante, gran cúpula de cielo azul limpísimo. Ese color de Segovia que Zuloaga trató de lograr disimulando su realidad, también de forma prodigiosa, junto a toreros y brujas, junto a boteros y alcaldes.

Como remató Machado cuando por aquí andaba: “Otoño con dos ríos ha dorado el cerco del gigante centinela de piedra y luz, prodigio torreado, que en el azul sin mancha se modela”.

Segovia es un paisaje vivo. Y como tal tiene la fuerza de convencer, el atrevimiento de retar a los que quieren tomarlo. Y no se deja. Segovia y novia de la luz, “del Sol es la novia” dice una Picarona, pero también de las sombras. Aquí se conjugan y viven en el mismo lienzo, la alegría y lo trágico. Aquí el paisaje espiritual se eleva al cielo al mirar a la derecha, se enfila la silueta de la sierra Y allí grita la tierra que, dulce o amarga, ha visto transcurrir tanta cosa sin apenas cambiar el paisaje. El paisaje material, físico; el espiritual, y el rural no son más que el mapa de la vida que sobre ellos brota cada día.

Parajes de colores y sonidos Como el mismo poeta nos dejó escrito: “….en San Millán a misa del alba tocando están. Escucha señora, los campanillas de la Alba, los faisanes de la aurora”. No, no es uno el paisaje. Y él, distinto pero no nuevo porque ya está fijo para ser contemplado por ojos distintos, en tiempos distintos, el ingenio literario de otro rendido enamorado, Juan de Contreras, rompe su silencio con una declaración de su fino ensueño: “ Amo yo a mi Segovia, la de las torres de oro” o aquel otro grito que se fija en la vida que le transmite el paisaje que se mueve buscando vida, la que surge y pulula por el mismo escenario: “Torres de Segovia, cigüeñas al sol”.

Pero no olvidemos que el “paisaje vivo” tiene sus horas favoritas y una de ella es la del amanecer, cuando se aleja la sombra que le ha tenido aletargado. Ahora surge a la vida en un estallido no solo de luz, sino de sonidos donde explosionan campanillas que convocan a coro mientras el primer sol se cuela, atrevido, por las celosías y acaricia los rostros en meditación. Sin embargo, toda la paz se turba: retumba, en el silencio de la ciudad que no acaba de despertar, el campanón gordo de la catedral. Han tocado a marcha. Todo vuelve a bullir y se implanta un nuevo paisaje sobre la ciudad, distinto del de ayer, diferente del de mañana. No es solo uno el paisaje.