La oferta de pacto de Zapatero se estrella en el muro de la oposición

El jefe del Gobierno anuncia la creación de una comisión encargada de dialogar con todos los partidos para negociar un acuerdo que permita «mejorar la competitividad» y «reducir el déficit».

Del mismo modo que dos no pelean cuando uno de ellos no quiere, tampoco es posible llegar a acuerdos sin la voluntad de cualquiera de los interlocutores. Y, por supuesto, tal como sucedió ayer en el Congreso, si las reticencias afectan a ambas partes, el consenso se torna por completo imposible.

Ésa fue la única constancia que quedó clara tras la esperada sesión monográfica que la Cámara Baja dedicó a la crisis económica, de la que tan solo salió el anuncio del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, de que creará una nueva comisión, liderada por la vicepresidenta Salgado y encargada de establecer contactos con el resto de partidos para tratar de concretar consensos que permitan al país superar la recesión.

Supuestamente, tal pacto, que el inquilino de Moncloa dijo querer cimentar en cuatro pilares tan genéricos como son «las medidas para mejorar la competitividad de la economía y fomentar la creación de empleo; una política industrial para impulsar la renovación del modelo productivo; el cumplimiento del plan de consolidación fiscal para asegurar la reducción del déficit público y la reforma del sistema financiero -estabilidad, morosidad y acceso al crédito-», deberá llegar dentro de dos meses, es decir, justo cuando la cifra de parados roce los cuatro millones y medio.

Una vez que dejó bien claro que no habrá iniciativas inmediatas y, tras ganar otras ocho semanas a la espera de que escampe, el inquilino de Moncloa se limitó a proclamar que será la propia dinámica planetaria la que permita a España volver a «crear empleo neto» a finales de 2010 y que un poco antes, probablemente al término del primer semestre, el PIB podría volver a cifras positivas.

No obstante, tales previsiones no estuvieron respaldadas por más argumento que la propia palabra del socialista, al que el PP, por boca de su jefe, Mariano Rajoy, anunció que no pactará tras recordarle que sus nuevos vaticinios bien podrían tener el mismo peso que aquellas negativas en las que desmentía la propia existencia de la crisis.

A falta de cifras, Zapatero recurrió a la filosofía y proclamó que la consecución de grandes acuerdos «es lo que demandan los ciudadanos», por lo que resulta imprescindible «superar recelos, conciliar ambiciones legítimas, aceptar soluciones parciales y aprovechar todas las capacidades del país». Por supuesto, el esfuerzo debe ser penitencia exclusiva de la oposición, puesto que el socialista huyó de toda autocrítica y defendió la bondad de cada una de sus políticas.

En realidad, argumentó, si no han dado mejores resultados es debido a la mala coyuntura internacional, puesto que la caída de la economía de la eurozona en 2009 (-4%) fue cuatro décimas superior a la experimentada por España. «Por tanto, siempre en términos de PIB, la evolución de la crisis en España no difiere mucho, hasta el momento, de la del conjunto de la zona euro». De hecho, añadió que, si alguna culpa se puede atribuir a factores domésticos, no estará en el debe de los socialistas, sino más bien en el de la construcción. Así, tras presumir de la mejora en las cifras de demanda interior, del sector exterior, y de los bienes de equipo, Zapatero proclamó que «ya estaríamos en un crecimiento positivo» si no fuera por el lastre que sigue suponiendo el ladrillo.

Las palabras del presidente no merecieron la más mínima comprensión. Mientras ERC le recriminó falta de liderazgo y valentía, IU anunció su total rechazo «a medidas de derechas» y el PNV definió su actitud como «la del asno de Buridán», que murió ante la disyuntiva de comer alfalfa o beber agua. ERC también recurrió a un símil zoológico. A su juicio, el presidente es un «gran cocodrilo político», con una boca enorme para los discursos, pero orejas pequeñas para así no escuchar.