Suerte desigual la de los macrofestivales españoles tras una cosecha que a grandes rasgos mantiene o mejora las muy saludables cifras de 2018, pero que en algunos casos se saldó con acusados descensos de asistentes, véase los de Mad Cool, FIB o Sónar, cuando no con su cancelación, como el Doctor Music.
“Podemos decir que este verano ha quedado clara la fortaleza del sector”, opina Albert Salmerón, presidente de la Asociación de Promotores Musicales (APM), la mayoritaria del sector en el país. “Definitivamente es un mercado estable, pero no estático. Nuestro campo es la innovación, la creatividad y el arte, y eso siempre conlleva cierto riesgo”, apostilla.
Tras varios años continuados de bonanza, las primeras señales de alarma se encendieron cuando en mayo, a solo unas semanas del Primavera Sound, el siempre celebrado festival barcelonés no había colgado el cartel de abonos agotados, a diferencia de otras ediciones.
Los promotores anticipaban desde enero que este no era un año normal por la escasez de los habituales artistas de este tipo de citas en gira. En la ciudad condal el remedio fue abrir el abanico y dar entrada a figuras del pop “mainstream” como Miley Cyrus o Carly Rae Jepsen y, sobre todo, al tan en boga urbano latino, con Rosalía y J Balvin al frente.
Esta jugada, que se veía en festivales menores desde hacía algún tiempo y que en 2019 fue cada vez más replicada, dio sus frutos y Primavera Sound terminó igualando su mejor registro del año anterior: 220.000 personas, esta vez con una jornada récord en la que cobijó a 63.000 espectadores.
“Pero sobre todo ha sido el año de The New Normal y del cartel paritario, con una variedad estilística de la que estamos particularmente orgullosos y con un público también más variado y entregado que nunca”, destaca Alfonso Lanza, codirector de la cita, para quien “se hace necesario renovar lo que consideramos cabezas de cartel para no caer en el estancamiento y seguir siendo relevantes para nuevas generaciones”.
La suya no fue la única proeza. Por delante en cuanto a asistencia figuraron el Arenal Sound de Burriana (Castellón), de nuevo con unos 300.000 jóvenes que a ciegas respecto al cartel agotaron todo el aforo cuatro meses antes, y el electrónico Medusa Sunbeach de Cullera (Valencia), por primera vez en la posición reina al pasar de 300.000 a 315.000 visitantes con el incremento de escenarios.
Con su programación particular, centrada en el rock nacional y el hip hop, también mejoró sus cifras notablemente el Viña Rock de Villarobledo (Albacete), de 210.000 a 240.000 personas.
Por este orden, más festivales que lograron poner un signo ascendente a 2019 fueron el almeriense Dreambeach Villaricos (de 155.000 a 160.000), el malagueño Weekend Beach (de 140.000 a 150.000), el gaditano Cabo de Plata (115.000 a 132.000) y el burgalés Sonorama de Aranda de Duero (de 100.000 a 110.000).
También el Resurrection de Viveiro (Lugo), cuyo hard rock reclutó a 102.000 personas (81.350 en 2018), así como el madrileño A Summer Story (de 80.000 a 100.000), O Son Do Camiño en Santiago de Compostela (de 84.000 a 100.000), el murciano Warm Up Levante (de 70.000 a 80.000) o el barcelonés Cruïlla con Kylie Minogue en cartel (de 57.000 a 75.000).
El Rototom Sunsplash de Burriana (Castellón), que culminó este jueves, se quedó muy cerca del registro anterior (de 208.000 a 202.000), mientras que el Low de Benidorm (Alicante) replicó su tope de asistencia (75.000).
En la otra cara, el Festival Internacional de Benicàssim (FIB), otrora emblema de los macrofestivales en España, pasó este año de 170.000 a 114.000 espectadores, a la espera del desembarco en su próxima edición de nuevos propietarios, los responsables de Arenal Sound.