«Esto no es ‘ná’»

Madrid, el punto más ‘caliente’, hace un regate al caos con un Metro que funcionó casi con total normalidad. Los autobuses ‘machacaron’ a los ciudadanos solo por la mañana

Una hora esperando un autobús que no llega, con frío, con más sueño, con cargo de conciencia por dejar a los niños en casa, sin periódico, con la certeza de llegar tarde y con mucha, mucha paciencia. La general mostró ayer que ser madrileño es un hándicap, también para ir a trabajar. Como María del Mar, que es psiquiatra en un hospital, y que está de servicios mínimos. O a estudiar. Como su hija, Marina, que va al Colegio Arturo Soria. O para comprar. Como Angelita, una adorable abuelita a la que le gusta adquirir cada día su barra de pan recién salido del horno y su pescado fresco, fresco.

La batalla de Madrid -así se la llamó por el desafío que la presidenta Aguirre lanzó a los sindicatos- se quedó en nada, salvo en Getafe, donde la sangre casi llega al río: dos policías fueron brutalmente agredidos y encerrados en una fábrica.

Sorprendentemente, la tranquilidad fue la nota dominante en la capital de España. Y es que, a juicio de los expertos, los transportes son la clave, el escaparate. Tras aprender la dura lección en julio, la dirigente popular controló el Metro -funcionó muy por encima de los servicios mínimos, con un 87 por ciento de la plantilla, muy crítica con UGT y CCOO, trabajando- e hizo lo que pudo con los autobuses, que encontraron desde la medianoche muchas dificultades para salir de las cocheras, haciéndolo a primera hora solo 150 de los 958 existentes. De hecho, en Parla -feudo de Tomás Gómez- ocho de ellos fueron objeto de destrozos. Dentro de este lunar habría que añadir 38 detenidos y 1.500 identificados.

Marina casi ni se enteró porque su padre la llevó a la escuela en coche a las 07,30 horas, y su cuidadora la recogió a las 17,00 llevándosela en autobús. «Ha tardado un poquito más», comenta esta niña de 10 años que lleva ya dos huelgas generales a sus espaldas.

Con unas cuantas más -siete-, aparte de una dictadura y una guerra civil, Angelita desafió a los elementos y no quiso faltar a su cita con los grandes almacenes. Tenía que cambiar unas cosas que adquirió esta semana y no podía esperar. «¿ Yo, dejar de comprar hoy? Esto no es ná», sostiene.

Como suele suceder con Eurovisión y los Madrid-Barça, el 29-S le vino muy bien a la salud porque en Urgencias había menos enfermos y porque un marido ganó 24 horas en los juzgados de Plaza Castilla -le retrasaron la vista un día- para «convencer» a su mujer de que no se divorcie de él. Hasta la Cultura salió ganando porque ir al Prado o al Thyssen mereció la pena pues tanto los servicios como los cuadros eran los mismos, y con menos colas.

Pero estas anécdotas seguro que no le hicieron ninguna gracia a Manuel, un esquirol que vio cómo los sindicatos no se lo ponían nada fácil. Así, a las 08,00 horas, en plena hora punta, no se veía un autobús en el Paseo de la Castellana, Velázquez, Serrano o Príncipe de Vergara, las cuatro calles que cruzan la capital de norte a sur. Ni en Alcalá, que la atraviesa de este a oeste. Tampoco pudo distraerse leyendo el periódico porque muchos quioscos estaban cerrados y los osados veían cómo los paquetes con rotativos eran pocos. Eso sí, pilló un Hola -las revistas, incluidas las del corazón se adelantaron un día- y se alegró por la boda de Álvaro de Marichalar y Ekaterina.

«Llevo más de 50 minutos esperando al bus», reconoce Raquel en el intercambiador de Plaza de Castilla, que añade que, como muchos, ha madrugado algo más.

En Barajas la cosa va peor. Laura acaba de llegar de Punta Cana y ha visto cómo su vuelo de conexión se ha cancelado en el último momento. Las quejas se disparan por la falta de planificación. Y pocos taxistas ofrecen sus servicios.

Es mediodía en el kilómetro cero y luce el sol. Por Preciados pasean ya hasta bebés en cochecitos; jóvenes y no tan jóvenes miran a un lado y otro de los escaparates que han decidido por fin abrir sus puertas tras sortear las visitas de los piquetes. También hay turistas escuchando las explicaciones del guía sobre la almendra central de Madrid. Comentan que han visto a Bruce Willis, que está en la capital rodando.

En la Puerta del Sol todavía se escuchan las voces de algunos sindicalistas, llamando a la huelga, y hay una gran presencia policial, pero mucha menos que a primera hora de la mañana, cuando se acercaba el momento de abrir las tiendas y esperaban la llegada de los informadores, que prefirieron acercarse a la sede de la presidencia de la Comunidad en lugar de a la puerta central de los grandes almacenes por excelencia.

Tras la huelga, la ciudad recupera la normalidad, si bien, más de uno, como un compañero de María del Mar, está triste: «Antonio, que se define como socialista, me dijo que tenía el corazón partío. Vino al hospital a trabajar y luego se fue a la manifestación».